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domingo, 25 de marzo de 2012

Razones del sagrado celibato


Razones del sagrado celibato




Significado antropológico del celibato    




El hombre en la búsqueda de sentido de su vida experimenta valores, que le permiten realizarse plenamente. A partir de esta experiencia, el hombre puede optar por un valor concreto: el celibato, renunciando a otros valores: el matrimonio. Pues, aquél que entiende con más hondura el potencial total de entrega que supone el matrimonio es, precisamente, el más idóneo para realizar un ofrecimiento maduro de sí mismo en el celibato[1].


Esta opción realizada sobre la base de un carisma (óptica cristiana), y sobre el presupuesto de una decisión libre, al servicio de un ideal, hace posible que el hombre descubra de modo privilegiado nuevos sentidos de existencia, que se concreta en el servicio desinteresado hacia los demás; en la disponibilidad más plena de sí mismo; en la propia vida hacia la escatología; en la mayor relativización de las posibilidades humanas. Desde estos nuevos sentidos, el hombre célibe es capaz de concentrar, integrar, articular y realizar las diversas dimensiones de su existencia, sin entrar en contradicción, ni con la llamada de Dios, ni con la vocación humana. Desde el celibato se es también plenamente hombre y plenamente cristiano[2].

La libre renuncia al matrimonio por el Reino de Dios y el servicio a la comunidad es una forma de vida muy adecuada al ministerio sacerdotal, ya que al ser este ministerio «símbolo» de relación entre Dios y el hombre, y expresión de interiores realidades, puede realizar mejor esta misión desde un compromiso por el celibato, que desde una opción por el matrimonio. El sacerdote célibe, no sólo simboliza ambigüedad, el deseo, la reconciliación a la que aspira el hombre desde su conflictualidad, desde su ambigüedad psicológica. Sino que también simboliza, sobre todo cuando vive en verdad el celibato, los valores escatológicos, la prioridad del servicio a los demás, la descentración de lo humano, la otredad de Dios, la cercanía de lo transcendente. Podrá vivirse o no conscientemente este simbolismo, pero una cosa es cierta: en esta realización-expresión simbólica, también se encuentra la autorrealización personal[3].

Por otro lado, el celibato permite una realización personal, también a nivel de su sexualidad. Uriarte ha explicado así esta afirmación:



El celibato no debe entenderse como una renuncia sin más a la sexualidad, que quedaría reducida en el célibe a los aspectos biológicos inevitables y a impulsos psíquicos no consentidos. Pero la dimensión sexual no es algo que se pueda congelar o colocar respetuosamente aparte. La antropología nos enseña que es una dimensión existencial  que traspasa la cuadrícula del comportamiento propiamente sexual y se hace presente en todo comportamiento de la persona. Si es posible una manera célibe de existencia verdaderamente humana, dicha manera no podrá consistir en una denegación de la condición sexual propia y ajena, sino en una asunción de dicha condición. El célibe ha de tener, quiéralo o no, en la relación humana, una vida sexual. Para comprender esto hay que partir de la diferenciación que establece la psicología entre sexualidad y genitalidad. El ser humano no puede renunciar al ejercicio de su sexualidad; en cambio puede, dentro de determinadas condiciones, renunciar a la genitalidad[4]





3.2. Significado cristológico del celibato


Cristo «se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y a la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento, entrase en el reino de los cielos» (SC 19). De este modo, «Cristo es novedad, realiza una nueva creación. Su sacerdocio es nuevo. Cristo renueva todas las cosas. Jesús el Hijo unigénito del Padre, enviado al mundo»[5]. Entonces «el Sacerdocio cristiano, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de la novedad de Cristo, Pontífice Sumo y Eterno Sacerdote, que ha instituido el sacerdocio ministerial como real participación de su único sacerdocio. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1 Cor. 4,1), tiene en Él también el modelo directo y el supremo ideal (Cfr. 1 Cor. 11,1)» (SC 19).

Esa es la causa primera y última del celibato religioso: por Cristo y por el Evangelio (Cfr. Mc 10, 29). «El hombre Jesús permaneció célibe, no simplemente porque sí, sino por el Evangelio que para sus prójimos es él mismo. Contrae matrimonio virginal con la Iglesia, su esposa (Ef. 5, 32)»[6]. Por tanto, esta consagración más perfecta por el reino de los cielos es lo que hace deseable y digna la elección de la virginidad, para compartir con Jesús su mismo estado de vida, participando más íntimamente en su suerte.

El amor a Cristo es la clave para vivir nuestra consagración. Sin un profundo amor a Cristo, el celibato sacerdotal pierde todo su significado. Sin el amor a Cristo, el sacerdote es incapaz de desarrollar su ministerio. Al sacerdote, Cristo le ha impreso el carácter de su propio sacerdocio; ha volcado sobre su alma todas las energías de su vida virginal[7]. Y todo ese potencial de energía es lo que nos mantendrá inseparablemente unidos a Él, en un amor hacia todos aquellos a quienes la Iglesia ha confiado, teniendo siempre un corazón disponible[8].







3.3. Significado eclesiológico del celibato


El significado eclesiológico del celibato nos lleva más directamente a la actividad pastoral del sacerdote[9]. La encíclica Sacerdotalis caelibatusafirma: «la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión» (n. 26). El sacerdote, semejante a Cristo y en Cristo, se casa místicamente con la Iglesia, ama a la Iglesia con amor exclusivo. Así, dedicándose totalmente a las cosas de Cristo y de su Cuerpo místico, el sacerdote goza de una amplia libertad espiritual para ponerse al servicio amoroso y total de todos los hombres, sin distinción. «así, el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor a Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque como él y en él ama y se da a todos los hijos de Dios» (SC 30). La encíclica añade, que en sí mismo, el celibato aumenta la idoneidad del sacerdote para la escucha de la palabra de Dios y para la oración, y lo capacita para depositar sobre el altar toda su vida, que lleva los signos del sacrificio (Cfr. SC 27-29)[10].

Es de interés mencionar que algunos autores han visto en la perspectiva eclesial la base principal para justificar la conveniencia entre sacerdocio y celibato, sin pretender agotar su significado. A diferencia del estado religioso, en este caso -señala -Balthasar- «el sacerdocio es primariamente una función eclesial, un ministerio objetivo, y, sobre esta base, es posteriormente una forma personal de vida»[11]. Prevalece el elemento objetivo de ministerio de salvación y ahí se apoyan las razones de conveniencia: «La grandeza de la vocación al sacerdocio exige del elegido la entrega más plena de que es capaz un ser humano»[12]. Respecto a esto el Concilio señala acerca del celibato que es una «ayuda importantísima para el ejercicio continuo de aquella perfecta caridad que capacita a los presbíteros para hacerse todo a todos en su ministerio» (OT 10).

3.4. Significado escatológico del celibato


Ya desde ahora está presente en la Iglesia el reino futuro: ella no sólo lo anuncia, sino que también lo realiza sacramentalmente, contribuyendo a la «nueva creación» hasta que la gloria de Cristo se manifieste plenamente. Mientras que el sacramento del matrimonio arraiga a la Iglesia en el presente, sumergiéndola totalmente en el orden terreno, que así se transforma también él en lugar posible de santificación, la virginidad remite inmediatamente al futuro, a la perfección íntegra de la creación, que sólo alcanzará su plenitud al final de los tiempos. Entiéndase bien:



Con todo ello no quiere decirse que el celibato sea ya en sí «superior» o «más valioso» que la vida matrimonial. Precisamente la consciente realización con fe de un matrimonio sacramental es una exigencia espiritual alta y representa un testimonio expresivo de fe, que no es inferior al celibato, por amor del reino de Dios. No se trata, en relación con todo esto, de algo que sea «mejor» o «más elevado», sino de dar el signo más claro[13].





Pero el celibato no es sólo un «signo escatológico», sino que es además un constante «aguijón de la carne» que pregunta clavándose en ella durante toda una vida si la ley que uno aceptó al ingresar en el ministerio, es decir, para dedicarse al servicio sacerdotal, seguirá teniendo todavía vigencia; si el reino de Dios es realmente «la perla singularísima» y «el tesoro escondido en el campo» por el cual hay que dejar todo lo demás. Precisamente la vida célibe representa una exigencia existencial elevada y es una norma con arreglo a la cual un joven puede medir –y, por cierto, a lo largo de toda una vida- la seriedad de su compromiso y la intensidad con la que él está dispuesto a poner su vida al servicio de Cristo[14]. Sin embargo, hoy día resulta difícil hacer comprender este significado que tiene el celibato libremente elegido por el Reino de los cielos.






[1] Cf. Thomas McGovern, El celibato sacerdotal: una perspectiva actual, Cristiandad, Madrid 2004, 170.


[2] Cf. Comisión Internacional, Le ministére sacerdotal, 102-103; J. Razinger, «Zum Zolibat der katholischen Prieste», Stimmen der Zeit 11(1977) 781-783: W. Kasper, «Ser y misión del sacerdote» selecciones de Teología 75 (1980) 249, en Dionisio Borobio, Los ministerios en la comunidad, 268.


[3] Cf. J. E. Dittes, «Valor simbólico del celibato para los católicos», en Concilium 78 (1972) 243-25; J.M. Uriarte,«Ministerio sacerdotal y celibato», en Iglesia Viva 91/92 (1981) 49-79; en Ibid., 269


[4] J. M. Uriarte, «Ministerio sacerdotal y celibato», en Iglesia viva 91/92 (1981) 60-61.


[5] Claudio Hummes, «La importancia del celibato», 238.


[6]Edward Schillebeeckx, El celibato ministerial, 107.


[7] Cf. Enrique Rau, Teología del celibato virginal, Platin, Buenos Aires 1949, 108.


[8] Cf. José Díaz, «El celibato Don de Dios», en Kyrios 21 (2008) 9.


[9] Cf. Claudio Hummes, «La importancia del celibato», 239.


[10]Cf. Ibid,239-240.


[11] H. U. von Balthasar, Gli stati di vita del cristiano, Milano 1985, 231-232, en Román Sánchez Chamoso, Ministerios de la Nueva Alianza, CELAM, (CEM, edit.), México 1990, 499.


[12]  Ibid., 236


[13] Gisbert Greshake, Ser sacerdote hoy, 380.


[14]Cf. Ibid., 382.


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