Buscar

Entradas populares

martes, 20 de marzo de 2012

Dimensión Pastoral, al estilo del Buen Pastor


El proceso de formación, por su carácter integral, relaciona la preparación específicamente pastoral con el resto de las dimensiones, y encuentra, en la unidad y armonía con cada una de ellas, objetivos propios que unidos conducen a lograr el objetivo general anteriormente citado. Estos objetivos dan características muy particulares a esta dimensión con relación a las demás, sobre todo tomando en cuenta que es en el trabajo pastoral en donde el joven manifiesta de forma más espontánea su preparación y el nivel alcanzado en cada una de las demás dimensiones; por ello la formación pastoral no puede ser equiparada únicamente con algunos conceptos, métodos o técnicas, sino que refleja a las otras dimensiones de la formación, a la vez que las enriquece y les da un nuevo matiz al llevarlas a un nivel más concreto (Cf. PDV 57, b).


La formación pastoral implica dos niveles complementarios, que pueden ser considerados como teórico y práctico. El aspecto teórico comporta la preparación doctrinal en todas aquellas disciplinas y materias teológicas en que se sustenta la labor pastoral, entre las que destaca la Teología Pastoral, pero también comprende aquellas que están más directamente vinculadas con el ejercicio pastoral, como es el caso de las disciplinas sociales. La unión y coordinación entre los estudios y los elementos prácticos debe ser permanente y estar continuamente alimentada por una fuerza interior, que el proceso de formación debe promover, cultivar y resguardar en el joven: “la comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús” (PDV 57, f); se trata de un proceso que busca “garantizar el crecimiento de un modo de estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo” (PDV 57, f), lo cual debe ser el principio y la fuerza del ministerio del presbítero.

La formación pastoral implica, por tanto, una preparación doctrinal intensa y un profundo conocimiento de la realidad con miras al ejercicio pastoral ya que, como pastor, el sacerdote “debe exponer la palabra de Dios no sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” (PO 4).

Por lo tanto la preparación en esta dimensión requiere que el seminarista sea capaz de realizar procesos de reflexión con rigor, así como análisis específicos y concretos sobre la realidad social; además de tener la capacidad para comunicar los resultados de estas reflexiones y análisis, valiéndose de distintos medios.
La labor pastoral exige un profundo conocimiento de la Iglesia Universal, en sus diversas manifestaciones y cambios. La continua renovación de la Iglesia y su papel en la sociedad actual requieren que el futuro sacerdote sea capaz de interpretar –a la luz del Evangelio– las distintas condiciones y necesidades de la vida humana, liberándolas y conduciéndolas a Dios (Cf. RFIS 58).

El conocimiento y la adecuada interpretación del entorno sociohistórico y cultural, y de la realidad diocesana son necesarios para que los aspirantes al sacerdocio realicen sus experiencias iniciales en el ministerio, mediante las cuales “podrán ser introducidos en la tradición pastoral viva de su Iglesia particular; aprenderán a abrir el horizonte de su mente y de su corazón a la dimensión misionera de la vida eclesial” (PDV 58, b) y, también se capacitarán en distintas formas de trabajo comunitario y de colaboración con laicos, religiosos y los presbíteros a los que serán enviados (Cf. AG 16).

La apertura misionera comporta que el aspirante al sacerdocio, desde sus experiencias iniciales, sea consciente de la labor de la Iglesia y se interese por los problemas y necesidades que viven algunas Iglesias particulares en otros lugares del mundo, que experimente el sentido misionero del clero diocesano, al mostrarse abierto y disponible para ser enviado a anunciar el Evangelio (Cf. PDV 59, d; CCDM; RISB 136) con “un espíritu verdaderamente católico, que les impulse más allá de los límites de su diócesis, nación o rito” (RFIS 96) y se dispongan a ayudar a otros con un corazón grande.

Por otra parte, la formación promoverá el conocimiento y la vivencia de la Iglesia en sus dimensiones de misterio, comunión y misión, para que el seminarista profundice en el carácter divino de la Iglesia como “signo eficaz de gracia”, a la vez que experimenta la pastoral comunitaria en colaboración con los diversos agentes eclesiales: sacerdotes y Obispos, sacerdotes diocesanos y religiosos, sacerdotes y laicos; sin perder de vista la dimensión misionera esencial de la Iglesia (Cf. GS 17 a-c), que le permitirá amar y vivir la experiencia de la misión y de las diversas actividades pastorales que le ayudarán a mostrarse abierto a todas las posibilidades que hay en el mundo de hoy para el anuncio del Evangelio (Cf. PDV 59 d).

En este sentido, la formación debe estar impregnada de un carácter netamente apostólico, lo cual implica que haya en los seminaristas una auténtica búsqueda de la salvación de los hombres en Cristo, que expresen el debido respeto a la dignidad de las personas y la acción de Dios en ellas, que trabajen con conciencia eclesial y colaboren con el desarrollo y evangelización de las comunidades, asumiendo y promoviendo todo aquello que haya de válido y evangélico en la religiosidad popular (SD 36, 38; Cf. RISB 133).

Del mismo modo, la formación pastoral exige que el seminarista –como futuro ministro de comunión eclesial– desempeñe esta función desde un espíritu de servicio, sobre todo hacia quienes más lo necesitan: pobres, migrantes, enfermos y desvalidos, con la consigna de formar verdaderas comunidades cristianas (Cf. PDV 58, c).

En este sentido, es importante también una formación social apoyada en las disciplinas psicológicas, pedagógicas y sociológicas (Cf. RFIS 94, c) que lo capacite para el trato con la diversidad de los seres humanos; al tiempo que le permita profundizar en la reflexión acerca de los acontecimientos cotidianos mediante un conocimiento objetivo y científico, cada vez más profundo, de los problemas y controversias sociales, evaluándolos a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia.
Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos, en el respeto y la promoción de los diversos cometidos, carismas y ministerios dentro de la comunidad eclesial” (PDV 18, c).


0 comentarios:

Publicar un comentario