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sábado, 24 de marzo de 2012

Estructura de los estudios: Propedéutico, Filosofía y Teología



El Periodo Propedéutico


Este periodo especial, que no posee las mismas características del Curso Introductorio planteado por el decreto conciliar Optatam totius, fue propuesto “por primera vez oficialmente por la Congregación para la Educación Católica en 1980 con la Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios” (IPP II). En ella se presentaba la propuesta de un periodo propedéutico que brindara una profunda iniciación espiritual para los postulantes al Seminario.


Actualmente, el Curso Propedéutico es considerado indispensable como parte del proceso de formación y está orientado –principalmente– a colmar las lagunas de orden espiritual, cultural y humano que se presentan frecuentemente en los jóvenes postulantes al Seminario Mayor (PDV 62, d; IPP Int.).


En el curso propedéutico, “el espacio de tiempo prescrito va desde un mínimo de seis meses a un máximo de dos años. En general se opta por una sede separada del Seminario, que permita cierta autonomía de vida. Además hay que señalar que algunos modelos se caracterizan por la interioridad y el recogimiento, mientras otros se abren moderadamente a actividades de diverso tipo” (IPP III, 3).


Los estudios de Filosofía


Un periodo importante de la formación intelectual está integrado por los estudios de filosofía, que permiten al candidato al sacerdocio conducirse hacia “un conocimiento e interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios” (PDV 52) y, al tiempo que deben ayudar al alumno a penetrar y vivir más profundamente su propia fe, lo preparan para los posteriores estudios teológicos (Cf. RFIS 70).


Para introducirse cabalmente en estos estudios, es imprescindible que el estudiante genere un profundo y auténtico interés en la búsqueda de la verdad, aspecto que es inherente a la naturaleza humana, pero que en el candidato al sacerdocio adquiere una connotación mayor, puesto que en esta búsqueda es en donde se realiza la apertura del hombre a la cuestión de Dios y donde se asientan los nexos que el estudiante podrá establecer entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación (Cf. PDV 52).


Esta búsqueda de la verdad debe ser dirigida de manera adecuada durante la formación, para que contribuya a desarrollar una especie de veneración amorosa a la verdad, que lleve al futuro presbítero a reconocer que ésta no es un producto humano, sino un don otorgado por la Verdad suprema: Dios; así como puede aceptar que, a pesar de las limitaciones, la razón humana está en posibilidad de alcanzar la verdad objetiva y universal, incluso la que se refiere a Dios y al sentido radical de la existencia, al tiempo que comprende que la fe en sí misma no puede prescindir de la razón (Cf. PDV 52, b).


La formación filosófica debe fundamentarse en el patrimonio de la filosofía perenne y tener en cuenta las investigaciones filosóficas (Cf. OT 15, CIC 251) desarrolladas a lo largo del tiempo, las más actuales y también aquellas que han tenido una mayor influencia en la propia nación; así como el desarrollo de las ciencias modernas, de tal manera que los alumnos identifiquen claramente los rasgos de nuestra época y estén adecuadamente preparados para el diálogo con los hombres de su tiempo (Cf. OT 15; RFIS 71 b-c; RISB 114).


Una parte esencial de la formación filosófica se encuentra en la Historia de la filosofía, que debe ser enseñada de tal manera que los alumnos identifiquen los principios en que se ha sustentado el pensamiento filosófico a lo largo del tiempo y puedan, a la luz de las distintas situaciones propuestas, discernir los elementos verdaderos, descubrir los errores realizados y rebatirlos (Cf. OT 15, b; RFIS 72; RISB 115). Empero, “la enseñanza de la filosofía no puede ceñirse a la presentación de lo que otros han dicho; es preciso ayudar al joven a afrontar directamente los problemas de la realidad, a tratar de confrontar y debatir las varias soluciones, para formarse convicciones propias y alcanzar una visión coherente de la realidad” (CCEF III, 2, e).


Finalmente, es importante incluir, en el periodo de formación filosófica, aquellas disciplinas que permitan tener una visión clara de los hechos y fenómenos contemporáneos, tales como la sociología, psicología, economía, política y comunicación, que contribuirán a que el seminarista pueda, como Cristo en su tiempo, dirigirse a los hombres de su época y hablar su mismo lenguaje (Cf. PDV 52, c).


Los estudios de Teología


Gran parte de la formación intelectual del sacerdote tiene su base en el estudio de la sagrada doctrina y de la teología. Una auténtica teología es aquella que proviene de la fe y trata de conducir a la fe (Cf. PDV 53). “La fe que impulsa a buscar y a ampliar la propia inteligibilidad, consigue su meta, mediante la teología, de una forma más elevada y sistemática” (FTS 18).


Estos dos aspectos, fe y reflexión, están íntimamente relacionados y, de su adecuada coordinación depende la verdadera naturaleza de la teología, así como los contenidos, modalidades y espíritu de acuerdo con los cuales hay que elaborar y estudiar la sagrada doctrina (Cf. PDV 53, b), sin perder de vista que el objeto del cual se ocupa propiamente la teología “no son las verdades adquiridas con la ayuda de la razón, sino las verdades reveladas por Dios y conocidas a través de la fe” (FTS 18).


Por ello un aspecto relevante más, inherente a la naturaleza misma de la teología, es su dimensión espiritual, “merced a la cual el teólogo en la investigación y en el estudio no procede en la línea de un puro intelectualismo, sino que obedece a las exigencias de la fe, efectuando cada vez más su unión existencial con Dios y su inserción vital en la Iglesia” (FTS 22). Es en este aspecto en el cual cada una de las verdades que son el objeto de la teología se convierten en principios de vida y de compromiso personal para los creyentes (Cf. FTS 22), ya que ésta “clarifica y ahonda el sentido de las leyes de la salvación y de la vía del progreso espiritual, que la Revelación ofrece a la vida cristiana. Lo cual cobra particular relevancia en la formación de los futuros sacerdotes, al traducirse en una clara y sólida piedad, fundada en la comprensión de su ministerio y en la exacta valoración de la oblación que la Iglesia le exige hoy” (FTS 25).


Asimismo, en esta etapa de la formación deben tenerse siempre presentes las connotaciones cristológicas y eclesiales de la teología las cuales, unidas al rigor científico, contribuyen a desarrollar en los seminaristas un grande y vivo amor por Jesucristo y su Iglesia, lo cual a su vez alimenta su vida espiritual y sirve de guía para el ejercicio de su ministerio (Cf. PDV 53, d).


Los estudios para la formación en teología son muy exigentes en el sentido que el candidato al sacerdocio debe, al finalizar éstos, poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de fe de la Iglesia. Esto implica, necesariamente, ayudar “al alumno a elaborar una síntesis que sea fruto de las aportaciones de las diversas disciplinas teológicas, cuyo carácter específico alcanza auténtico valor sólo en la profunda coordinación de todas ellas” (PDV 54).


Al ser una ciencia que nace y se desarrolla gracias a la fe y que está a su servicio, “la teología asume el discurrir de la razón y los datos de las culturas para comprender el propio objeto” (FTS 20), al tiempo que integra la fe en el contexto psicológico y social contemporáneo, en medio de los cuestionamientos y preocupaciones fundamentales del hombre moderno (Cf. FTS 19).


Este aspecto es decisivo en los estudios teológicos que se desarrollan hoy, especialmente aquellos vinculados a la teología moral y la teología pastoral, que exigen un contacto permanente con la realidad, con las conclusiones de las ciencias de la naturaleza y del hombre, que “arrojan mucha luz sobre la situación y sobre el comportamiento del hombre, estimulando investigaciones, revisiones o profundizaciones de las doctrinas intermedias entre los principios seguros de razón y de fe, y las aplicaciones a lo concreto de la vida” (FTS 99).


Un elemento esencial, que debe abarcar toda esta etapa, implica que “la formación teológica debe estar integrada en el conjunto de la formación doctrinal, y principalmente con la totalidad de la vida del Seminario. Esto exige una organización didáctica adecuada y serio empeño del cuerpo docente para que la amplitud del horizonte no lleve a la dispersión y a la superficialidad: así como la multiplicidad de intereses no impida una síntesis orgánica y sólida” (Cf. RISB 118).


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