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miércoles, 21 de marzo de 2012

Criterios pedagógicos en la formación sacerdotal

Integralidad del proceso
La formación en el Seminario consiste en un proceso de desarrollo integral y armónico de la personalidad del aspirante al sacerdocio el cual, de modo libre y consciente, se entrega generosamente a su propia formación humana, espiritual, intelectual y pastoral (Cf. FMP 171). De esta manera, el Plan de Formación pretende moldear el corazón del joven en armonía con las diversas dimensiones del proceso, sin dar prioridad a una sobre otra, sino definiendo los elementos intrínsecos que las interrelacionan y aplicándolos manteniendo su unidad, teniendo siempre el cuidado de abarcar todo el conjunto de la persona.

Carácter gradual y dinámico del proceso
Durante los años que el joven permanece en el Seminario, debe recorrer un largo proceso de maduración y desarrollo personal en distintos niveles. El carácter progresivo y gradual del proceso educativo que lo acompañará exige un despliegue, pedagógicamente escalonado, de los distintos elementos que integran el proceso de formación en su totalidad. “La formación del presbítero consiste en el dinamismo del diálogo entre la gracia de Dios y la libertad del que es llamado, mediante el cual va estructurándose la personalidad del presbítero” (FMP 170).

El carácter central del llamado al sacerdocio
La labor educativa del Seminario, por su esencia misma, implica el acompañamiento de personas concretas, poseedoras de una historia personal y familiar y ciertos rasgos que configuran su personalidad, personas que han hecho una opción y se adhieren a precisos ideales de vida. Es por ello que el proceso de formación “debe saber conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere alcanzar, la exigencia de caminar con seriedad hacia ella, la atención [...] al sujeto concreto empeñado en esta aventura y, consiguientemente, a una serie de situaciones, problemas, dificultades, ritmos diversos de andadura y de crecimiento” (PDV 61, e). Esto requiere de una sabia flexibilidad en el proceso, la cual no implica el transigir sobre los valores ni sobre el compromiso, sino que conlleva un sincero amor y respeto a las características personales del postulante al sacerdocio (Cf. PDV 61, e).

La corresponsabilidad en la formación
El aspirante al sacerdocio es el principal protagonista –necesario e insustituible– de su formación, responsabilidad que comparte con el resto de los involucrados en este proceso, responsabilidad que debe asumir con la libertad que le es propia como ser humano.
Ciertamente también el futuro sacerdote –él el primero– debe crecer en la conciencia de que el Protagonista por antonomasia de su formación es el Espíritu Santo, que, con el don de un corazón nuevo, configura y hace semejante a Jesucristo, el buen Pastor; en este sentido, el aspirante fortalecerá de una manera más radical su libertad acogiendo la acción formativa del Espíritu”(PDV 69, b). Sin embargo, asumir esta acción implica también reconocer las mediaciones humanas de que el Espíritu se sirve. Por lo tanto, la labor de los diversos educadores sólo puede resultar verdadera y eficaz si el futuro presbítero brinda su colaboración personal, convencida y cordial (Cf. PDV 69, b).

Las relaciones de auténtica comunicación en que se sustenta la formación

Todo proceso educativo es, en sí mismo, un fenómeno social y profundamente humano. Para que este proceso se realice de manera efectiva, es necesario que los participantes logren desarrollar entre ellos una auténtica comunicación que le permita a cada uno desempeñar su papel y también interrelacionarse.


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