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viernes, 23 de marzo de 2012

La espiritualidad propia del sacerdote diocesano

La espiritualidad propia del sacerdote diocesano
La obligación a buscar la santidad ocupa la primacía en el ser sacerdotal. El peculiar estilo de vida que configura el estatuto canónico de los sacerdotes es concebido como una derivación de la orientación del presbítero hacia la santidad.

Las normas contenidas en el CIC no se pueden reducir a indicaciones de índole moral y así el canon 276[1]conlleva un deber que contiene una vertiente jurídica[2].
Se elimina en este canon la referencia a una mayor santidad de los presbíteros en relación a los laicos de la que hablaba el canon 124 del CIC de 1917[3]en contraste con la afirmación conciliar de la llamada a la santidad de todos los fieles sin ninguna distinción[4].
El Papa Juan Pablo II lo expresa de una forma particularmente elocuente:
              “El Espíritu Santo recibido en el sacramento del orden es fuente de santidad y llamada a la santificación, no sólo porque configura al sacerdote con Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia y le confía la misión profética, sacerdotal y real para que la lleve a cabo personificando a Cristo, sino también porque anima y vivifica su existencia de cada día, enriqueciéndola con dones y exigencias, con virtudes y fuerzas que se compendian en la caridad pastoral”[5].
El radicalismo evangélico propio del presbítero no supone una superioridad en relación con otras formas cristianas de vivir la santidad, ni tampoco debe darse una asimilación al radicalismo específico de la vida religiosa, ya que los consejos evangélicos que el presbítero ha de practicar no se limitan a los tres clásicos de la pobreza, castidad y obediencia, que también ha de vivir como virtudes como expresiones de su seguimiento total de Jesucristo Cabeza, Pastor, Esposo y Siervo[6].
Existe una espiritualidad sacerdotal básica fundada radicalmente en la consagración y misión recibidas en el sacramento del orden. Es esa la línea de argumentación de Presbyterorum ordinis en sus números 12-14 en los que se presenta la unidad de vida como el ideal al que debe orientarse la conducta sacerdotal.
La Iglesia también indica en este canon algunos medios que los presbíteros deberán observar como ayuda para alcanzar la perfección[7], una serie de obligaciones que todo sacerdote deberá observar[8]: el desempeño de las tareas pastorales; alimentar la vida espiritual en la Sagrada Escritura y en la Eucaristía, con la invitación a la celebración diaria del sacrificio eucarístico; la obligación del rezo de la Liturgia de las Horas; la asistencia a los retiros espirituales y el consejo de realizar oración mental todos los días, el uso frecuente del sacramento de la penitencia y la particular veneración a la Virgen Madre de Dios[9].
Podríamos decir que estos medios que señala el canon son generales a la búsqueda de la santidad de todos los sacerdotes, pero ¿qué medios son específicos para esa búsqueda en el sacerdote diocesano?
A) La caridad pastoral
“Dentro de la comunidad eclesial, la caridad pastoral del sacerdote le pide y exige de manera particular y específica una relación personal con el presbiterio, unido en y con el Obispo, como dice expresamente el Concilio: 'La caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculo de comunión con los Obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio'”[10].
Con estas palabras el Papa Juan Pablo II se refiere a las relaciones que surgen en el presbítero, relaciones que emanan de la caridad pastoral, consecuencia de la consagración sacerdotal. Nos detenemos en ellas.
- Comunión Jerárquica
La Iglesia es sacramento de comunión y lugar de encuentro para los hijos de Dios, y en ella el sacerdote tiene una misión que realizar pero no individualmente, en solitario, sino de forma colegial. El Concilio antepone lo teológico a lo disciplinar al señalar que la necesaria ayuda de los presbíteros a los Obispos surge de la participación en el único sacerdocio de Jesucristo y es la unidad de consagración y misión la que les vincula sacramentalmente[11].
El Concilio pide tres cosas a los presbíteros con respecto a la relación con el Obispo: respeto porque han sido ordenados para ser colaboradores de él; afecto por la fraternidad sacramental que les une a ambos; y reverencia porque el Obispo posee la plenitud del sacerdocio[12].
Esto nos sitúa en línea de comunión jerárquica, a cuya base está la obediencia ministerial de los presbíteros al Obispo. El Concilio presenta esta obediencia como una gran exigencia en la vida del presbítero[13]. Esta obediencia no se trata de un consejo evangélico que se añada a la vida sacerdotal, sino que mira al correcto ejercicio del ministerio del presbítero y no solamente a la santificación de éste. La obediencia ministerial viene exigida por la consagración que es libremente aceptada por el presbítero con todas sus consecuencias[14].
Esta obediencia ministerial del presbítero no tiene su origen primero en las disposiciones canónicas, sino que las normas legales simplemente estructuran unas relaciones que tienen una base ontológica y sacramental, y, por tanto, las leyes son un cauce para su estructuración, pero no son su origen. La recepción del sacramento del orden introduce a los presbíteros en el ministerio de los Obispos, pero lo hace solamente de manera participativa y no en plenitud por lo que sitúa a los presbíteros en un plano de inferioridad. Así aparece en el Pontifical romano en la oración de consagración de la Ordenación presbiteral expresado con la fórmula de “sacerdotes secundi ordinis[15]y en la terminología conciliar con las expresiones: “próvidos colaboradores del orden episcopal y ayuda e instrumento suyo”[16]. Esta subordinación es creadora de comunión jerárquica[17].
Cooperar en la misión episcopal es contribuir con la ayuda a la obra en la que otro actúa como agente principal y cuyas directrices se acatan y secundan. Por tanto, obedecer, proveniente del término latino ob-audire, es hacer lo que de otro se escucha y esto es lo que la Iglesia siempre ha pedido a los presbíteros, la colaboración con el orden de los Obispos obedeciendo sus directrices[18]. Podemos señalar, a raíz de todo esto, que la obediencia ministerial alcanza al presbítero por definición[19].
Pero tal y como señala el Concilio esta cooperación no será completa si el presbítero no investiga, propone y expone aquello que ante Dios ha visto que es mejor para un momento o una situación, aunque siempre dispuesto a acatar la decisión del Obispo, que siempre tendrá la última palabra y que el presbítero estará dispuesto a cumplir con un espíritu de fe. Solamente así se dará una auténtica obediencia humana, libre, activa y responsable[20].
La obediencia del presbítero no es una docilidad ciega a cuanto dice el superior. Obediencia es cooperación, es trabajar juntos en el examen de situaciones, en la búsqueda de salidas, en la selección de medios, métodos, etc. hasta dar conjuntamente con una solución de los problemas, lo cual es inalcanzable con una obediencia ciega que podrá santificar al que la sigue, si lo hace de buena fe, pero que no aportará ninguna luz y ninguna ayuda al superior.
La comunión jerárquica está hecha de caridad y obediencia y ninguna de estas dos cosas puede faltar, incluso poniendo en primer lugar la caridad por la cual el presbítero está obligado a sugerir al Obispo todo aquello que, tras una reflexión madura, crea que puede aportarle alguna luz para el mejor gobierno de la diócesis. A veces, por honradez y por amor a la Iglesia, el sacerdote no puede decir “amén” a todo lo que propone su Obispo, sino que esa honradez le llevará a entablar un diálogo, a veces doloroso, para que éste pueda ver con más claridad lo que antes no veía. Y esto no ha de entenderse como una falta de obediencia. La obediencia comienza a obligar cuando el Obispo ha dicho la última palabra, pero mientras existe el diálogo ésta no está pronunciada aún y, por tanto, no se da desobediencia sino búsqueda[21].

- Fraternidad presbiteral
A las relaciones de comunión que unen a los presbíteros entre sí el Concilio las denomina como “intima fraternidad sacramental”[22]. Por el sacramento del Orden se crea una especial comunión entre aquéllos que participan del sacerdocio ministerial, así lo hará notar la Constitución Lumen Gentium al hablar de la unión de los sacerdotes entre sí[23].
El don de la vocación, la gracia de la Ordenación y la configuración con Cristo en orden a participar de su misma misión, son razones objetivas suficientes para la comunión sacerdotal. Son presupuestos cuya naturaleza teológica y espiritual están por encima de cualquier otro aspecto de naturaleza psicológica práctica o pastoral[24].
La unidad teológica de los presbíteros tiene como consecuencia que su fraternidad sea definida como sacramental, confirmando a la vez que entre ellos se establece un ligamen ontológico que llega hasta lo más profundo de su personalidad y transforma y estructura toda su existencia. Este ligamen no se puede reducir sin más al que se origina en el bautismo, sino que esta fraternidad, por la gracia típica del sacramento del orden y la imposición de manos del Obispo, hace a los presbíteros “servidores de comunión” hasta transformarlos en “expertos en comunión”[25].
Se podría afirmar, por una parte, que la pertenencia al ordo prebyterorumorigina una fraternidad sacramental entre todos los sacerdotes; y, por otra parte, que la pertenencia a un concreto presbiterio determina el ámbito donde normalmente deben poner en práctica esa fraternidad los que a él pertenecen. Esta exigencia no puede verse limitada por la natural afinidad que existe entre aquellos que son de un mismo lugar, así como tampoco por los roces de trabajo y convivencia que pueden llegar a excluir de la caridad sacerdotal a aquellos que tenemos al lado[26].
La pertenencia al ordo presbyterorum delimita los ámbitos de la unidad y la diversidad. La unidad debe ser en todo aquello que afecta al ministerio: el ejercicio del ministerio en una misma dirección fundamental, la fe, la moral, es decir, una unión con Cristo, por la fuerza del Espíritu (vida interior), en el trabajo común por la salvación de las almas. Y una diversidad desde el respeto en todos los aspectos de índole personal que afectan a la autonomía privada del presbítero: personalidad, modo de ser, criterios de acción y un respeto y apoyo a la espiritualidad propia. La verdadera fraternidad sacerdotal ama y respeta la pluriformidad, es decir, ama y respeta que el otro no sea como yo, no tenga mis gustos o preferencias. Los egoísmos o celotipias están en este punto fuera de lugar. Saber animar, acoger la labor de otros, apoyar y respetar la propia espiritualidad de los demás, son detalles necesarios de la caridad pastoral, y una manifestación imprescindible del verdadero espíritu de comunión y del respeto a la libertad fundamental de los demás[27].
- Fraternidad apostólica
El hombre es un ser relacional y por tanto la persona se hace desde las relaciones y se realiza en ellas. Al margen de las relaciones no existe la persona, podrán existir individuos, pero no personas. En estas relaciones son tres las constitutivas de una persona: la relación con Dios, la relación con los demás y la relación con el cosmos. De estas tres la relación con Dios se sitúa en lo más profundo del ser humano y condiciona las demás. El hombre está llamado a entrar en relación con Dios y para ello se requiere santidad en el hombre; santidad que se le confiere de una forma particular al sacerdote a través de la consagración, mediante la cual es apartado de lo profano para ser introducido en lo sagrado. Así el sacerdote por medio de esta consagración por el Orden sagrado tiene acceso a Dios para presentarle las ofrendas e inquietudes del Pueblo, y tiene también la capacidad ministerial para hacer llegar al Pueblo los dones de Dios[28].
La misión, por tanto, del sacerdote es esta: ser dispensador de los misterios de Dios ante los hombres y llevar las inquietudes y anhelos de los hombres ante Dios. El sacerdocio es un don carismático y de aquí que sea un don en relación a la comunidad[29].
Consagración y misión son dos realidades que están conectadas entre sí, ya que el sacerdote ha sido consagrado para ser enviado. Es un hombre llamado desde la comunidad para ser representante de Cristo ante la comunidad y hombre de fe, servicio y comunión en medio de ella[30].
El sacerdote es un enviado para “construir y edificar el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”[31]. Es ante la comunidad maestro, sacerdote y pastor, y es este servicio a la comunidad la principal característica de la espiritualidad del sacerdote diocesano.
Por la especial participación en el sacerdocio de Cristo, el sacerdote se configura con Cristo-Cabeza y le representa ante la comunidad. El ser signo de Cristo y estar configurado sacramentalmente con Él ante toda la comunidad es la fuente de una serie de actitudes que el sacerdote tiene que apreciar y buscar, actitudes que nos enumera el autor de la Carta a los hebreos[32]: la comprensión la acogida, la misericordia, el servicio, la solidaridad. Por eso el sacerdote debe configurarse con la forma de vida de Jesucristo, con su estilo, con sus actitudes, debe apreciar en su vida los valores que Jesús apreció, para de esta manera llegar a ser para los demás hombres un reflejo de Jesucristo. Su vida debe ser una manifestación, para los hombres de hoy, de quién es Jesús[33]. Al sacerdote se le pide que sea ante la comunidad un modelo del seguimiento de Cristo por su identificación con Él[34].
Todo en el sacerdote diocesano ha de estar impregnado de la caridad pastoral en relación a la comunidad que le haya sido encomendada, y al igual todas sus virtudes, que deben llevar la impronta apostólica:
- La pobreza sacerdotal del clero diocesano no es una pobreza de desapropiación, como la del religioso, sino una pobreza de desprendimiento de todo en función del servicio a la comunidad. El sacerdote que ama a los fieles que tiene confiados contempla sus necesidades y reparte con ellos lo que tiene. Se hace pobre porque sabe que cuando se ha dado todo se puede pedir mucho.
- La misma castidad es en el sacerdote disponibilidad total para el apostolado a favor de todos. El sacerdote diocesano no entrega el corazón a unos pocos, sino que su entrega es a todos por entero.
- Y en cuanto a la obediencia se trata de la renuncia a programar la propia vida para que pueda ser programada a favor de la acción pastoral, a favor de las necesidades de los fieles. Se podría decir que el sacerdote diocesano vive en función de su comunidad. La obediencia sacerdotal es disponibilidad apostólica, es reconocer que en el campo de la pastoral la comunidad tiene todos los derechos sobre el pastor.
El sacerdote diocesano, por tanto, es un “hombre público” al cual todo el mundo tiene derecho a recurrir en busca de unos servicios pastorales y espirituales. Su misión es servir a la comunidad desde el ministerio de la palabra, del culto y de la dirección como especial colaborador del orden episcopal. Por tanto al sacerdote diocesano más que pedirle que sea especialista en algo concreto, se le pide y exige que sea competente en todo lo referente al cuidado pastoral de la comunidad[35].
B) Centralidad Eucarística
“El sacerdocio ministerial o jerárquico, el sacerdocio de los Obispos y de los presbíteros… está en relación muy estrecha con la Eucaristía. Esta es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido, efectivamente, en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella… El sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en toda su plenitud celebrando la Eucaristía”[36]
La Eucaristía es el encuentro íntimo y personal de Cristo glorificado con los cristianos aún peregrinos. Cristo está presente en ella desde el primer momento como sumo sacerdote que se ofrece a sí mismo por nosotros y como ministro principal; y es Él mismo el que se nos da en alimento. El sacramento eucarístico es acción de Jesús y, por tanto, es inseparable de su persona en cuanto contenido del sacramento, la presencia real de Jesucristo, pero también en cuanto agente principal de esa acción sacramental[37].
La capacitación para la plena actualización de este sacrificio, que Cristo ha entregado a su Iglesia para que lo actualice, se recibe por el carácter de la Ordenación sacerdotal. En el presente Jesús realiza un sacrificio por el ministerio de los sacerdotes[38]que actúan in persona Christi[39]. En el altar el sacerdote debe saberse y experimentar la cercanía de Jesucristo, que se deja tocar por sus manos, y debe sentirse muy identificado con Él, en cuya persona actúa.
Pero conviene también recordar que la Eucaristía es un memorial del sacrificio redentor de Cristo y que, por tanto, no se trata simplemente de una presencia subjetiva en la conciencia del que celebra, sino que se trata de un memorial que es actualización objetiva de lo que fue realidad en la cena y en la cruz y que ahora es realidad en la obra y en las palabras rituales de la Eucaristía[40].
Además si el sacerdote quiere ser fiel al imitamini quod tratatis del Ritual Romano su entrega en la celebración de la Eucaristía ha de ser tan sincera e intensa y tan duradera como la del propio Jesucristo, no siendo suficiente con la corrección externa e interna en la celebración litúrgica. Esta entrega además de sincera, intensa y duradera ha de ser también universal como es la de Cristo, el cual no excluye a nadie de su sacrificio.
El ministerio eucarístico hace necesaria la comunión del sacerdote en la intención y en los sentimientos de Jesucristo, en la sinceridad y totalidad de su entrega. Debe darse una profunda comunión de vida entre el sacerdote que actúa como mediación de la donación eucarística, y el propio Jesucristo[41], “sacerdote, víctima y altar”[42]en el sacrificio de la Eucaristía.
Así el sacerdote, en la comunión con Cristo que se entrega por nosotros, participa en el amor pastoral del Señor y de esta forma preside la comunidad en torno a la mesa eucarística. La configuración sacramental con Jesucristo realizada por medio de la Ordenación se alimenta y expresa de una forma singular en la Eucaristía[43].
El sacerdote es el “hombre de la Eucaristía” ya que solamente él puede presidir su celebración. Jesucristo ha querido servirse del sacerdocio ministerial para hacerse víctima bajo los signos eucarísticos. Cristo, sumo Sacerdote, se sirve de la inteligencia, la voluntad y los labios del sacerdote para hacerle pensar, querer y pronunciar la afirmación: esto es mi cuerpo[44].
La Eucaristía es el sacramento capaz de suscitar y de hacer crecer en los sacerdotes el celo apostólico que recibieron por la imposición de las manos el día de su Ordenación. Así como el bautismo se confiere en orden a un posterior crecimiento en la fe, el sacerdocio se da en función de un constante crecimiento en el amor y en el celo apostólico. Y así aparece la Eucaristía que unida de forma inseparable al sacerdocio ministerial fortalece la debilidad humana del presbítero; hace posible la entrega generosa de unos hombres que se deciden a ser puro don en la Iglesia; y posibilita que el presbítero se sepa acompañado por la presencia personal de Jesucristo y, de este modo, no le “venza” la soledad sacerdotal[45].
Para que todo esto pueda convertirse en una realidad en la vida y espiritualidad del presbítero, éste no debe limitarse a oficiar la Eucaristía, no es suficiente con que ponga sus manos y su voz al servicio del rito litúrgico; el presbítero tiene que celebrar la Eucaristía, tiene que abrirse al misterio de la transformación que se da en ella[46].
La Eucaristía supone una gran lección y a la vez una gran ayuda para el presbítero. Se produce una transformación y elevación de lo humano[47]. Pero no basta “mantenerse en lo adquirido” sino que hay que progresar, dice Juan Pablo II en la Carta a los Obispos, sobre el ministerio y culto de la Eucaristía, el Jueves Santo de 1980.
Por tanto si la Eucaristía es el sacramento del continuo crecimiento de la vida cristiana para todos los fieles, tiene que serlo, de igual manera, para la vida y las actitudes del presbítero. Por medio de su celebración los sacerdotes deberán crecer en la intimidad personal con Jesucristo, en la obediencia a Él, en el amor fraterno y el amor a la cruz.

Conclusión
Hemos visto en este capítulo cómo el CIC recoge el derecho de todos los fieles cristianos a escoger su propia forma de espiritualidad. Este derecho igualmente aplicable al presbítero que además se completa con la búsqueda de santidad mediante las opciones que el Código señala y aquellos otros medios que la propia espiritualidad del presbítero conlleva.
La propia espiritualidad supone que el presbítero puede escoger, dentro de lo que la Iglesia aprueba y propone, el dónde y el cómo desarrollar y vivir su propia vocación sacerdotal. Un lugar importante y fundamental será el presbiterio diocesano como primer lugar de desarrollo de la caridad pastoral del sacerdote. El sacerdote deberá tener clara conciencia de que estar en la Iglesia particular supone un elemento calificativo para la vivencia de una espiritualidad cristiana[48]. La condición de incardinado se presenta así como una potencialidad suficiente para vivir la santidad. Pero la suficiencia no implica una exclusividad y pueden existir otros medios que ayuden y enriquezcan la vida del presbítero[49].
Pero también, y así lo confirma el Concilio Vaticano II, las asociaciones clericales son lugares especiales para vivir y desarrollar esa vocación, lugares que han de ser acogidos con entusiasmo en el presbiterio diocesano puesto que pueden fortalecerlo. Al hablar del respeto a la propia espiritualidad surge el tema del respeto y el apoyo en el presbiterio de aquellos miembros de éste que buscan su propia santidad en la pertenencia a una asociación clerical.
Las asociaciones de clérigos, prestando sus servicios a los miembros que las componen, extienden a la vez sus beneficios a todo el presbiterio diocesano; lo asociativo y extra-asociativo se influyen mutuamente, llegando a un beneficio recíproco. La unidad del presbiterio, en base a esto, no se rompe, sino que queda reforzada, ya que la diversidad de carismas no impide esta unidad sobrenatural del presbiterio, sino que, más bien, la fomenta y confirma[50].
El servicio al presbiterio, más que un elemento de las asociaciones de clérigos, es una manifestación de que fueron asumidas las directrices marcadas en la Presbyterorum ordinis. Y de esta forma las asociaciones de clérigos que, a través de la ordenación de la vida y la ayuda fraternal, buscan la santidad de vida de sus miembros en el ejercicio del ministerio sacerdotal, están sirviendo al presbiterio diocesano[51].
Por tanto el sacerdote puede buscar su propia santidad en estas asociaciones clericales sin que nadie se oponga a ello. No se puede tener el presbiterio diocesano como el lugar absoluto y único para ejercer el ministerio sacerdotal. Los Obispos deben estar abiertos a las necesidades universales de la Iglesia y a la opción de sacerdotes que deseen entregar su vida y ministerio a esta misión universal en una asociación clerical.



[1] Cf. CIC 83 c. 276: “§ 1. In vita sua ducenda ad sanctitatem persequendam peculiari ratione tenentur clerici, quippe qui, Deo in ordinis receptione novo titulo consecrati, dispensatores sint mysteriorum Dei in servitium Eius populi”.
[2] Cf. J. de Otaduy, Comentario al canon 276, in: AAVV., Comentario Exegético al Código de Derecho Canónico, Pamplona 2002, 331.
[3] Cf. CIC 17 c. 124: “Clerici debent sanctiorem prae laicis vitam interiorem et exteriorem ducere eisque virtute et recte factis in exemplum excellere”.
[4] Cf. LG 40.
[5] PDV 27.
[6] Cf. Ibid. 28-30.
[7] La Congregatio Pro Clericis, en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, puntualiza la relación de medios adecuados para la vida espiritual del presbítero, y remite en cada caso a los textos del magisterio reciente.
[8] Cf. J. de Otaduy, Comentario al canon 276, o.c., 333-334.
[9] Cf CIC 83 c.276: "§ 2. Ut hanc perfectionem persequi valeant:
1° imprimis ministerii pastoralis officia fideliter et indefesse adimpleant;
2° duplici mensa sacrae Scripturae et Eucharistiae vitam suam spiritualem nutriant; enixe igitur sacerdotes invitantur ut cotidie Sacrificium eucharisticum offerant, diaconi vero ut eiusdem oblationem cotidie participent;
3° obligatione tenentur sacerdotes necnon diaconi ad presbyteratum aspirantes cotidie liturgiam horarum persolvendi secundum proprius et probatos liturgicos libros; diaconi autem permanentes eandem persolvant pro parte ab Episcoporum conferentia definita;
4° pariter tenentur ad vacandum recessibus spiritualibus, iuxta iuris particularis praescripta;
5° sollicitantur ut orationi mentali regulariter incumbant, frequenter ad paenitentiae sacramentum accedant, Deiparam Virginem peculiari veneratione colant, aliisque mediis sanctificationis utantur communibus et particularibus”.
[10] PDV 54.
[11] “Los Obispos, por el don del Espíritu Santo que se ha dado a los presbíteros en la sagrada Ordenación, tienen a éstos como necesarios cooperadores y consejeros en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al pueblo de Dios” (PO 7).
[12] Los presbíteros, por su parte, considerando la plenitud del Sacramento del Orden de que están investidos los Obispos, reverencien en ellos la autoridad de Cristo, supremo Pastor. Estén, pues, unidos a su Obispo con sincera caridad y obediencia. Esta obediencia sacerdotal, ungida de espíritu de cooperación, se funda especialmente en la participación misma del ministerio episcopal que se confiere a los presbíteros por el Sacramento del Orden y por la misión canónica” (Ibid.)
[13] Cf. PO 15.
[14] Cf. I. Gómez Varela, Espiritualidad del sacerdote diocesano, Madrid 1988, 175.
[15] Cf. CCDDS, Pontifical romano, Rito de la Ordenación sacerdotal, nº 159.
[16] PO 2; LG 28.
[17] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 187.
[18] “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Heb. 13, 17)
[19] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 200.
[20] Cf. J. Mª. Iraburu, Exigencias espirituales en la vida del presbítero, in: AAVV., Teología del sacerdocio, 7, Burgos 1975, 427.
[21] Cf. J. Esquerda Bifet, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid 1976, 213-214.
[22] “Los presbíteros, constituidos en el orden del presbiterado, se unen entre sí por la íntima fraternidad sacramental” (PO 8); cf. LG 28.
[23] “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los Presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad” (LG 28).
[24] Cf. C. Bertola, Fraternidad sacerdotal. Aspectos sacramentales, teológicos y existenciales, Madrid 1992, 35.
[25] Cf. M. Marini, La nostra comunione presbiterale, in: AAVV., La parolla nella citta, Bolonia 1982, 52.
[26] Cf. A. Suquía, Unión de los presbíteros con el Obispo y entre sí, in: AAVV., Espiritualidad y presbiterio, Madrid 1988, 110-112.
[27] Ibid.
[28] Cf. A. Vanhoye, El mensaje de la Carta a los Hebreos (Cuadernos Bíblicos 19), Navarra 1982, 12-14.
[29] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 243.
[30] Cf. E. Royón Lara, Dimensiones de una espiritualidad sacerdotal, in: Revista Manresa 57, nº 224, 1985, 193-202.
[31] PO 12.
[32] Cf. Heb. 12, 17.
[33] Cf. E Royón Lara, o.c., 179.
[34] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 244-245.
[35] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 249-250.
[36] Cf. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae (24-II-1980), in: AAS 72 (1981), nº 2.
[37] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 107.
[38] Cf. H. Denzinger- P. Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Barcelona 2000, 541.
[39] Cf. Dz, 445.
[40] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 108.
[41] Ibid.
[42] Misal Romano, Prefacio Común IV.
[43] Cf. R. Blázquez, La Eucaristía, expresión plena y alimento de la caridad pastoral, in: Comisión Episcopal del Clero, Eucaristía y Caridad Pastoral, Madrid 2000, 56.
[44] Cf. J. Mercier, La vida interior: llamamiento a las almas sacerdotales, Barcelona 1940, 130.
[45] Cf. I. Gómez Varela, o.c., 103-104.
[46] Ibid.
[47] Cf. DC 7.
[48] Cf. Ibid., 31.
[49] “En el caminar hacia la perfección pueden ayudar también otras inspiraciones o referencias a otras tradiciones de vida espiritual capaces de enriquecer la vida sacerdotal de cada uno y de animar el presbiterio con ricos dones espirituales” (PDV 31).
[50] Cf. Acta Synodalia, Apendix, 664.
[51] Cf. R. Rodríguez-Ocaña, Las asociaciones sacerdotales en la perspectiva del Vaticano II, in: AAVV., Espiritualidad y presbiterio, Madrid 1988, 63-64.


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