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viernes, 28 de septiembre de 2012

¡Obediencia dialogada, pobreza remunerada y castidad acompañada!

Por Luis Alva

Obediencia dialogada

Como seminarista y ahora como diácono, me causa curiosidad la obediencia con adjetivo, es decir, “obediencia dialogada”. Entiendo por esto, que el obispo o el superior tiene que escuchar el “parecer” del sacerdote, religioso o seminarista ante un mandato hecho por éste, y viceversa. Es razonable, oportuno y necesario el diálogo en esta situación. No se obedece “a ciegas”, como también nadie ejerce la autoridad de mandato, del mismo modo. El diálogo es fundamental en cualquier situación donde se dan relaciones humanas, sobre todo en una comunidad donde existe un régimen jerárquico-comunional.
 
El “por qué” y el “para qué” de la obediencia ha quedado más o menos claro cuando en el día de la ordenación el candidato responde: “sí, prometo”, al interrogante: “prometes obediencia a mí y a mis sucesores”, hecha por el obispo. Ahora, el “cómo” de la obediencia ha sido motivo de muchas reflexiones y presupuesto, algunos para recobrar sentido han propuesto nuevas formas de entender a obediencia, y la obediencia dialogada es una de ellas. Dado que los grandes valores en el hombre sacerdote no se improvisan, precisan de una especial formación-atención de seminarista. Respecto a esto, señala el Concilio: con singular cuidado edúqueseles en la obediencia sacerdotal, en el tenor de vida pobre y en el espíritu de la propia abnegación, de suerte que se habitúen a renunciar con prontitud a las cosas que, aun siendo lícitas, no convienen, y a asemejarse a Cristo, morir por obediencia al Padre en la cruz (Cf. OT 9).

En esta línea, el Papa Benedicto XI exhortaba a los seminaristas presente en la JMJ en Madrid, a vivir una “obediencia sincera y sin disimulo”. Primeramente, se trata de irse educando en entregar la vida por amor y en obediencia, médula de la identidad sacerdotal. Obedecer al estilo de Jesucristo, que consiste en someterle la propia voluntad en una respuesta desbordante de amor, por amor a él y a los hermanos. La obediencia debe ser activa, creativa, responsable, desbordante; no se debe quedar en el mero cumplimiento farisaico, ni nacer del miedo; no es calculadora, obliga a salir de uno mismo y es fuente de maduración para configurarse y aprender a amar como Cristo. Por último, el vivir en obediencia entregando la propia libertad, reclama del futuro sacerdote una conciencia lúcida sobre sí mismo y una libertad suficientemente purificada de falsas motivaciones y dispuesta a ser vivida en oblación[1].

En este sentido, se precisa redescubrir ciertos valores fundamentales que ayuden a la vivencia de la obediencia. Así como para decir la verdad, se precisa del uso de la libertad, la virtud de la obediencia, precisa de otras virtudes para su plena realización, principalmente la virtud de la disponibilidad, de la entrega, de la humildad, y del desprendimiento. La disponibilidad es el fruto espontáneo y natural del desprendimiento de sí mismo y de las cosas. El desprendimiento de sí engendra la Humildad, virtud de los hombres verdaderos, y el desprendimiento de las cosas, la pobreza, actitud básica de los que siempre confían y esperan, y ambas virtudes, hacen posible la libertad de espíritu al servicio del reino en disponibilidad absoluta e incondicional[2].

Sin duda, que un seminarista disponible (entregado, humilde y desprendido), será en el futuro, un sacerdote obediente. Por esto, en los Seminarios se debe poner especial atención a estas virtudes. Y “entiendan con toda claridad los seminaristas que su destino no es el mandato ni son los honores, sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral” (OT 9). La desobediencia o su equiparado “obediencia a mi manera” es uno de los grandes problemas en los presbiterios diocesanos, desde párrocos que no quieren dejar la parroquia aludiendo a su temporalidad del ejercicio, hasta sacerdotes que se excusan para no ser enviado a comunidades de “misión”. Las consecuencias de esto la reciben los fieles.

Por último, antes que hablar de “obediencia dialogada”, es mejor (mi opinión personal) hablar de obediencia cordial. Nuestra obediencia ha de ser obediencia cordial, no con el fin de un deber, sino por voluntario ofrecimiento. Por lo tanto, hemos de estar dispuestos siempre y en todo, pero con cordialidad, sin necesidad de mandato, exhortaba Don Manuel Domingo y Sol a sus Operario[3].Y como decía el Papa: “Aprended de Aquel que se definió así mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a vosotros mismo, sino que con vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos…”[4].
 
Pobreza remunerada…Muy pronto!


[1] Cf. García, ANDRES, Ser prolongadores de la misión, En: Revista Seminarios, Vol. LVIII/203, 2012, pp. 32-34.
[2]Cf. García, Julio, Disponible, En: Perfil del Operario. Diez rasgos esenciales, pp. 27-28.
[3]Escritos I, 5°, 26.
[4]Benedicto XVI, Homilía en la Misa con los seminaristas de la JMJ en Madrid.


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