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lunes, 17 de diciembre de 2012

Un año que se va, un año que se queda!


Por Seminarista Yohan Solórzano
Seminario Jesús, Buen Pastor
Arquidiócesis de Ciudad Bolivar

Apreciamos en nuestro caminar, discernir y formar los valores que nos dan desde plena libertad los seres humanos que nos guían para alcanzar nuestra máxima felicidad, en este caso el hecho del sacerdocio. Mis apreciados hermanos seminaristas del mundo, no es nada fácil encontrarse con tantas cosas y experiencias que nos ablandan y endurecen nuestro caminar, sin embargo sabemos que en Dios alcanzamos y logramos lo que nos proponemos cuando lo hacemos con naturalidad y libertad.

Un año se nos va rápido cuando miramos atrás, pensamos en lo que vivimos y en lo que vendrá, pensamos en la vida y en esto que nos marcará aunque no lleguemos completamente a la entrega total del sacerdocio ministerial. Dios quiere ciertamente algo de nosotros pero en nosotros mismos guiados por el espíritu está el descubrir  eso que llamamos misión, entrega, educación y evangelización. En un año de nuestra vida queda:

Ø  Tristeza, por la pérdida de algún ser querido, por no lograr terminar los estudios como quisiéramos, por no responder como quisieran o por las experiencias duras (personales o familiares) que se presentan en nosotros.

Ø  Evaluación, en sentido personal o grupal. Es decir, revisamos nuestro modo de vivir y obrar, ¿en qué pensé cuando paso aquello o esto?, ¿de verdad Dios quiere esto de mi?, ¿hasta dónde estoy dispuesto a llegar?, y así sucesivas preguntas que nos ayudan a descubrir nuestro mañana y nuestro futuro.

Ø  Fuerza, porque podemos lograr superar muchas cosas (pruebas, obstáculos, sentidos, exámenes, misiones, etc.). fuerza porque somos capaces de llegar más allá si no nos cerramos en nuestro caparazón –yo interior-. Quizás cueste mucho superar las cosas que más nos marcan pero no es difícil.

Ø  Alegría, por éxitos de otros y de nosotros mismos, por los momentos que compartimos con los demás, por las comunidades en donde vamos y damos testimonio de la verdad, por conocer los lugares donde decimos ¡la creación de nuestro Padre Dios es perfecta!, porque compartimos la fraternidad sin mascaras y rencores, porque descubrimos y valoramos el sentido de la hermandad.

Ø  Satisfacción, por nuevos rostros en nuestras vidas, por que otros descubren con nuestros gestos y palabras que vale la pena optar por Cristo, María, y el amor de Dios. Por lo que intelectualmente podemos conocer y a la vez enseñar.


Nos damos cuenta, revisando un año, que tenemos tan sólo una vida para poder dejar huellas en otros con nuestro testimonio, nuestra forma de creer, valorar y enseñar. Sentimos que la familia es base fundamental en nuestro discernir vocacional. Conocemos que no es este el único modo de vivir sino que hay otras formas de cómo Dios nos llama a cumplir una determinada misión en nuestra existencia.


Quizás la vida no es tan fácil como quisiéramos pero así lo quiere Dios. Debemos pensar en un momento en su Santa Voluntad, con desprendimiento absoluto de nosotros mismos, siguiendo aquello en que nos inspira Dios confiar y batallar. La sociedad de hoy quiere hombres verdaderamente preparados, quiere hombres de fe. La Iglesia necesita de hombres que defiendan la postura de nuestra creencia, opta por los hombres de Valor, cree y confía en nosotros que como seminaristas y futuros sacerdotes.


Hay cosas que no entendemos, esto en postura negativa, el hecho de que haya sacerdotes en contra de nuestra forma de vivir y pensar, a veces quisieran que fuésemos como ellos o que pensemos como ellos, pero no. Nos cuestiona y sorprenden los anti testimonios, tanto de laicos como de sacerdotes, pero nosotros estamos más que por ellos, por la Iglesia, por aquello que quiso Jesús. Quisiéramos de verdad que todo fuese como lo profesamos pero nuestros valores, concepciones, ideales, caracteres y temperamentos no dejan que cumplamos eso que decimos. Otras religiones, que se desprenden de la nuestra son más considerables, más abiertas pero con sus normas.


Es necesario que día a día, nosotros hoy seamos la diferencia. Aunque los santos estén completos y los intelectuales sean muchos, nosotros nos impregnemos de ellos para fundamentar nuestra fe y nuestra existencia. La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para que nosotros desde la fe y la experiencia podamos dar credibilidad de la existencia del Dios verdadero en quien creemos, vivimos y morimos. No cabe duda de que nos toca hacerlo bien y de corazón, que amemos esto y creamos en nosotros mismos.


Hay muchos lemas que nos entusiasman y muchos testimonios que nos fortalecen, por eso jóvenes hermanos seminaristas, animo. La vida sigue y la Iglesia cuenta con nosotros.


Cristo vale la pena y vale la vida.


Atte. Yohan Solórzano

2º año de teología

Ciudad Bolívar 16-12-2012


jueves, 13 de diciembre de 2012

La homilía de mi ordenación sacerdotal!


POR MONS. ANGEL FRANCISCO PIORNO
Obispo de Chimbote Perú

El primero de Diciembre me ordené sacerdote en la Catedral de Chimbote - Perú, por manos de monseñor Ángel, obispo de la diócesis de Chimbote, y gusté tanto de la homilía que hoy quiero compartir con ustedes hermanos seminaristas.

Querido Luis Paúl, Queridos Sacerdotes, Queridas hermanas Religiosas, Queridos Padres y Hermanos de Luis Paúl, Queridos Hermanos:

El servicio del Presbítero a La Comunidad Cristiana es un tesoro en vaso de arcilla. Este pensamiento constituye una de las afirmaciones de San pablo sobre el Ministerio y de él se derivan importantes consecuencias para la espiritualidad.

1.      Un sacerdote es, en primer lugar, un TESORO para la Iglesia, porque a a través de su ministerio se hace presente en medio de la comunidad la Palabra de Dios, la Eucaristía del señor y el impulso renovador del Espíritu Santo. A través de su ministerio se realiza la reconciliación de los cristianos entre sí y con Dios. A través de su ministerio se talla la fe de los creyentes, se gesta la cohesión interna de los grupos cristianos y se descubre y cultiva la vocación de los seguidores de Cristo de servir a la sociedad haciéndola más libre, más fraterna y más dichosa. Por esto, un sacerdote es un TESORO para la comunidad.

2.      Pero un sacerdotes es un tesoro en VASO DE ARCILLA, como nos recuerda 2Cor 4,5-7.La humanidad, tu humanidad, LUIS PAÚL, es un vaso de arcilla que contiene, vela y desvela el tesoro de tu Ministerio. Un vaso de arcilla es, en primer lugar, un recipiente modesto. No es un vaso de oro, ni de plata. Es simplemente barro cocido. No nos permite entrever el valor que lleva dentro de sí. Un Sacerdote es una persona con limitaciones físicas, con deficiencias psicológicas y con fallas morales. Le tienta el orgullo, la ambición, la lujuria, la violencia, el deseo inmoderado de bienes materiales y de confort. Sus buenas cualidades están entreveradas con sus defectos.

3.      El VASO DE ARCILLA, además es extremadamente frágil. Se quiebra con facilidad y, al quebrarse, compromete en cierta medida la eficacia salvadora del tesoro que lleva en sí. De ahí la importancia de cuidar este vaso con mucha precaución. El Presbítero tiene que saber que al ser llamado recibe un tesoro que debe cultivar a través de una fidelidad atenta y servicial.

Dios a querido, quiso, que el tesoro del Ministerio Sacerdotal fuera envasado en un recipiente de arcilla. No deja de ser sorprendente y casi extraña esa tenacidad de Dios en trasmitir su salvación a través de medios limitados y humildes.

San Pablo nos da la clave para entender esta conducta de Dios: así se ve con mayor claridad que la fuerza de estos hombres es Fuerza de Dios. Y esta clave conduce a Pablo a una conclusión verdaderamente desconcertante: “Si la fuerza de Dios llega a la cumbre en la debilidad del Apóstol, gustosamente me seguiré apoyando en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9-10).

Tus limitaciones interiores y dificultades exteriores, querido LUIS PAÚL, lejos de ser un obstáculo para la eficacia de tu ministerio han de ser cauce y vehículo de la fuerza salvadora de Cristo. Él te llamó, como nos recuerda el Evangelio de San Marcos (Mc 3,13-19), con todo lo que eres y tienes y Él no te retirará su confianza porque seas débil e incluso pecador, con tal que sepas reconocer humildemente tu debilidad, aceptarla con paz en aquello que no puedes evitar y procurar subsanarla en aquello que puedes mejorar. Dios no se escandaliza de nuestras limitaciones y ha llamado al Ministerio no a superdotados, ni a superhombres, sino a criaturas de carne y hueso.

El sentimiento de desproporción entre nuestro ministerio y nuestra persona, ha de ser vivo en todo sacerdote sincero y realista. No sólo somos conscientes de la distancia que existe entre lo que decimos y lo que hacemos. Sabemos, además, que toda nuestra preparación, nuestro ingenio, nuestra simpatía, toda nuestra capacidad de amar y de crear no son capaces ni siquiera de un pequeño soplo de salvación.

Además de la distancia moral entre lo que hacemos y decimos, está la otra distancia, la distancia ontológica entre nuestra actividad humana y la salvación divina.

En este inmenso desnivel entre el valor del Tesoro y la calidad de la vasija, a ti querido LUIS PAÚL, te corresponde poner amor. Has optado por el Sacerdocio porque amas con todo tu corazón y con toda tu alma a Jesucristo y porque quieres prestarle tu humanidad para que Él, a través de ti. Hable, actúe, goce y sufra en su comunidad, en su Iglesia.

4.      La tarea que hoy asumes como Presbítero será de actualizar para la comunidad cristiana la Cena Pascual del Señor en la Eucaristía y prolongar la entrega eucarística de Jesús en el servicio humilde a la comunidad cristiana y a sus miembros débiles. Hoy el Señor te coloca, por la acción del Espíritu Santo, al frente de la comunidad. Es un servicio tanto más abnegado cuanto más elevado. Es prolongación del servicio sacerdotal de Cristo que se abajó tanto más cuanto mayor es su Señorío sobre el mundo. L forma de servicio que hoy asumes descarta la arrogancia y el protagonismo, ya que eres enviado en nombre de Cristo a evangelizar a los pobres, a vendar los corazones desgarrados, a pregonar a los cautivos su liberación y a los reclusos su libertad, y a proclamar un año de gracia de Yavhé. Esta tarea profética te va a exigir un servicio sin libro de reclamaciones y te pedirá que silenciosamente cargue los fardos de los demás. La gente te pedirá mucho más de lo que puedes ofrecer. La mayoría te querrá mientras te necesite y te olvidará cuando no te necesite. En más de una ocasión te preguntarás: “Yo, que todo el día me preocupo de los demás. ¿Quién se preocupará de mí? ¿Quién me consolará? ¿En qué hombros podré yo reclinar mi cabeza? Pues bien, en el hombro de Jesucristo, en el hombre de tu obispo, en el hombro de tus hermanos Presbíteros que el día de hoy te acompañan. Ahí recuperarás el aliento para seguir sirviendo, no desde arriba como lo hacen los príncipes, sino desde abajo como un siervo humilde y sufriente. Sólo quien ha experimentado en alguna medida que servir es fuente de libertad y de alegría, asume responsablemente el servicio sacerdotal.

5.      Querido LUIS PAÚL, tu ordenación nos alegra a todos; alegra a tus padres y hermanos que tanto han contribuido a consolidar tus opciones y alegra a la Hermandad que te acogió. Pero, sobre todo, alegra a Jesucristo que se siente seguido, amado y testificado de manera relevante entre los suyos. Que esta alegría sea para ti el regalo duradero del Espíritu Santo que hoy has recibido.

Que la Virgen María te enseñe el abandono confiado, sin reserva alguna, de tu presente y de tu futuro en Dios. Cuando se nos llama a una tarea difícil, nace en nosotros todo un mundo de temores: ¿Podré? ¿Valdré? ¿Resistiré? Ellos constituyen esa reserva cautelosa que nace del noble instinto de conservación. La fe de María consistió en la victoria sobre esa reserva y esos temores. Ella se puso en manos de Dios y fue capaz de decir: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38).

No quisiera terminar esta reflexión sin invitarles a todos ustedes a volver la mirada del corazón a la Virgen María, para dejar a LUIS PAÚL bajo su protección y amparo. Que se ella, querido LUIS PAÚL, la que te enseñe a manifestar al mundo a Jesucristo, el fruto bendito de su vientre.

Que así sea.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Afecto entre el formador y el seminarista!


Por Roberto Ávila Rangel
Publicado Por Almas A.C.

Como sabemos, los afectos (emociones, sentimientos, pasiones, estados de ánimo, etc.) forman parte de nuestra vida. En el seminario, la formación se verá permeada por el clima o ambiente afectivo del mismo. Sin embargo, puede pasar que todo este mundo de lo emocional quede desatendido, privilegiándose más lo intelectual. El problema es que si el formador, debido tal vez a su historia o manera de crianza, no puede poner los medios para que haya un buen clima afectivo entre él y los seminaristas, la labor pedagógica se dificulta o bloquea seriamente.
Sin duda alguna, ser formador en un seminario no es una labor sencilla. Si bien existen dificultades de diversa índole, tal vez lo que más causa “dolores de cabeza” es el aspecto de las relaciones humanas. Todo lo que se “mueve” a nivel afectivo, ya sea de manera consciente o inconsciente, va a influir en la menor o mayor calidad del proceso formativo.
Es aquí en donde el formador necesita de cierta sensibilidad afectiva, para detectar lo que sucede en ese nivel emocional. Como ya decíamos, no todo se puede ver de manera clara y explícita, por lo que un aspecto fundamental es mantener una moderada observación del entorno afectivo del seminario.
Sin embargo, como bien dice el dicho, “nadie da lo que no tiene” o, podríamos decir en este caso, “nadie da, lo que no ha trabajado en sí mismo”. Para desarrollar una sensibilidad en cuanto a lo afectivo que se “mueve” en el seminario, es necesario que el formador esté en contacto con sus propias emociones, distinguirlas, así como desarrollar la habilidad para saber identificar hasta qué punto le están facilitando, dificultando o impidiendo la relación con los seminaristas.
La historia personal, la manera en que el formador fue criado en la infancia o, más adelante, formado para el sacerdocio, afectarán su manera de vincularse con los jóvenes del seminario en el que ahora se encuentra sirviendo. Hay ciertas actitudes en su relación con los seminaristas que pueden indicar la necesidad de trabajar con la historia personal y las propias emociones:
  • •Antipatías sin motivo aparente. Por ejemplo, puede ser que sienta rechazo por un seminarista; simplemente, todo lo que hace ese joven es malo (no se puede ver nada bueno en él).
  • •Simpatías exageradas. Por ejemplo, el formador siente especial empatía por dos seminaristas, al punto de tener preferencias y dedicarles más tiempo sin necesidad de que sea así.
  • •Frialdad en el trato. Este aspecto puede camuflarse y hasta pasar por algo virtuoso: “es muy desapegado”, sin embargo, en el fondo hay dificultad cierta evitación del vínculo afectivo.
  • •Excesiva rigidez en su manera de disciplinar. Si bien la disciplina es un elemento esencial de cualquier proceso formativo, tal vez el formador mantenga una postura tan rígida que genera agresión permanente en los seminaristas. La situación suele salirse de control.
  • •Laxitud en su manera de disciplinar. Es el otro extremo del punto anterior. En este caso no hay establecimiento de límites. El formador es percibido por los seminaristas como “amigo” (lo cual no es malo en sí mismo), pero no como autoridad.
Estos son algunos aspectos en los que el formador puede poner atención, pues tal vez hay factores emocionales relacionados con su historia personal y que afecten negativamente la relación y el clima emocional. En caso de que se detecten estas situaciones se puede recurrir a nivel individual a la introspección, aunque también se necesita la retroalimentación de otras personas, como podría ser un compañero formador. En el caso de que la situación sea más problemática, tal vez sea bueno recurrir a el acompañamiento psicológico o pedagógico.
Para reflexionar: ¿Reconozco alguna de estas actitudes en mi relación con los seminaristas? ¿Cuál exactamente? ¿Qué relación podría tener ello con mi historia personal?
Para profundizar:  Linn, Mathew, et al, Cómo sanar las ocho etapas de la vida: la curación de los recuerdos por medio de la oración, México: Grupo Editorial Patria, 2004.