Por Luis Alva
Tengo aquí en mis manos un librito, que es una auténtica joya espiritual, que se titula: “Cartas de una madre a su hijo sacerdote”. Al leerlo no cabe si no un comentario: ¡La mujer que lo ha escrito es una santa! El Libro es una edición privada (por tanto no existe en librerías), que contiene 137 cartas, o fragmentos que doña Rosario Alday Balnás dirigió a su hijo sacerdote, Misionero del Espíritu santo, P. Salvador Carrillo Alday.
Rosario va escribiendo a su hijo con una exquisita caligrafía signo de la serenidad de su alma. La carta es sin duda retrato de tu alma. Su espiritualidad, fuertemente anclada en la oración, es una espiritualidad trinitaria y sacerdotal, oblativa, transida del amor a la voluntad divina. Hay una extraordinaria vinculación sacerdotal con su hijo sacerdote; se siente con autoridad espiritual para bendecirlo al final de todas sus cartas. Sus anhelos de total pureza pueden verse muy claramente expresado:
"Ofréceme constantemente al Padre celestial en unión de Jesús; ponme muy cerca de tu sacerdocio. Pero ante todo pide el perdón de mis pecados y las gracias que necesite mi alma para alcanzar mi salvación. Pide para mí un dolor perfecto de haber ofendido a Dios en mi larga vida y la gracia especialísima de que en los últimos días, horas e instantes de mi vida desaparezcan para mí todas las cosas de este mundo (en donde he amado tanto), y sólo quede en mi mente, en mi alma y en mi corazón: el amor al Padre por ser quien es, digno de todo amor; el amor al Hijo, por quien tenemos toda clase de bienes; el amor al Espíritu Santo con el mismo fuego que infunda mi alma.
Si alguien puede entrever, auqnue sea de una manera ínfima, es el corazón de una madre que se sustenta de amor y de dolo y que no desea otra cosa más que el bien y la felicidad de sus hijos. No hablo de la felicidad de la tierra, sino de esa felicidad íntima y profunda que deja en el alma, muchas veces en medio de grandes sufrimientos, el aceptar con amor la voluntad de Dios.
Nuestro Señor tiene sus designios para cada alma y en estos momentos sólo quiero ocuparme de la tuya.
Desde el momento en que pensó crearla. Desde toda la eterninad, la escogió para sí. Fue un acto de amor y de predilección que abarca toda la eternidad, fue la voluntad de Dios sobre ti. Desde muy pequeño te dejó entrever el lugar que te tenía preparado en el mundo, fue llevándote como de la mano, prodigándote su ayuda, su amor y todas sus delicadezas.
No dejo de comprender que te habrá costado muchas inmolaciones...; mas esos son siempre sus caminos, caminos de amor y de misericordia, los mismos que Él escogió para glorificar a su Padre.
Ámalo e imítalo siempre así porque Él así lo quiere, porque esa es la voluntad.
Tomado de: Rufino Grandez, Latidos sacerdotales desde México, en Surge Vol 68. pp. 659-661
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