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martes, 12 de febrero de 2013

Ya casi es Cuaresma!!! El tiempo vuela... Cómo planeas vivir tu cuaresma?


Por Luis Alva

El domingo pasado, recibí como respuesta a un saludo de una amiga, el siguiente mensaje: "Amigo! Ya es el día del señor. Yo apenas voy despertando pero me dispondré para vivirlo. Dios te cuide también a ti. Ya casi es cuaresma!!! El tiempo vuela.... Cómo planeas vivir tu cuaresma?" Al leer el mensaje quedé sin palabras, porque cada día Dios me sigue hablando por medio de mis hermanos, en esta ocasión de Karla Mariana. Realmente era una lección sobre dos temas importantes, mi disposición para vivir el domingo y mis planes para vivir la cuaresma. 

Respecto a lo segundo, confieso que como sacerdote me está preocupando e interesando más qué es lo que voy a predicar (charlas sobre la cuaresma a los seminaristas, homilías con sentido cuaresmal, otras charlas para unas monjas que tengo que impartir, confesar, vía crucis, etc…) que la propia vivencia de lo que significa para un cristiano la cuaresma. Es muy triste (como sacerdote) sentirse más pastor que oveja, sentirse como un cucharon de sopa  que sólo da y finalmente termina quedando vacío, hacer que otros vivan lo que no vivimos, etc. Es una realidad también que junto a este gran tiempo de cuaresma están las números actividades parroquiales que nos observen por completo, haciéndonos olvidar de lo primordial. Sin embargo, somos los primeros en que tenemos que esforzarnos por vivir este gran acontecimiento que la Iglesia nos ofrece.

Esto que puede pasar a los sacerdotes, también les puede pasar a los seminaristas. Cuarenta días pueden ser mucho tiempo, como también, puede ser muy poco tiempo para prepararnos para la santa semana que lo concluye. En muchos Seminarios se inicia la semana santa con retiro espiritual cuaresmal, otros, simplemente con una charla donde se marcan puntos relevantes sobre la cuaresma, se altera el horario debido al vía crucis y a las confesiones, etc., En otros seminarios junto a las actividades propias de la cuaresma se da relevancia a la preparación para las misiones que se realizan en semana santa, etc. 

A continuación te presento el Mensaje (36 FRASES QUE RESUMEN EL MENSAJE) para la Cuaresma 2013 del santo padre Benedicto XVI, que sin duda es un itinerario muy profundo sobre el significado de la cuaresma, que podría ser profundizado a lo largo de estos cuarenta días que se inicia mañana. El papa a la luz de su carta encíclica Deus Caristas est, nos expone de manera profunda la relación entre la fe y la caridad, contextualizando su mensaje al Año de la fe que estamos viviendo.

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2013

Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva...

El amor no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro».

 El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor.

 Todo esto es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado»

De aquí deriva para todos los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad».

 El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo.

Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor...

 La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor.

 El amor es una luz en el fondo la única que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar».

Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella».

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios.

 La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama.

Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.

Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. 

Sólo nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15).

Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s).
Nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica».

Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.

En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4).

En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42).

A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria.

La mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra».

Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios.

 «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10).

Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente.

 La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado.
 La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud.

La caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos.

El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. 

Vaticano, 15 de octubre de 2012
BENEDICTUS PP. XVI




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