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viernes, 14 de septiembre de 2012

Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI

Mons. Ángel Rubio 
Publicado por SIC   
 

La historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálogo en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. El don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales de la vocación. Así lo encontramos siempre en las escenas vocacionales descritas en la Sagrada Escritura. Y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia en todas las vocaciones. Las palabras de Jesús a los Apóstoles: «no me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15, 16) reflejan esa primacía de la gracia de la vocación, de la elección eterna en Cristo (cf., Ef 1, 4-5).
 
La primacía de la gracia, la iniciativa de Dios en la vocación sacerdotal, exige un respeto absoluto en el proceso de discernimiento. Se trata ante todo de un don, de una gracia de Dios. No es un derecho del hombre, ni el resultado de un proyecto personal. Por eso no cabe ningún tipo de manipulaciones que pudieran inclinar la balanza de la decisión en una dirección concreta. También debe quedar excluido todo planteamiento del sacerdocio como posible camino de promoción social o de «modus vivendi». El sacerdocio es un don de Dios que ha de producir una respuesta de gratitud y confianza por parte de la persona llamada, y una esperanza firme en la fidelidad de Dios.
 
La gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se oponen ni se contradicen. No se podría considerar una respuesta positiva como válida si no se da desde la libertad, que es una condición esencial para la vocación. Vemos en los relatos evangélicos que hay ocasiones en que se da una respuesta negativa a la llamada de Jesús, como en el caso significativo del joven rico, debido a las exigencias que comporta el seguimiento (cf. Mt 19, 16-26). En este caso es debido a las ataduras de la riqueza. En otros casos puede ser debido a condicionamientos sociales y culturales.
 
También puede darse el caso de personas que tienen buena voluntad y quieren seguir ese camino, pero no es esa la voluntad de Dios, que tiene dispuesto un camino diferente para ellas. En el Evangelio encontramos un caso típico de esta situación en el endemoniado que es curado por Jesús en el territorio de los gerasenos. Pide al Maestro formar parte de aquel grupo de los que estaban más próximos a él, pero Jesús le encomienda una misión diferente: volver a casa con los suyos y anunciarles que el Señor ha tenido misericordia de él y le ha curado (cf., Mc 5, 1-21).
Cuando entran en conjunción las dos voluntades, se realiza el ideal. La voluntad de Dios que llama y la del hombre que responde positivamente desde su libertad. Este es el modelo, el ejemplo que encontramos en la llamada de los cuatro primeros discípulos (cf., Mt 4, 18-21). La respuesta de Pedro, Andrés, Santiago y Juan será inmediata: dejando redes, barcas y familia, siguen a Jesús. Esa es la respuesta que antes dieron los profetas y todos los llamados a alguna misión en el Antiguo Testamento, después los apóstoles y discípulos en el Nuevo Testamento y también es la respuesta que se da en el tiempo de la historia de la Iglesia hasta la consumación de los siglos.
La vocación sacerdotal es una relación que se establece entre Dios y el hombre en lo interior de la conciencia, en lo profundo del corazón, a partir de una llamada que provoca una respuesta. Es un misterio inefable que se realiza en la Iglesia, que está presente y operante en toda vocación. El camino habitual en toda vocación es que el Señor se sirva de la mediación de la Iglesia a través de personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayudan en el discernimiento.
Ciertamente la situación es muy difícil pero el espíritu sopla donde quiere y no puede apagar su voz. Nuestra tarea consistirá en colaborar humildemente a través de la promoción y del acompañamiento de las vocaciones.
 
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia


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