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lunes, 24 de septiembre de 2012

El obispo hermano y amigo de los seminaristas

Por Luis Alva
El Concilio afirma respecto a la relación del obispo con los presbíteros, que “el obispo debe considerarlos como hermanos y amigos” (PO 7). Y a partir de esta afirmación conciliar el Papa Juan Pablo II señala que “esto se puede decir por analogía, de cuantos se preparan al sacerdocio” (PDV 65). Interpretando al Papa más o menos quedaría así: El obispo debe considerar a los seminaristas como hermanos y amigos.
 
La hermandad y la amistad se gesta mediante actividades en común, convivencia, gestos espontáneos, pequeños detalles de aprecio, confianza y  cariño, conocimiento recíproco, etc.; sin estas actividades, gestos o detalles, no se dan ni hermandad ni amistad. El título de esta breve reflexión es ambicioso y un poco exagerado, pero mi experiencia de seminarista y ahora trabajando en un seminario me ha hecho ver que los obispos se esfuerzan, a pesar de su tiempo limitado, por compartir con los seminaristas, y de ser amigos y hermanos. Conozco obispos que visitan constantemente a sus seminaristas, comparten encuentros deportivos con sus seminaristas, rezan juntos, hacen retiro juntos, van de misiones juntos, etc.

Ciertamente que todos los seminaristas no tienen esa oportunidad, ni todos los obispos tienen ese gesto con sus seminaristas. En realidad todo obispo debería tener un privilegio y un cariño profundo por el seminario y consecuentemente por sus seminaristas, dado que “el seminario es el corazón de la diócesis” (OT 4), y así es en realidad, porque el corazón es un órgano vital que repercute en todo el cuerpo. Por esto, la importancia del cuidado, la dedicación y sobre todo  el privilegio del obispo por su Seminario.

Juan Pablo II, recomienda dos cosas fundamentales a los obispos, el de “visitarlos constantemente y en cierto modo “esté” con ellos” (PDV 65). De lo primero, no hay duda que todos los obispos visitan a sus seminaristas, desde los que visitan semanalmente y celebran la misa en el seminario, hasta los que visitan el seminario en el día de su aniversario o los de visitas esporádicas. Esto último ocurre mayormente, con los obispos que tienen a sus seminaristas estudiando en un seminario inter diocesano, que mayormente queda en otra ciudad. La figura del obispo en el seminario tiene un valor muy singular, pero “la presencia tiene un valor particular, no sólo porque ayuda a la comunidad del seminario a vivir su inserción en la Iglesia particular y su comunión con el Pastor que la guía, sino también porque autentica y estimula la finalidad pastoral, que constituye lo específico de toda la formación de los aspirantes al sacerdocio” (PDV 65). El significado de una presencia asidua del obispo en el acompañamiento a sus candidatos al sacerdocio está unido fundamentalmente a su responsabilidad de construir, desde el seminario, el presbiterio diocesano, como muy bien lo expresan los documentos del Concilio (LG 28; ChrD 28, 11 y 15; PO 7-8).


Respecto al que “esté con ellos”, “es ya un gran signo de la responsabilidad formativa de éste para con los aspirantes al sacerdocio” (PDV 65). El “estar con ellos”  no significa sólo tener celebraciones litúrgicas o encuentros comunitarios, en la práctica el "estar con ellos"  significa primeramente, un conocimiento personalizado de cada seminarista, mediante entrevistas continuas y personales; un conocimiento de su familia y realidad socio cultural, mediante encuentros con las familias de los seminaristas; un conocimiento cercano de su proceso formativo, mediante las continuas reuniones con los formadores. Un gesto de que “esté con ellos” es por ejemplo, cuando el obispo llama por su nombre al seminarista, cuando comparten algún paseo o espacio o actividad diferente a lo que se vive en la formación, cuando el obispo ocasionalmente invita al seminarista al palacio episcopal, cuando el obispo esta enterado de la salud del seminarista, cuando el obispo conoce el proceso vocacional del seminarista, etc. Sin duda que el crecimiento humano, espiritual y sobre todo vocacional del seminarista depende en gran parte de sus buenas relaciones con las personas con quien convive (formadores) y  sobre todo con las personas a las cuales debe mayor correspondencia, como al obispo que en ese momento se convierte en la figura paterna del seminarista.

Mencionamos las actitudes del obispo para con los seminaristas, ahora ¿Cual es o cual deberían ser las actitudes del seminarista ante el obispo? Dado que ésto permitirá un nuevo tema sólo menciono dos actitudes:

El seminarista guardará un profundo celo por su pastor, demostrado en gesto de amor filial, como la de un hijo hacia su padre.

El seminarista en los  encuentro comunitarios y sobre todo en los encuentros personales, debe abrirse espontáneamente al propio obispo y puede de ese modo comenzar a experimentar la relación con la autoridad episcopal como la relación del hijo con la figura del padre que sabe, puede y quiere ayudarle a realizar la propia vocación.



 


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