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miércoles, 21 de marzo de 2012

Orígenes y desarrollo

Autor: Luigi Conti
Fuente: Diccionario de Pastoral Vocacional

Al principio no estaba rigurosamente institucionalizada la formación de los futuros presbíteros. La llevaba el obispo, que reunía a los candidatos a su alrededor viviendo una vida en común y los educaba en un espíritu de unidad y de comunión que animaba el colegio presbiteral (Cf. Ignacio de Antioquia, Carta a los Efesios 4, 1-2).


Con el advenimiento del monacato, el monje se convierte en modelo ideal para el clero. San Eusebio de Vercelli, por ejemplo, intentó armonizar la vida eclesiástica y la vida monástica, inspirando directamente a San Ambrosio y  probablemente, a través de éste, a San Agustín durante su estancia en Milán.


En la época carolingia surgieron en las catedrales y en los monasterios escuelas de formación cultural para los futuros sacerdotes, religiosos y los laicos cultos, que dirigía normalmente un “scholasticus” o “magister”.


Hay que esperar al siglo XI para encontrar unos programas de estudios más ordenados y estructurados, gracias algunas órdenes como los premonstratenses y los canónigos regulares, que aceptaron encargarse del clero diocesano.


Con el nacimiento de las universidades y de los estudios generales en los siglos XII y XIII, y con la apertura de escuelas en los conventos de las grandes órdenes mendicantes, mejoró algo la formación del clero, sin embargo, siguieron vivos los problemas de la formación de los clérigos que no estaban preparados para asistir a las universidades y del mantenimiento en los estudios de los clérigos pobres. No había además una programación orgánica sobre el camino espiritual del candidato.


La necesidad de atender a los clérigos pobres que iban a estudiar hizo que surgieran colegios un poco en todas partes. En estos colegios los candidatos vivían en común y recibían una formación cultural adecuada yendo a la universidad o estudiando dentro del propio colegio. Los colegios se convirtieron en centros de formación donde los profesores y los alumnos clérigos vivían a menudo juntos, en el mismo lugar, formando una misma comunidad. El colegio pretridentino más famoso fue el Colegio Caprinaca, fundado por el cardenal Domenico Caprinaca en 1457.


El verdadero giro en el desarrollo de los seminarios como lugares de formación del clero se produjo a mediados del siglo XVI.


El Concilio de Trento afirmó de forma oficial que los seminarios eran necesarios para formar a los futuros presbíteros y recomendó que en todas las diócesis fundaran un seminario (sesión XIII, cap. 18, decret. De reformationede 15 de julio de 1563).


Al año siguiente, san Carlos Borromeo fundaba su seminario en Milán y surgían otros pequeños seminarios como Rieti, Larino, Camerino y Montepulciano. La expansión de la Compañía de Jesús y de la espiritualidad ignaciana contribuyó mucho a reforzar el trabajo formativo en los seminarios.  El Papa Pio IV fundo en 1565 el Seminario Romano, su seminario, que confió también a los jesuitas. Los ejes de la obra educativa eran esencialmente tres: piedad, estudio y disciplina eclesiástica.


Además de la aportación educativa de los jesuitas, se afirmaron otras espiritualidades: Pedro de Bérulle, fundador del Oratorio, Adriano Bourdoise, san Vicente de Paúl, san Juan Eudes. En 1962 Urbano VIII fundó el Colegio de Propaganda Fidei (hoy Colegio Urbano). Y se creaon también colegios para estudiantes extranjeros.


El modelo tridentino de seminario acabó por imponerse. Sixto V creó una Congregación cuyo fin era vigilar los criterios de formación y para discernir la idoneidad de los candidatos. Los seminarios de los religiosos se estructuraron también de la misma parecida, e Inocencio XI les dio un verdadero reglamento. Benedicto XIII, instituyó oficialmente una congregación de los estudios para aplicar el espíritu conciliar en los seminarios (Constitución apostólica Creditae nobis de 9 de mayo de 1725). Benedicto XIV instituyó la visita apostólica a los seminarios para comprobar su buena marcha.


Hasta la Revolución francesa, los seminarios tridentinos no sólo eran centros de formación de los futuros sacerdotes, sino de jóvenes, la mayoría nobles, destinados a ocupar puestos importantes en la sociedad civil (los “convictorios externos”).


Después de la Revolución francesa, con la difusión de una cultura anticlerical y secularista. Favorecida ya con la supresión en 1773 de la Compañía de Jesús, el seminario se separó de la vida concreta de la sociedad civil, incluso geográficamente (construcciones de seminarios fuera de la ciudad). En algunos casos, cierto influjo jansenista hizo que la disciplina fuera más rígida.


Ante estas situación, aparecen figuras destacadas a la formación del clero como Cafasso y san Juan Bosco, y , en España el beato Manuel Domingo y Sol (136-1909), con la fundación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos dedicados al fomento, sustento y formación del clero diocesanos en España y América.


Documentos como Aeterni Patris (1879) y Providentissimus Deus (1893), sobre la filosofía y el estudio bíblico, volvieron a insistir en la importancia de la formación cultural para el futuro pastor. Más tarde, Pio XII fundó la Obra pontificia para las vocaciones eclesiásticas (Cum Nobis, 4-11-1941), uno de cusyos objetivos era promover el nacimiento y desarrollo en las iglesias locales de obras de las vocaciones diocesanas, relativamente autónomas. Mediante la exhortación Menti nostrae (23.9.1950), Pio XII dio una estructura estable a la legislación canónica en materia seminarística. Sin embrago, en los años cincuenta se plantean otras necesidades y otros problemas que llevan a replantear todo el itinerario formativo de los futuros sacerdotes. Estos temas confluyeron en los debates conciliares y determinaron algunas de sus conclusiones.


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