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martes, 20 de marzo de 2012

Dimensión Humana

Dimensión humana, fundamento de la formación sacerdotal:

Esta dimensión es sumamente importante en la formación del futuro sacerdote, ya que, independientemente de su experiencia individual y comunitaria previa, debe desarrollar un profundo sentido humano que le permita conocerse a sí mismo, aceptarse, así como conocery comprender la naturaleza del ser humano con profundidad, intuir los valores y dificultades del hombre concreto y facilitar su acceso a la fe, pues es imprescindible que en su ministerio el sacerdote plasme su personalidad humana, que su actitud, su testimonio y su ejemplo sirvan de unión y no de obstáculo a los demás en su encuentro con Jesucristo (Cf. PDV 43, b).


El futuro presbítero debe poseer una adecuada madurez humana y afectiva, la cual es difícil definir con precisión; sin embargo es posible determinar algunos de los aspectos que integran al hombre maduro: estabilidad psicológica y afectiva; capacidad de discernimiento y decisión; prudencia en su actuar y en su manera de relacionarse con los demás; fortaleza de alma, constancia, equilibrio e integridad en su persona, reflejado en sus valores y su vida cotidiana; verdad, lealtad y respeto; justicia, rectitud y objetividad suficiente para valorar los hechos, las situaciones y las personas; dominio de sí mismo; capacidad de socialización, entre otras (Cf. OT 11; PO 3; SaC 70; OECS 18, c; PDV 43, c; RFIS 51; RISB 63). Asimismo, el decreto conciliar Optatam Totius señala entre las virtudes a desarrollar “la sinceridad de espíritu, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad en guardar compromisos, la buena educación en el actuar y la discreción en el hablar, unida a la caridad” (OT 11).

Uno de los objetivos más importantes de esta dimensión implica que el seminarista vaya adquiriendo, mediante el encuentro transparente consigo mismo, con los Formadores y con la comunidad del Seminario, un conocimiento justo de su propia persona: sus capacidades, valores y normas, los aspectos más característicos de su propia personalidad, así como los criterios en que se basan sus motivaciones y comportamientos; de la misma manera, se pretende que aprenda a discernir el papel que han desempeñado en su persona su historia familiar y personal, el contexto social, educativo, cultural y político. Únicamente de esta manera es posible desarrollar las propias virtudes y corregir las limitaciones (Cf. RISB 64, FMP 55).

La disciplina, en este contexto, cobra una singular relevancia, ya que no sólo actúa como una defensa eficaz entre la vida común y la vida de caridad, sino que es un elemento imprescindible para adquirir durante el periodo de formación el dominio de sí mismo, favorecer una sólida madurez personal y formar las demás cualidades del espíritu que contribuyen a la actividad ordenada y eficaz de la Iglesia (Cf. OT 11, b).

Por lo tanto, es importante aclarar que, si bien se busca en principio lograr un cabal desarrollo de la personalidad con un alto grado de madurez y aceptación de sí mismo, todo este proceso conlleva básicamente una finalidad ministerial, pues el seminario debe cultivar “cualidades humanas que son necesarias para la formación de personalidades equilibradas, sólidas y libres, capaces de llevar el peso de las responsabilidades pastorales” (PDV 43, c).

Por su parte, la madurez afectiva supone, en el proceso de formación sacerdotal, tener conciencia del papel que juega el amor en la existencia humana (Cf. PDV 44; RISB 65). El amor en este contexto es entendido como un compromiso total y pleno, una entrega perpetua y total del ser. “El amor no pasa nunca (1 Cor 13,8) [...] de ese amor que nunca falla y que supera toda medida nace la Iglesia, la Humanidad redimida por el amor de Cristo y capacitada, por el don de su Santo Espíritu, para viviren el amor, que es la plenitud de la vocación humana” (HM 1, c).

Este aspecto de la formación tiene su base en el amor como el motor que impulsa y permite la existencia humana y, sobre todo, la existencia cristiana: la auténtica y profunda comprensión de esta verdad universal brindará al joven seminarista la capacidad para asumir e interiorizar el verdadero valor que tienen el cuerpo humano, la sexualidad, la virtud de la castidad y el celibato (Cf. FMP 59). Particularmente, es importante que el joven reconozca que “por el celibato no se renuncia al amor, a la facultad de vivir y significar el amor en la vida; el corazón y las facultades del sacerdote quedan impregnados con el amor de Cristo para ser en medio de los hermanos el testigo de una caridad pastoral sin fronteras” (HV 4, e).

La madurez afectiva y sexual supone, de esta manera, una íntegra personalidad que –en el caso del sacerdocio– conlleva la capacidad de autocontrol (Cf. OECS 23) y de saber detectar y superar aquellas formas de relación que tienen la característica de ser muy particulares o exclusivas, que pueden alejarlo de la libertad y la universalidad del amor que su ministerio exige (Cf. OECS 61, b; FMP 59, c).

Asimismo, la madurez afectiva supone una formación sólida para un adecuado ejercicio de la libertad, en términos de poseer una personalidad íntegra y aceptada, exenta de las manifestaciones individualistas y egoístas que son comunes, sobre todo en esta época. La libertad expresa una personalidad abierta y generosa, de servicio y entrega al prójimo, que sea un reflejo humano del inmenso amor que Cristo manifestó a los hombres.

La formación para la libertad responsable se encuentra ligada a la educación de la conciencia moral, la cual permite a cada hombre –desde lo más profundo de su ser– adquirir una adecuada y certera comprensión de la obediencia como una manifestación de amor, libre y conciente, ante las exigencias de Dios y de su amor (Cf. PDV 44, g). En este sentido, el ministerio sacerdotal exige que el candidato se habitúe a escuchar la voz de Dios para adherirse a sus preceptos y su voluntad con humildad y amor, ya que de lo contrario difícilmente podría cumplir con sus obligaciones hacia Dios y hacia la Iglesia, de la misma manera que no estaría en posibilidad de servir de guía para las conciencias de sus fieles (Cf. PDV 44, g).

El proceso de formación, en esta dimensión, también pretende potenciar la capacidad del seminarista para relacionarse con los demás: es evidente que una auténtica madurez humana y afectiva únicamente puede concretarse en el trato con los demás (Cf. RISB 68), a través de las relaciones con los que lo rodean, en la comunión que puede existir en el estudio, la oración, el trabajo, la diversión y el esparcimiento. Para ello es básica su capacidad de juicio, manifestada en una actitud sincera, prudente y generosa, abierta a la comprensión, a lograr un acercamiento con los demás a través del diálogo. En este punto es importante resaltar que el lograr una auténtica comunicación con otro ser es un don muy valorado en la actualidad, en la que existe una tendencia a la masificación, con las situaciones de individualismo y soledad que ésta conlleva, y que genera una necesidad cada vez más apremiante de comunión, lo cual se constituye hoy como “uno de los signos más elocuentes y una de las vías más eficaces del mensaje evangélico” (PDV 43, d).

Desarrollar un sentido social y un sentido comunitario es algo que exige mucho al seminarista, ya que requiere de una inmensa comprensión, lucidez y crítico amor a las raíces sociohistóricas y culturales del lugar en el que vive, pues un pleno conocimiento y amor hacia su pueblo le permite desarrollar el interés por amar y servir a otros pueblos o naciones con historia, culturas y sociedades distintas a la suya, al tiempo que le da la posibilidad de valorar lo propio y lo ajeno en distintos niveles (Cf. FMP 58).

Lograr una madurez en el ámbito comunitario exige, ante todo, una profunda capacidad de diálogo, un desarrollo adecuado de la capacidad de comunicación interpersonal, la necesidad de compartir con otros sus bienes espirituales, materiales e intelectuales (Cf. RISB 69), el coordinar y compartir trabajos y responsabilidades, la capacidad de dirigir y también de obedecer y, sobre todo, el lograr una apertura hacia el mundo y hacia los demás seres humanos.


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