Buscar

Entradas populares

miércoles, 21 de marzo de 2012

La comunidad educativa del seminario

La comunidad educativa del Seminario se articula en torno a los diversos formadores: rector, director espiritual, el equipo de formadores como tal, el prefecto de estudios y los profesores (Cf. PDV 66), a los cuales se integran, evidentemente, los alumnos. Asimismo, y teniendo en cuenta el carácter de comunidad en el que se desarrollan las actividades del Seminario, todas las personas que colaboran en éstas son consideradas como miembros importantes de la formación, aun cuando no estén directamente vinculadas con el proceso de formación espiritual, intelectual o pastoral.
1. El Rector

El Rector está al frente del Seminario y su cargo conlleva diferentes funciones y responsabilidades: él representa al Obispo y es el primer responsable de la vida del Seminario, además de ser su representante ante la comunidad eclesial y ante las autoridades civiles (CIC 238 § 2, 239; DPFS 43, b).
Asimismo, el Rector es el encargado –en comunión con la normativa de la Iglesia y en sintonía con las disposiciones del Obispo– de asegurar con caridad la unidad de dirección de la institución, poniendo en práctica el Plan de Formación con la colaboración de formadores, profesores y alumnos (Cf. DPFS 43, b; FMP 252).


Por otro lado, él es el encargado de admitir, con base en los criterios del Obispo, a los aspirantes que desean ingresar en el Seminario y discernir sus pasos a lo largo de las distintas etapas del proceso educativo. De la misma manera deberá presentar ante el Obispo las características de cada candidato para que pueda formarse el juicio de idoneidad requerido antes de la admisión al Orden Sagrado (Cf. FMP 252).
La dirección del Rector se desarrollará de acuerdo al Plan de Formación Sacerdotal y al Reglamento del Seminario. Por lo cual cada uno de los integrantes de la comunidad del Seminario, en sus tareas propias, deben obedecerle y bajo su autoridad y –en la medida que les compete– los formadores y profesores deben cuidar que los alumnos cumplan las normas establecidas por el Plan de Formación y el Reglamento (Cf. CIC 260, 261).
Por lo tanto, es necesario que el Rector sea un hombre de comunión, capaz de valorar las competencias de los demás y, a la vez, de guiar con firmeza y decisión el camino de cada uno y de la comunidad, a la que debe representar con dignidad, al poseer un “alto concepto del Seminario como institución eclesial, para garantizar sus fines específicos y asegurar la unidad de su dirección y de programación” (DPFS 60, b).

2. El equipo de formadores

El equipo de formadores está integrado por sacerdotes, elegidos por el Obispo (Cf. RFIS 28) expresamente para este ministerio, los cuales deben poseer entre sus cualidades “la madurez humana y espiritual, la experiencia pastoral, la competencia profesional, la solidez en la propia vocación, la capacidad de colaboración, la preparación doctrinal en las ciencias humanas (especialmente la psicología), que son propias de su oficio, y el conocimiento del estilo peculiar del trabajo en grupo” (PDV 66, c).
El equipo de formadores es un caso típico de equipo sacerdotal al servicio de una acción pastoral conjunta”(RFIS 30; FMP 254). Como tal debe constituirse en signo y ejemplo de grupo de vida guiado por el espíritu de fraternidad apostólica. Entre los rasgos comunes que –de acuerdo con el documento Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, de la Sagrada Congregación para la Educación Católica– deben caracterizar a los sacerdotes que cumplen con esta misión están (Cf. DPFS III, A):
· Espíritu de fe

El objetivo y el fin de la tarea educativa en el Seminario pueden ser comprendidos solamente a la luz de la fe” (DPFS 26), lo cual requiere que el formador sea un hombre de fe firme, motivada y fundamentada, vivida con profundidad y reflejada en sus palabras y acciones; ya que “el formador que vive de fe educa más por lo que es que por lo que dice” (DPFS 27).
· Sentido Pastoral

Al tomar en cuenta la finalidad pastoral del proceso educativo, los formadores están obligados a valorar cada uno de los aspectos formativos sin perder de vista este fin principal del Seminario.
Los formadores deben cultivar su sensibilidad pastoral de su propia participación en la caridad pastoral de Cristo, experimentada en el ministerio desarrollado antes de su nombramiento y también –de acuerdo con sus posibilidades– durante su servicio formativo. Igualmente, deben tratar de que a través de sus intervenciones educativas, los alumnos se abran más a la exigencia de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe, motivándolos cada vez más a abrir su corazón a la dimensión misionera esencial de la Iglesia (CF. PDV 59, d; DPFS 28).
· Espíritu de comunión

Los formadores deben establecer, “bajo la guía del rector una unión estrechísima de pensamiento y de acción, y formen con los alumnos tal familiar compenetración que responda a la oración del señor que sean uno (cf. Io 17,11) e inspire en los alumnos el gozo de sentirse llamados” (OT 5, b).
Esta comunión solicitada por el Concilio en el decreto Optatam Totius es inherente a la naturaleza del sacerdocio ministerial; aunque en este caso adquiere un matiz especial, ya que se puede decir que el formador “es auténtico en su servicio y […] responde a las exigencias de su ideal sacerdotal sólo en la medida en que se sabe comprometer y sacrificar por la unidad, cuando en su pensamiento, en sus actitudes y en su oración refleja solicitud por la unión y cohesión de la comunidad a él confiada” (DPFS 29, b).
· Madurez humana y equilibrio psíquico

Estas cualidades corresponden a “la capacidad para crear y mantener un clima sereno, de vivir relaciones amistosas que manifiesten comprensión y afabilidad, de poseer un constante autocontrol [...] Personificando de algún modo el ideal que él propone, se convierte en un modelo a imitar, capaz de ejercer un verdadero liderazgo y, por tanto, de comprometer al educando en el propio proyecto formativo” (DPFS 33).
· Límpida y madura capacidad de amar

La madurez enunciada en el párrafo anterior debe poseer, como parte integrante y como consecuencia a la vez, un alto grado de madurez afectiva, traducida en una amplia capacidad de amar y para dejarse querer de forma honesta y limpia, como un reflejo del libre y permanente control del propio mundo afectivo (Cf. DPFS 35).
En este aspecto es trascendental el ejemplo y modelo que otorguen los formadores, para motivar el crecimiento hacia el dominio sereno y liberador de esta afectividad madura por parte de los seminaristas (Cf. DPFS 35, b).
· Capacidad para la escucha, el diálogo y la comunicación

El éxito del proceso de formación sacerdotal depende, en gran medida, del hecho que los formadores cuenten con estas tres aptitudes, que implican la posesión de una normal perspicacia y conocimientos fundamentales de las ciencias humanas sobre relaciones interpersonales y dinámicas de la toma de decisiones por parte de la persona.
Para cumplir con su tarea el formador debe ser un buen comunicador. La capacidad de una comunicación real y profunda no se limita a una percepción exterior de los valores a comunicar, sino que propicia relaciones dinámicas vitales que permiten a la persona exteriorizar sus motivaciones más auténticas y radicales, al sentirse escuchada, estimulada y valorada, con lo cual es posible alcanzar lo más profundo de la persona del alumno (Cf. DPFS 37).
El ambiente de comunicación al interior del Seminario es imprescindible para el desarrollo de las relaciones interpersonales de los miembros de la comunidad, ya que “según la fe cristiana el acercamiento y la comunión entre los hombres es el fin primero de toda comunicación que tiene su origen y modelo supremo en el misterio de la eterna comunión divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que existen en una misma vida divina” (CP, 8; cf. OFCS 24).
· Atención positiva y crítica a la cultura moderna

El formador debe poseer, entre sus conocimientos, un amplio bagaje acerca de la cultura contemporánea –siempre iluminado por la riqueza cultural del cristianismo– sobre todo en aquellos aspectos que marcan la mentalidad y los estilos de vida de la sociedad actual y que favorecen la acción educativa.
Esto a su vez requiere que el formador se mantenga en un constante proceso de actualización mediante la información científica, aunada a la filosófica y teológica, que permitan una verdadera integración del saber humano (Cf. DPFS 41).
3. El Director Espiritual

El Director o Padre Espiritual tiene la responsabilidad del camino espiritual de los seminaristas en el fuero interno, así como dirigir y coordinar los diversos ejercicios de piedad y de la vida litúrgica del Seminario ( Cf. DPFS 44).
Por otro lado, coordina a otros sacerdotes autorizados por el Obispo para cumplir el rol de directores espirituales o confesores de los alumnos, con el objetivo de asegurar la unidad de criterios en el discernimiento vocacional.
Cada uno de los directores espirituales enfocará la experiencia personal del seminarista en su acompañamiento espiritual, sobre todo en lo que atañe al progreso de la vida de oración y en el discernimiento (Cf. FMP 259). Asimismo, debe cuidar de manera especial la dimensión penitencial de los alumnos a su cargo.
Por lo tanto, el director espiritual es un testigo de la fe, “experto en el gradual y humilde reconocimiento del plan de Dios sobre la vida de sus hijos” (Cf. DPFS 61, d), lo que exige una gran capacidad de escucha, de comunicación y comprensión, además de amplios conocimientos de teología espiritual, de las demás disciplinas teológicas y de las ciencias humanas (Cf. DPFS 61).
4. El Director de Estudios
El Prefecto o Director de Estudios destaca entre los formadores y profesores, por estar a cargo de la importante función de moderar y coordinar junto con el Rector el aspecto académico del Seminario, para verificar que los profesores desempeñen sus tareas de manera adecuada, según el Plan de formación y el Reglamento del Seminario. Del mismo modo se encarga de verificar el desempeño de los alumnos y sus necesidades individuales en términos académicos.
Para ello, es indispensable que el Director de Estudios convoque a reuniones periódicas del Claustro de Profesores, en las cuales se traten, además de los asuntos ordinarios, las situaciones que se presentan en las distintas disciplinas, con el fin de conseguir la armonía de toda la doctrina de la fe y asegurar los métodos pedagógicos convenientes (Cf. FMP 266, b).
5. Los profesores
La formación de los futuros presbíteros requiere de un número suficiente de profesores con una adecuada preparación en su disciplina y dedicados al ejercicio de la docencia, otorgando atención personal a los alumnos, el estudio y la investigación (Cf. CIC 253; FMP 264).
Los profesores deben ser peritos en su disciplina y tener una buena preparación; además de contar con dotes pedagógicas y la capacidad de poner en práctica métodos didácticos activos que propicien la cooperación y el diálogo con los alumnos.
Los responsables y los profesores destinados al servicio educativo en los seminarios son [...] los colaboradores más directos del obispo en su misión de formar el clero de su diócesis”(DPFS 18, c). Por lo cual deben tener una profunda conciencia de que esta misión, al haberla recibido del Obispo, la deben ejercer estrechamente unidos a él y según sus orientaciones. Es una actividad no privada, sino pública que corresponde a la estructura misma de la Iglesia.
En este sentido, los profesores deben considerarse a sí mismos como auténticos formadores por su contribución a la formación de los futuros sacerdotes en una función tan importante como delicada: “la enseñanza debe alimentar una sólida mentalidad de fe que capacite a los alumnos para ser servidores del Evangelio y maestros del pueblo de Dios” (DPFS 46).
Por ello, se hace indispensable que exista una cooperación estrecha y continua entre los profesores y el equipo de formadores del Seminario, para que su colaboración no se limite al aspecto científico, sino que abarque la formación sacerdotal integral de los alumnos (Cf. RFIS 38, b).
Para la conformación del profesorado al interior del Seminario “...es oportuno contar también con la colaboración de fieles laicos, hombres y mujeres, en la labor formativa de los futuros sacerdotes. Habrán de ser escogidos con particular atención, en el cuadro de las leyes de la Iglesia y conforme a sus particulares carismas y probadas competencias”(PDV 66, e).
6. Los alumnos
El aspirante al sacerdocio es protagonista necesario e insustituible de su formación, la cual es en realidad una auto-formación, por lo que debe contribuir a ella de manera libre, convencida y cordial (Cf. PDV 69 a-b).
Evidentemente, esto conlleva el que el futuro sacerdote crezca “en la conciencia de que el Protagonista por antonomasia de su formación es el Espíritu Santo” (PDV 69, b), que renueva su corazón, lo configura y lo hace semejante a Jesucristo, el buen Pastor.
De esta manera el seminarista se ve, a lo largo de su formación, inmerso en un proceso de evaluación seria y honesta delante de Dios sobre si en verdad sienten “el llamado al sacerdocio en su corazón, además de discernir las razones por las que tienden a él, para que se acerquen al ministerio sacerdotal, si ésa fuera la voluntad de Dios, con rectitud y libertad de alma” (RFIS 39, d).


0 comentarios:

Publicar un comentario