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miércoles, 21 de marzo de 2012

Fundamentos y naturaleza de vocacion sacerdotal


Autor: Mauro Piacenza
Fuente: Revista Seminarios

La Pastores dabo vobis, en el n. 42, reconoce la raíz de la vocación sacerdotal en el diálogo entre Jesús y Pedro, (cf Jn 21); “Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ‘¿Me amas?. Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida”.

Considero que una tal colocación teológico-espiritual es grávida de importantes consecuencias, que iremos a indagar.

Volviendo, entonces, el incipit de esta contribución, en Pastores dabo vobis 42, podríamos decir que, en el fundamento de la vocación sacerdotal, existe la relación de amor intenso, apasionado, ardiente, exclusivo y totalizador entre Cristo Señor y el llamado. Sin esta experiencia “arrasadora”, que cambia, y en cierto sentido desconcierta la vida, no existe una auténtica vocación, una verdadera comprensión del actuar poderoso de Dios, en el acontecimiento histórico de cada uno.

Este amor, que obviamente tiene origen divino, realmente envuelve el corazón humano, la inteligencia, la libertad, la voluntad y la afectividad del llamado, ya que, en razón de la profunda unidad del hombre, todas las dimensiones del yo son como“secuestradas” e intensamente plasmadas por la llamada del Señor.

Este amor por el Señor, único real fundamento de la Vocación, se documenta en un aspecto, hoy lamentablemente no suficientemente subrayado, pero absolutamente central, de la vida del Sacerdote, y antes del seminarista: el amor por la divina Presencia de Cristo Resucitado en la Eucaristía. Creo que la adoración eucarística debería convertirse en una práctica cotidiana y prolongada, a tal punto que caracterice ya sea la formación inicial que permanente. Cuántas, cuántas cosas maduran bajo el Sol eucarístico. Y si se broncea la piel por exposición a los rayos del sol astronómico, ¿cuál proceso de crecimiento, de“cristificación” sucederá estando bajo los rayos del Sol eucarístico? La vocación nace, crece, se desarrolla, se mantiene fiel y fecunda, sólo en la intensa relación con Cristo.

¡Con la adoración de la Presencia real, la inteligencia tiene que comprender que es Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, la única verdad, la verdad total, el único insustituible Salvador! ¿De otra manera cómo se podría aculturar cristianamente el futuro Sacerdote? ¿De dónde podría extraer alimento aquella misionariedad que tiene que apremiar como un río desbordante?

Ciertamente, la promoción de los valores humanos y un genérico sentimiento de solidariedad, no son razones suficientes para dar la vida, en el martirio cotidiano de la virginidad, de la obediencia y del servicio y - si son llamados - en el martirio del testimonio hasta la efusión de la sangre. ¡No se da la vida por una idea o por un “valor”! ¡Se dona la vida por una Persona! Una Persona conocida, amada, y de quien uno se siente amado: ésta es la relación con Cristo, también de la inteligencia y de la verdadera formación intelectual.

Con la Adoración de la Presencia real, el corazón tiene que sentir la exclusividad del amor. ¡Un amor que incendia todo en nosotros y a nuestro alrededor ! La verdadera raíz del sagrado celibato está en este amor. Lejos de ser una mera norma disciplinaria, como algunos querrían hacer entender, el sagrado celibato, o mejor la virginidad por el reino de los cielos, es la traducción existencial del Apostolica vivendi forma que, a imitación del mismo Jesús, pone Dios al primer y único lugar, también en los afectos. La “ley” sólo es obvia consecuencia.


Con la Adoración de la Presencia real se entiende hasta el sentido profundo de la disciplina eclesiástica, es decir de ser discípulos de Cristo, en la Iglesia. ¡La tan vituperada disciplina eclesiástica no es otra cosa que discipulancia! Tenemos que recuperar urgentemente sus raíces hechas de amor hacia Cristo y hacia las almas, en razón de Él.


La Adoración de la Presencia real es la verdadera, y en el fondo única “escuela de la alegría”; en Cristo también el sacrificio es alegría, porque es participación al gran diseño de salvación, querido por el Padre para la salvación de los hombres.


La penitencia, en esta óptica, es recuperada en su valor sobrenatural, volviéndose una real virtud, en aquella tradición, nunca banal, plena de amor y ternura hacia el Señor, hecha de continuas atenciones hacia Él, de aquella permanente memoria Crucis que caracteriza la vida de los Santos y de los Místicos, hasta la justa recuperación de los “floretes”,es decir de aquellos actos continuos de memoria y oferta, que hacen la jornada totalmente plena de Cristo y de su Presencia. Pero era necesaria humildad, sencillez, infancia espiritual.


Sólo en esta óptica, también en la formación seminarística y permanente, es posible comprender, en la propia carne, qué es la pertenencia al Cuerpo Místico y el actuar en Persona Christi, participando, también a través de los propios sufrimientos, al misterio de la sustitución vicaria, que el Sacerdote está llamado a vivir en sí mismo cotidianamente.


¡Un sacerdote que tenga esta conciencia de la Presencia real de Cristo, será un hombre de Dios, casto, obediente, desapegado completamente de sí mismo, por lo tanto libre!


La obediencia, en la Iglesia, es ciertamente un consejo evangélico, una virtud moral, pero es, sobre todo, una representación permanente del mismo Cristo, “obediente hasta la muerte y a la muerte de Cruz”! (cf. Fil 2,8) representación de aquel amor que es redención que fluye del árbol de la Cruz, que es obediencia y esta obediencia es amor, puro amor!



Sólo con estas condiciones es posible educar al verdadero sentido de la Iglesia, al amor por la Santa Madre que todos nos han engendrado y engendra en la fe y en el santo sacerdocio católico.


¡Por demasiado tiempo, y en demasiados lugares, se ha dejado que el mundo educara a los seminaristas, dejados, abandonados a la osmosis con el clima difuso en una sociedad relativista, hedonista, narcisista, en fin, anti-católica!

De este modo se ha permitido que el mundo condicionara el pensamiento de los seminaristas, su modo de hablar, de criticar y de juzgar a la Madre, es decir la Iglesia, el ceder a categorías histórico-políticas, impuestas por la hermenéutica de la“discontinuidad”, dentro del único sujeto eclesial. ¡Hasta su modo de vestirse, de cantar, un ciertamente irresponsable “manejo de la sexualidad”, con un empleo inmaduro y superficial de la gestualidad, todos aspectos tomados del mundo! Sabemos bien que espíritu del mundo y Espíritu de Dios están en oposición. Como también sabemos que el lugar teológico no es el mundo sino la Iglesia, presencia de Cristo en el mundo.

¿En qué se diferencian algunos seminaristas de sus coetáneos secularizados?


Se ha creado no una herejía, que habría hecho reaccionar rápidamente el Cuerpo eclesial sino un clima general como una niebla que todo envuelve, haciendo incapaces de ver y distinguir bien con claridad entre bien y mal, auténtico y falso, virtud y vicio.

Podríamos encontrar una analogía, para comprender, en aquello que, a nivel filosófico, y luego divulgativo, ha ocurrido con el término “moderno”: una realidad, en el lenguaje común, es buena si es moderna. No importa que sea verdadera o falsa, si promueve realmente al hombre o lo perjudica, no se cuestiona nada al respeto. Es suficiente que sea “moderna”, para encontrar simpatía y hasta acogida en las mentes y en los corazones, y por lo tanto en las costumbres.

Lo mismo sucede en algunos ámbitos eclesiales: basta usar las locuciones ya famosas:“después del Concilio” o “según el espíritu del Concilio” y nadie osa ir a verificar si por casualidad, aquella noble Asís de Padres, haya pronunciado determinadas afirmaciones.

Basta pensar en algunas “palabras clave” con las que, a veces, se humillan, y se pierden, óptimas vocaciones: “es demasiado rígido”, “demasiado apegado a la forma”, “no es abierto a la diversidad”, “está demasiado convencido”, “no tiene dudas”, “no ha elaborado críticamente la fe”, “rompe la comunión”, etcétera.

Ahora es necesario salir de la equivocación y decir “al pan pan, al vino vino”, porque hasta que no se comprende cuáles con las enfermedades, no se podrá localizar nunca la cura y entonces no se podrá construir un modo auténticamente católico y verdaderamente moderno para formar el futuro clero del mundo. Fu


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