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jueves, 3 de mayo de 2012

El curso propedéutico


Autor y Fuente: Instituto SacerdosSi es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


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