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viernes, 4 de mayo de 2012

La corrección fraterna


c) La corrección fraterna

La corrección fraterna es propuesta por el evangelio como una norma de vida de la comunidad cristiana. Los que comparten el mismo camino de fe, adquieren la capacidad de advertirse mutuamente lo que en la soledad no llegarían a ver, para vivir más nítidamente unos valores, en torno a los cuales han empeñado su vida. Esto que vale para todos los creyentes es especialmente importante entre personas que comparten la misma vocación y misión en la vida fraterna. La corrección es un camino práctico para la fraternidad. Así ha sido propuesta por muchos fundadores, que ven en ella una clave para la perseverancia de los miembros de una comunidad.

Lo que nos interesa es el camino práctico para hacer la corrección. Por ello se propone una especie de examen de conciencia, que ayude a hacer las correcciones oportunamente. Para proponer este tipo de examen, recurro a las reglas ignacianas para distribuir limosnas [EE 337-344]. Al final, una corrección es la limosna más valiosa que podemos ofrecer a nuestro prójimo.

No con todas las personas se puede practicar la corrección fraterna. Es importante hacer un discernimiento previo en torno a la conveniencia o la oportunidad de hacer una corrección. Si hay, por ejemplo, una ofensa de por medio, y no he recorrido aún el camino del perdón, esto me descalifica para corregir. Antes necesito sanar lo que ocurre dentro de mí. Si no conozco suficientemente al otro o me baso en un juicio superficial, tampoco estoy en la situación de corregir. Si, por mi parte, no estoy dispuesto a ser corregido, tampoco parece que sea la persona más apta para hacerlo con los demás. Supuesto este discernimiento, pueden ser útiles los siguientes pasos:

Antes de la corrección

§  Establezco una materia concreta para la corrección. Yo podría corregir muchas cosas a esta persona, sobre todo si convivo con ella, porque no soy ciego y percibo sus defectos. Pero voy a seleccionar lo que le advierto, de modo que sólo le indique aquello que merece la pena advertir y lo que preveo que, razonablemente, aceptará con más libertad, porque está preparada para ello. No se trata de decirle “toda la verdad”, porque nadie soporta que se le diga todo y porque en ese “todo” puede haber mucho de prejuicios y de malos entendidos. Se trata de filtrar de algún modo el contenido de la corrección.

§  Neutralizo mis impulsos. Evito a toda costa que la corrección sea hecha a partir de impulsos o de percepciones afectivas. Mi mundo afectivo puede nublar mi vista al grado de conducirme a una subjetividad inaceptable. No puedo corregir con objetividad cuando estoy resentido, enojado, incómodo. O cuando experimento la dependencia afectiva o un apego excesivo a la persona a quien deseo corregir. Debo conseguir, antes de dar un paso más, una distancia suficiente de los acontecimientos, que me per-mita juzgar con serenidad.

§  Verifico que el motivo por el cual hago la corrección sea sólo el amor por aquella persona y el deseo de su bien. Hay que garantizar que el acto de corregir sea una manifestación de un sincero amor fraterno, y que lo haga pensando sólo en su bien. San Ignacio insiste en que compruebe “que el amor viene de arriba”, es decir, del amor de Dios. Que lo que reluce y brilla en mi modo de actuar es el amor.

§  Antes de hacer la corrección hago oración en torno a esa corrección, discerniendo ante Dios si es eso lo que él quiere. Este sentido orante de la corrección garantiza que se haga no sólo con amor humano, sino con verdadera caridad o amor de Dios. Al advertirte algo que es importante para ti, lo hago movido por el amor con que Dios te ama y como un signo y mediación de ese amor. Podríamos decir que me conecto con la fuente del verdadero amor.

Durante la corrección

§  Busco el momento y el lugar oportunos para hacerlo. De modo que se garantice la discreción y la prudencia. Evito a toda costa crear una situación forzada o incómoda.

§  Recurro a algunas palabras claras para expresar mi intención, y hagan ver al otro que quiero hacerle una advertencia fraterna, para que tenga la oportunidad de situarse. Puede ser algo así: tengo algo que decirte. Le estoy permitiendo al otro disponerse para recibir una advertencia.

§  Hago mi corrección con palabras sencillas y claras, manifestando, con la mayor llaneza posible, lo que quiero decir. Para ello conviene que lo haya pensado bien. Evito a toda costa que haya malos entendidos.

§  Rodeo la corrección de gestos de afecto, los cuales dan el mensaje de que este acto de corregir procede del amor. Mi expresión corporal complementa la comunicación verbal, manifestando con claridad mi buena intención y el amor auténtico que me mueve.

§  Agradezco a la otra persona su disponibilidad para escucharme y para aceptar la corrección.

Después de la corrección

§  Vuelvo a la oración para dar gracias a Dios porque me ha permitido hacer este sencillo servicio.

§  Mantengo la relación normal con aquella persona como si nada hubiese pasado, es decir, con toda naturalidad y sencillez, de modo que muestre con ello mi confianza en su capacidad de afrontar el problema.



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