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viernes, 4 de mayo de 2012

Conceptos reductivos de la vocación

Autor: Emilio Lavaniegos
Fuente: Curso Básico de Pastoral Vocacional

La vocación no es lo que casi todos piensan. En el ambiente social existen ideas confusas que enturbian el sentido de la palabra “vocación”. Esto sucede porque la vocación es algo muy importante en la vida de las personas. Algo similar ocurre con otros términos como “libertad”, “amor”, “justicia”. Son temas sobre los cuales la mayoría de las personas piensan algo, pero sobre los que pocos se atreven a hablar. Con la vocación ocurre lo mismo.

La vocación da sentido a la vida y por esta razón es importante mantener una actitud de búsqueda, de apertura. Es lo que vamos a intentar en este capítulo: objetivar los conceptos deficientes en torno a la vocación para adquirir una capacidad crítica ante las propias ideas y vivencias vocacionales.

El punto más delicado es que la vocación es una cuestión de conciencia, porque nace de la noticia que el hombre tiene de una necesidad y, a través de ella de un llamado, y se concreta en una respuesta voluntaria y libre. En esta capacidad de diálogo, de escucha y respuesta, tiene una gran trascendencia el concepto que la persona tenga de la vocación.

¿Vocación, realización personal o un gusto?

Hay quien concibe la vocación como el camino que debe elegir para desarrollar al máximo sus capacidades y aptitudes personales. La opción vocacional es comprendida y vivida así como autorrealización, es decir, como un darse a sí mismo una posibilidad de vivir en plenitud. Es una visión inmanente, profundamente egoísta, pues sólo considera lo que la persona tiene o cree tener como factor determinante de la elección. Incluso se puede llegar a comprender como la opción por dedicarse a los propios gustos.

En este sentido no es raro que se reduzca la vocación a una opción profesional u ocupacional. Desde este punto de vista la orientación vocacional se reduce a una simple ayuda para elegir un oficio o profesión y, consecuentemente, se limita a los momentos puntuales en los cuales los jóvenes están en situación de elegir. La opción vocacional se caracteriza como opción ocupacional con tintes más o menos altruistas. Esta visión desfigura el sentido profundo de la vocación, convirtiéndola casi en un medio de subsistencia.

Desde esta perspectiva, la pregunta clave sería: ¿para qué soy capaz?, ¿qué podría llegar a hacer muy bien? O incluso ¿qué me gusta hacer? Indudablemente es una buena pregunta, muy útil para conocerte a ti mismo y para desarrollar tus capacidades. Pero ¿será suficiente? Si en esta pregunta estuviese toda la verdad sobre la vocación, bastaría que te sometieras a un examen de aptitudes, de modo que el resultado mostraría el sentido de tu vida.

El caso límite se da cuando una persona tiene muchas aptitudes para algo que no es necesario, o cuando muchas personas piensan que son aptas para la misma cosa, o cuando descubro que hay muchas actividades que me gustan. De esta manera se saturan algunas áreas profesionales simplemente porque son más conocidas o porque están de moda. También da la impresión de que en la enfermedad o la vejez, cuando uno ya no puede realizar esas actividades, la vocación se acabara. ¿Es qué sólo son llamados aquellos que tienen muchas aptitudes, y que además son jóvenes y sanos?

¿Vocación, opción altruista?


     Este concepto hace de la vocación una cuestión de generosidad. La vocación dependería de un impulso altruista que lleva a las personas a dedicar su vida al servicio del prójimo. Se trata entonces de ser buena persona y de aventurarse a servir a los demás por medio de una profesión o una forma de vida. Para quien concibe así la vocación siempre hay ocasiones de ejercer la solidaridad. Es una visión más elevada que la anterior porque hace salir a las personas de sí mismas y a adquirir sensibilidad ante los demás.

En este caso la pregunta clave es: ¿qué me conmueve? Esta pregunta puede ayudarte mucho, porque te inquieta ante las necesidades que es urgente atender. Quien mira hacia fuera de sí corre menos peligro de equivocarse porque siempre habrá trabajo para quien quiera ayudar. Conocerías así tu vocación examinando tus inquietudes más profundas, cuando te enfrentas con tus buenos deseos. La vocación sería entonces cuestión de docilidad ante el buen espíritu que todos llevamos dentro y de obedecer con constancia y generosidad a sus inspiraciones.

El caso límite sucede cuando las personas, aunque hacen efectivamente el bien, se creen generosas y se llenan de un “santo orgullo” que puede llegar a ser francamente enfermizo. Con esta idea se caracterizan algunas profesiones como lugares de servicio, y algunos se ríen con ironía porque estos servidores tan altruistas suelen ser personas algo problemáticas, solitarias o tristes. Cimentar la propia vocación sobre la generosidad es arriesgado, porque habitualmente las personas flaqueamos en nuestros buenos propósitos o llegamos a cansarnos. En los diferentes momentos de crisis necesitarás contar con un asidero más seguro y estable. ¿Será la vocación solamente para personas de buen corazón, dispuestas y generosas?

¿La vocación es una forma de vida?

También se utiliza el vocablo “vocación” para referirse a las diversas formas de vida. Así, habrás oído hablar de la vocación al matrimonio, al celibato, a la maternidad… Este sentido de la palabra tiene la ventaja de que le da una mayor profundidad. La vocación se comprende como una realidad viva, que engloba todo lo que la persona es y compromete su vida. El punto central de la vocación sería así la opción por un modo de vivir que tiene rasgos de definitividad. Hay personas que piensan que la sustancia de la vocación son las formas de vida. Desde este punto de vista, lo central en el sacerdocio sería el celibato; en la vida de los laicos, el matrimonio.

            Las formas de vida son cauces por los cuales una persona vive su vocación. Son parte de la vocación pero no la definen. Por ejemplo, un sacerdote vive el celibato no por el celibato mismo, sino para significar algo más. Ese algo más es la vocación. La forma de vida es sólo un medio. Se pueden distinguir las vocaciones de las formas de vida señalando que las vocaciones sólo se comprenden desde la fe cristiana, y las formas de vida existen también entre los no cristianos.

Cuando se identifica la vocación con las formas de vida, el punto de discernimiento más importante está en esa intuición vital que me lleva a inclinarme por una de ellas. Por ejemplo, cuando descubro que con tal persona podría vivir una relación de pareja perdurable en el matrimonio. O cuando llego a la conclusión de que prefiero permanecer soltero para dedicarme a algún fin que considero importante.

El caso límite aparece cuando, repentinamente, le cambia a una persona su forma de vida. Si un hombre casado ha entendido todo lo que él es en función de su esposa y de su matrimonio, y de repente muere su pareja, puede perder el sentido de su vida. Hay que reconocer que su vocación va más allá de la relación matrimonial y que incluso debe interpretar la viudez como parte de esa misma vocación. Una mujer puede pensar que Dios la llama a ser madre, pero si resulta ser estéril, parecería que se ha frustrado su vocación. Necesita interpretar la vocación desde un punto de vista más amplio que esa forma de vida que llamamos maternidad.

¿La vocación es algo sagrado o un privilegio?


      Hay personas que al escuchar la palabra “vocación” la relacionan inmediatamente con lo sagrado. Para ellos la vocación por antonomasia es la sacerdotal, porque está en contacto frecuente con las cosas sagradas. En todo caso piensan en la vocación religiosa. Es verdad que toda vocación es cosa de Dios, y por tanto sagrada, pero esto no puede restringirse a unas vocaciones excluyendo las otras. Cuando se hace así, rápidamente se piensa que Dios obliga al hombre que ha elegido. No es raro encontrar personas que se imaginan que Dios castiga implacablemente a quienes dejan el Seminario o la formación para la vida religiosa. Esta visión depende de una comprensión del mundo en la cual se separa excesivamente lo sagrado de lo profano.

Al interpretar la vocación desde un punto de vista religioso no es raro que se la considere como el privilegio que Dios concede a algunas personas escogidas. Un tesoro muy especial, que no es nada frecuente, y que conviene guardar con sumo cuidado. Habría personas que han recibido semejante privilegio y por ello pertenecen a otra categoría, se separan de los demás como personas señaladas o extraordinarias. Desde una visión tal, a estas vocaciones se debe un gran respeto y hay quien se atreve a afirmar que sólo ellas “tienen” vocación. En ocasiones las personas que piensan así llegan al extremo de considerarse por encima de las demás personas, desligándose del sentido de humilde servicio que debe estar presente en toda vocación.

El criterio básico de discernimiento sería el de la obediencia a quienes detentan la autoridad sagrada y el de un gran respeto a lo que se interpreta como voluntad de Dios. Este criterio es peligroso porque fácilmente puede derivar en un estilo de presiones de tipo moral o religioso en el cual el hombre se ve obligado a optar porque otros lo ven así, faltando un mínimo de convicción personal. Si se entiende así, la vocación sería algo más bien raro, de modo que la mayor parte de las personas se verían excluidas de este don sagrado.

El caso límite se da cuando hay personas que tienen clara conciencia de la vocación como don de Dios, pero no están inmersas en lo sagrado, sino que se saben como lanzadas por su misma vocación al compromiso en medio de las realidades temporales. Es necesario reconocer el sentido también sagrado de la vocación que se vive en la secularidad. La vocación no es solamente para los sacerdotes y religiosos.



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