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sábado, 12 de mayo de 2012

Mi vocación

Soy el P. Óscar Olguín y pertenezco a la congregación de los Legionarios de Cristo. Me pidieron que escribiera mi testimonio vocacional y con gusto lo hago, sólo para compartir las gracias que Dios me ha dado en la vida. Porque considero que no me pertenecen sólo a mí, como sacerdote, me debo a los demás, soy de los demás.

Nací en Tehuacán, estado de Puebla en la República Mexicana en 1971. Soy el cuarto de cinco hijos que tienen mis papás. Ahora volviendo la vista en el tiempo, estoy convencido que Dios siempre me ha querido sacerdote. Puedo contar en mi vida experiencias que podían haber sido determinantes para mi vida y vocación y Dios se empeñó en que continuara adelante.

La primera que les puedo contar es cuando recibí mi bicicleta nueva que me trajeron los Reyes Magos. Pues en la primera lección de cómo andar en bicicleta no sabía dónde estaban los frenos y como las calles no son eternas y éstas terminan en el cruce con otras y los coches pasan, pues tuve que dejarme caer para no ser atropellado. Pero fue la mano de Dios la que me libró, pues la defensa del coche quedó a escasos centímetros de mi cabeza y la llanta de mi brazo.

Un año antes de entrar al seminario menor fui al rancho de un amigo. Y como todo niño que si no tiene nada que hacer, hace travesuras, comenzamos a disparar con un rifle de diábolos. Pues mi amigo me apuntó y a pesar de pedirle que no lo hiciera, disparó y sólo por un centímetro y medio no me dejó tuerto. El diábolo quedó incrustado en el pómulo, cosa que lo sigo teniendo en la actualidad como recuerdo.

Les cuento otra anécdota, esta vez más positiva y bonita. Cuando era niño fuimos a un santuario de un sacerdote que había muerto en olor a santidad. Recuerdo que le llamaban P. Rayita. Lo curioso es que su esqueleto está expuesto en una vitrina, pero lo sorprendente es que tiene su lengua tan fresca como la nuestra. Pues fuimos a rezar y estando frente a la urna del tal padre, una anciana me tomó de la mano y me dijo: “He rezado al P. Rayita para que de grande te haga un gran santo”. Cuando salíamos del templo, mi padre me preguntó qué me había dicho la viejita esa y por qué estaba yo tan feliz. Pues le dije que de grande sería Santo, pero yo pensaba en los de la lucha libre, pues a esa edad me encantaba ir a la arena a ver las luchas.

Entré al seminario menor a los 13 años y sólo porque invitaron a mi hermano menor. Y aunque siempre quise ser sacerdote, nunca expresé esa inquietud ni busque algún lugar para desarrollarla. Yo estaba convencido de estar sólo por espacio de un mes en dicho seminario menor. Pero no sabía con lo que me encontraría. Me encantó el ambiente y decidí quedarme a estudiar la secundaria, lo mismo que mi hermano. Al terminar dichos estudios, mi hermano decidió regresar a casa y a mí me invitaron a continuar los estudios, pero tenía que ir a España. Acepté, y estuve 5 años en ese hermoso país haciendo el último año de seminario menor, dos años de noviciado y dos de estudios humanísticos. Después pasé a Roma a estudiar la filosofía por dos años. Fui a Santiago de Chile a realizar el trabajo magisterial. Regresé a México para hacer la promoción vocacional. Y al término de estos 4 años de trabajo, regresé a Roma, para continuar con los estudios que me llevarían a la ordenación sacerdotal.

Estudié la licencia en filosofía. Con esto comencé el estudio de la teología, los tres años de bachillerato me llevaron a la ordenación. Y cuando esto sucedía, pensé que saldría a ministerio, pero no, me asignaron al estudio de la licencia en teología, la hice en teología moral. Y ahora sí, después de estos estudios salí al ministerio. Volví a trabajar con adolescentes en la promoción vocacional, como formador de los mismos muchachos y director espiritual. Ahora me encuentro desempeñando el ministerio sacerdotal como asesor espiritual de los Evangelizadores de Tiempo Completo y la atención a Religiosas impartiendo cursos y ejercicios espirituales. Me encuentro muy contento y procuro hacer todo el bien que me es posible.


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