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jueves, 10 de mayo de 2012

La JMJ en el programa pastoral de la Iglesia

Autor: Jesús Pulio Arriola

Hay otras iniciativas similares a las Jornadas mundiales en el seno de la Iglesia: encuentros internacionales (como el de las familias), Sínodos de obispos sobre temas particulares, Años santos o jubilares o dedicados a temas particulares, viajes apostólicos, semanas de oración, mensajes, encíclicas… Son todas ellas manifestaciones de la Iglesia, guiada por el sucesor de Pedro, reunida por la fe en Cristo Jesús y animada por el Espíritu Santo. Vistas en su conjunto todas estas actividades de la Iglesia universal, se puede decir que constituyen de hecho un programa pastoral de la Iglesia a nivel universal que se ha desarrollado muy especialmente en la Iglesia contemporánea, en el que han cristalizado algunas convicciones de fondo del concilio Vaticano II:

- La Iglesia se siente compañera  de camino de todos los hombres compartiendo sus tristezas y esperanzas; ha desarrollado la sensibilidad ecuménica con otras Iglesias y no tiene dificultad en rezar por la paz con otras religiones[1]

- Se define como misterio de comunión, organizada como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, con ministros ordenados, religiosos y laicos corresponsables de la misión, que articula lo local con lo universal.

- Con una cristología que presenta a Cristo como modelo de la nueva humanidad, que revela el misterio de Dios y a la vez el misterio del hombre.

- Y una soteriología que considera que podemos preparar los materiales del Reino prometido aquí en la tierra.

- Con una visión del mundo y de las realidades temporales que las considera autónomas y valiosas en sí mismas, pero que no subsistirían sin Dios.

- Y una concepción de la Palabra de Dios como comunicación de Dios mismos y de su proyecto salvador, como invitación a la comunión con él. Y la fe, a su vez, como respuesta a la revelación divina.



El impulso pastoral que surgió del Vaticano II fue recogido bajo el apelativo de «evangelización»[2]en los Sínodos de 1971 y 1974 que dieron lugar al documento  Justicia en el mundo y a la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975) de Pablo VI donde habla de «tiempos nuevos para la evangelización» y dice que «las condiciones de la sociedad nos obligan a revisar los métodos, a buscar nuevos medios, y estudiar cómo hacer llegar al hombre el mensaje cristiano» (EN 3). Cuatro años más tarde, en 1979, el Papa Juan Pablo II empleó de pasada la expresión «nueva evangelización», sin darle contenido preciso, en 1979, en Nowa Hita, barrio obrero polaco, modelo de ciudad  sin Dios, sin símbolos religiosos, sin Iglesias. Ya en 1983 lanzó  esta misma expresión «nueva evangelización» como un slogan en Haití en 1983, donde se reunía la XIX Asamblea ordinaria del CELAM, en  vistas de la celebración del V Centenario de la Evangelización de  América Latina: «Es compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles, la tarea de la nueva evangelización. Nueva en su  ardor, en sus métodos y en sus expresiones». La expresión quedó acuñada y definida más tarde en la encíclica Redemptoris missio (nn. 33-34) como una parte de la misión de la Iglesia: la «reevangelización»  de los bautizados alejados[3]. Y finalmente fue propuesta como reto evangelizado para toda la Iglesia en Novo millennio ieunte (n°40)[4].

Con Benedicto XVI el programa pastoral de la «nueva evangelización» ha cristalizado en un nuevo dicasterio: El Pontificio Consejo para la Nueva  Evangelización, para afrontar «el fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde siglos estaban impregnadas del Evangelio» (Ubicumque et semper). Por tanto, lo que inicialmente pudo ser un slogan, se ha ido convirtiendo en un verdadero proyecto pastoral del que forma parte la JMJ. La nueva evangelización no es una  alternativa a la evangelización clásica, sino una evangelización capaz  de hacerse escuchar en un mundo secularizado que no puede acceder a  la evangelización permanente de la Iglesia para descubrir el evangelio como una respuesta convincente a cómo vivir. La Iglesia se siente obligada, en su vocación misionera, a encontrar vías para llevar el evangelio a todos. No se trata de una novedad en cuanto a los contenidos, sino en cuanto a los destinatarios, inmersos en una cultura de la increencia (una evangelización de los que ya han sido evangelizados); y, para llegar a estos destinatarios, es “nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones”. El horizonte del Tercer milenio ha convertido la nueva evangelización en reto pastoral perentorio y apremiante.

Y fue Juan Pablo II, en su proyecto  pastoral para la Iglesia universal, quien tuvo no sólo el valor de apostar personalmente por los jóvenes, sino de integrar a los jóvenes en este proyecto pastoral de la Iglesia universal, de tal manera que la pastoral juvenil se ha convertido en un distintivo, en una característica esencial de la «nueva evangelización»[5]

Unos jóvenes, a los que la sociedad no puede transmitirles ya la fe cristiana y a los que «no se puede hablar de la fe sin tener en cuenta la incredulidad» (Juan Pablo II, París 1980), son el paradigma de los destinatarios de la «nueva evangelización» y la JMJ es el «laboratorio» para ensayar los nuevos métodos y el nuevo ardor.

 Por tanto, si, como Jornada mundial, es un «género» en diálogo con el mundo, como propuesta eclesial, se ha de entender en el «marco» del proyecto pastoral de la Iglesia.



[1]Carta apostólica  Dilecti Amici (1985), n. 15: «En nuestra  generación, al final del segundo Milenio después de Cristo, también la Iglesia se mira a sí misma en los jóvenes. Y, ¿cómo se mira a sí misma la Iglesia? Sea un testimonio particular de ello la enseñanza del Concilio Vaticano II. La Iglesia se ve a sí misma como ‘un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano’. Y por tanto se ve a sí misma en las dimensiones universales. Se ve a sí misma en el camino del ecumenismo, es decir, de la unión de todos los cristianos, por la que Cristo mismo oró y que es de una urgencia  indiscutible en nuestro tiempo. Se ve a sí misma también en el diálogo con los seguidores de las religiones no cristianas y con todos los hombres de buena voluntad. Tal diálogo es un diálogo de salvación, el cual debe favorecer también la paz en el mundo y la justicia entre los hombres».  
[2]Es curioso el cambio semántico del término: en 1971 el Directorio general de catequesis entiende la evangelización como el anuncio de la Palabra para suscitarla fe-conversión inicial (DCG. 17);  en la nueva versión de 1997 la evangelización es el conjunto de la misión de la Iglesia (DGC.  46, Evangelización integral), un concepto recogido ya de EN (n° 14).  
[3]«Las diferencias en cuanto a la actividad dentro de esta misión de la Iglesia, nacen no de razones intrínsecas a la misión misma, sino de las diversas circunstancias en las que ésta se desarrolla. Mirando al mundo actual, desde el punto de vista de la evangelización, se pueden distinguir tres situaciones. En primer lugar, aquella a la cual se dirige la actividad misionera de la Iglesia… Esta es propiamente la misión ad gentes. Hay también comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas… En ellas se desarrolla la actividad o atención pastoral de la Iglesia. Se da, por último, una situación intermedia, especialmente en  los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia  alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es necesaria una ‘nueva evangelización’ o ‘reevangelización’». 
[4]«He repetido muchas veces en estos años la ‘llamada’ a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés… Al recomendar todo esto, pienso  en particular en la pastoral juvenil. Precisamente por lo que se refiere a los jóvenes… Hemos de saber valorizar aquella respuesta alentadora, empleando aquel entusiasmo como un nuevo talento (cf. Mt 25,15) que Dios ha puesto en nuestras manos para que los hagamos fructificar».  
[5] «La pastoral juvenil constituye una de las prioridades de la Iglesia en el umbral del Tercer milenio»… y la JMJ «es manifestación  privilegiada de la atención y de la confianza que toda la Iglesia siente hacia las jóvenes generaciones… Deseo que se ayude y estimule a la reflexión para encontrar caminos siempre nuevos y eficaces en la propuesta de fe a los jóvenes», cf. JUAN PABLO II, Seminario Czestochowa, 1996.  


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