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viernes, 4 de mayo de 2012

Definición de la vocación

Autor: Emilio Lavaniegos
Fuente: Curso Básico de Pastoral Vocacional



Después de cuestionar estas nociones reductivas que circulan en nuestro ambiente, podemos dar el paso a una definición más positiva de la vocación. Intentamos aproximarnos a un concepto lo más equilibrado posible, que después se irá perfilando con más exactitud a la luz de la Palabrade Dios y del Magisterio de la Iglesia. Buscamos un concepto válido para todos, que no dependa necesariamente de una visión de la realidad. Lo haremos en dos momentos: primeramente intentaremos una definición y explicaremos sus términos. Posteriormente haremos una descripción complementaria de la definición que nos ayude a entenderla en su fenomenología.

Definición.La vocación es un acontecimiento misterioso en el cual el hombre, dialogando con Dios, adquiere conciencia de una misión situada históricamente y se compromete en una res-puesta concreta.

Un acontecimiento. La vocación es algo que ocurre en la vida del hombre. Queremos decir que surge como algo nuevo, rodeado de circunstancias históricas. No es una marca ahistórica, que las personas trajeran desde su nacimiento y hubiese que buscar sólo en su interior. Es una realidad profundamente relacionada con el exterior, con todo lo que sucede en el tiempo. Por ello es preciso descubrirla, determinarla, disponerse para entrar en diálogo. No es necesario que las personas tengan conciencia de ella desde siempre. Basta con que adquieran, gradualmente, esa conciencia, leyendo con ojos nuevos los acontecimientos. Al adquirir conciencia del llamado será normal que la persona comprenda mejor todas las cosas y el mundo en que vive. Porque su vocación es parte de esta realidad, y la elección que hace es razonable y justa.

Además es un acontecimiento misterioso, es decir, que se comprende y vive sólo desde la conciencia de la presencia de Dios. No se dice misterioso como si fuera oscuro u oculto. Exactamente lo contrario: el misterio de la vocación ilumina grandemente la vida del hombre y todas sus circunstancias, da claridad y seguridad para obrar, da sentido claro a la vida. Es un misterio porque engloba todo lo que el hombre es en una relación personal con el Creador. Esta es una relación personalizante, porque al dirigirse Dios al hombre como un tú le da la capacidad de constituirse como un yo.

El hombre como actor.Aunque es Dios quien llama, el hombre tiene en esta relación la calidad de una persona actuante, responsable. Es colaborador de Dios en el misterio de su propia vocación. Es el hombre desde su conciencia quien realiza el proyecto vocacional secundando la voluntad de Dios. Por ello el hombre tiene la responsabilidad de acoger el llamado que se le hace. En sus actitudes o disposiciones vocacionales se juega la realización de su vocación. El fundamento de esta centralidad del hombre está en la misma voluntad de Dios, que toma en serio su libertad y su capacidad de autodeterminación.

Dialogando con Dios.La relación con Dios es fundante para el hombre. Es una de las características que lo definen: es hombre por su capacidad de relación consigo mismo, con los demás y con Dios. Estas tres relaciones estarán presentes siempre en el proceso vocacional. Si entendemos la etimología de la palabra vocación (vocatio, vocationis, acción de llamar) será evidente que para que esto exista deberá existir alguien que llame. Para un cristiano, y para todo hombre que cultive el sentido trascendente de su vida, la voz que llama implicando toda su personalidad y su vida, solamente puede ser la voz de Dios. Es verdad que las situaciones históricas y sociales, así como las inclinaciones personales tienen este sentido globalizante, pero estas realidades hondas de nuestra vida siempre encuentran su última referencia en Dios. Dialogar con la Historia y sus necesidades, dialogar contigo mismo, es en síntesis, dialogar con Dios que llama. Aún más: las situaciones, los acontecimientos, las necesidades, las inclinaciones y las aptitudes son signos o mediaciones por las cuales Dios nos manifiesta lo que quiere de nosotros.

Adquiere conciencia.Si el hombre es verdadero actor en la vivencia de la vocación que Dios le da, se concluye que la noticia que tenga de este llamado es un dato fundamental en su evolución personal. La vocación es una cuestión de conciencia, pues, aunque Dios llama a todo hombre, este don pide la correspondencia por medio de la disponibilidad y la acción del hombre. Lo importante en toda vocación cristiana es la conciencia que la persona tenga de la misma y cómo se implica intencionalmente en el cuidado de su vocación. Dar primacía a la conciencia del hombre no significa hacerlo dueño de su vocación, como tener conciencia de la vida no significa ser dueño de la vida. Quizá el mejor fruto de una conciencia vocacional consistirá en que el hombre se deje modelar por el espíritu de Dios y confíe más profundamente en él cada día. Es desde esta conciencia como el hombre puede abrirse a un verdadero diálogo con Dios. Un diálogo personal, situado en las circunstancias, que le lleva a hacer una vida con él.

De una misión. La vocación se caracteriza como una realidad trascendente. Es verdad que Dios llama a todas las personas, que se experimentan amadas por él. Pero la vocación no es un simple privilegio, tiene como último destinatario al pueblo. Solamente quien valora y ama al pueblo en medio del cual vive puede comprender la densidad de la llamada de Dios. Es un don personal profundamente transitivo. La etimología nos puede ayudar nuevamente: misio, misionis refiere a la acción de enviar. El envío tiene siempre un destinatario preciso. No se envía a nadie por el gusto de enviar, sino para remediar una necesidad o para anunciar un mensaje. El hombre es llamado por Dios y es enviado a la vez por él. Vivir una vocación exige asumir una misión en medio del mundo y dialogar constantemente, tanto con el mundo, como con Dios y con la comunidad, para comprender el sentido de esta misión.

Situada históricamente.Ya señalamos que toda vocación tiene una referencia a las situaciones históricas. La historicidad es un componente fundamental. La conciencia del llamado de Dios hace que el hombre se comprenda a sí mismo como ser para la historia, destinado a colaborar en el desarrollo y el progreso de los pueblos. Ya los antiguos filósofos griegos hacían ver que la vida del hombre tiene verdadero sentido en la interacción de la ciudad, porque es un hombre con y para los demás. Lo mismo sucede en el ámbito de la fe: la vida del cristiano adquiere su verdadero sentido como interacción con la comunidad humana y eclesial. Vivir una vocación es asumir un papel histórico comprendido desde la Iglesia, levadura en medio del mundo.

Se compromete en una respuesta concreta. La respuesta humana es un componente esencial de la vocación. La razón es elemental: la definimos como un acontecimiento misterioso entre Dios y el hombre. Así, la vocación es una acción teándrica, es decir, es a la vez de Dios y del hombre. Por tanto, no habría vocación si no hay llamado de Dios, pero tampoco si falta la respuesta del hombre. La vocación surge en la conjunción de estos dos elementos: el humano y el divino. Dios toma la iniciativa, pero contando siempre con la libertad y la voluntad del hombre. Nos ama y respeta y por ello la llamada se propone como una invitación personal. Nuestro papel es permanecer atentos, reconocer y secundar la voluntad de Dios porque es un misterio que se vive en la colaboración. El hombre tiene cierta-mente una parte importante que realizar, pero a la vez encontrará el fundamento de su acción en la gracia de Dios. Así, su acción personal se puede comprender más que como una respuesta, como una correspondencia amorosa en la cual se entiende que el sujeto principal es Dios. Quien es mandado no se atreve a decir que este encargo procede de su voluntad, pero implica todo su querer en poner en práctica lo que se le manda.



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