Ante las experiencias apostólicas los formandos tienen diferentes predisposiciones que les hacen responder de una u otra forma. A esta predisposición la vamos a llamara actitud. No tiene que ver con el comportamiento exterior, sino a la predisposición para ese comportamiento. La pregunta que debemos hacernos es ¿Por qué tal actitud? Una misma actitud puede desempeñar funciones diferentes
– Función utilitaria: se toma porque sirve para una utilidad personal, inmediata o mediata, en vistas a un premio a conseguir, o a un castigo a evitar. Esta utilidad está ligada a las propias necesidades.
– Función defensiva: nos protege de los peligros que vienen de dentro, de reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Para salvar nuestra autoimagen.
– Función de expresión de los valores: para manifestar los valores en que la persona cree.
– Función de conocimiento: la actitud sirve para satisfacer el deseo de conocimiento de sí mismo y del mundo. Esto nos permite organizar las experiencias de nuestra vida de acuerdo a una escala de valores.
La ambigüedad de las actitudes consiste en que las cuatro pueden superponerse. Lo que importa es ver cuales son las que prevalecen. En la medida en que vamos creciendo nos vamos haciendo señores de nuestras actitudes.
Eficiencia y eficacia apostólica
Visto que nuestras actitudes pueden desempeñar diferentes funciones y que las buenas intenciones no bastan, frente a los seminaristas que están haciendo experiencias pastorales nos hemos de preguntar ¿Qué buscan estos jóvenes en el apostolado? Con el tiempo van a hacer mejor su trabajo, van a ser eficientes pero ¿Serán también eficaces?
Entendemos por eficiencia apostólica que hagan las cosas bien y rápidamente. En cambio eficacia apostólica es la manifestación visible y la transmisión social de los valores de Cristo. La perseverancia en el apostolado no siempre se ve acompañada por el crecimiento en la eficiencia. En las experiencias pastorales lo importante es la eficacia y no la rapidez y excelencia con que las cosas son hechas.
El desempeño de un papel y la búsqueda de un valor
Muchas veces el desempeño de un papel es elegido como fin en sí mismo. La persona insiste en el papel para encontrar un sentido de identidad, para protegerse de la inseguridad de la falta de adaptación. Se motiva a desempeñar bien el papel por la satisfacción que eso da a sus propias necesidades. Esto puede hacerse consciente o inconscientemente. Externamente se puede ser una persona de éxito, pero mirándola bien a fondo se descubre que es una persona vacía, con miedo a enfrentar su propia realidad.
La búsqueda de un valor
Es cuando el papel se elige como medio para vivir los valores, para servir a un ideal, no por la satisfacción que ofrecen. Cuando se busca un valor muchas veces habrá que renunciar a las propias satisfacciones.
Consistencia Defensiva y consistencia Auténtica
El compromiso con la autoestima da a la necesidad una fuerza y una urgencia que de otra forma no tendría. Pero ser auténticamente consistente no depende de la aceptación social, sino de la confluencia entre necesidades y valores.
Autorrealización y auto trascendencia
Las personas tienen una inclinación constante a aprovechar los propios talentos, la propia energía en objetivos que tengan sentido. Algunos usan esa energía para lograr el poder, por medio de actitudes oportunistas. Otros se valen de eso para garantizarse la tranquilidad personal mediante actitudes de compromiso. Otros se ponen como objetivo de la vida el éxito y luchan y se sacrifican por eso. Hoy son muy comunes expresiones como estas:
– “Debo hacer todo lo que siento, porque debo realizar lo tengo dentro de mi, realizándome y promocionándome...”
– “Como el hombre debe realizar todas sus potencialidades es bueno todo lo que le sirve para esa finalidad, por eso es malo todo lo que impide la propia realización...”
En esta onda, la energía psíquica, en el fondo, sirve para enaltecerse a sí mismo, convirtiéndose centrada en sí al servicio del único valor: la búsqueda de sí mismo, en lugar del servicio prestado a Dios. Es esta práctica egocéntrica no hay mala voluntad o maldad por parte del hombre. Se trata de una necesidad de autorrealización, encarada como fin en sí misma. Ese cambio de ruta, en lugar de llevar a la felicidad, lleva a la desilusión. Manenti dice que la realización consiste en usar la energía psíquica que se nos ha dado con la vida al servicio de los valores vocacionales. Rulla subraya que la autorrealización es fruto de la autotrascendencia y no algo que deba buscarse directamente.
Además, una persona que tiene como meta final la autorrealización, está centrada en sí misma y es incapaz de tener una auténtica relación con los otros, porque se aprovecha de ellos para conseguir ser reconocida. Es un egoísmo enmascarado que va contra la esencia de la vocación cristiana de renunciar a uno mismo por el Evangelio. Creados a imagen y semejanza de Dios, tenemos una ilimitada capacidad de autotrascendencia., sin embargo experimentamos las limitaciones inconscientes de nuestro sistema motivacional que limita nuestra libertad.
“Para una adecuada formación es necesario que las diversas experiencias de los candidatos al sacerdocio asuman un claro carácter «ministerial», siempre en íntima conexión con todas las exigencias propias de la preparación al presbiterado y (por supuesto, sin menos- cabo del estudio) relacionadas con el triple servicio de la Palabra, del culto y de presidir la comunidad. Estos servicios pueden ser la traducción concreta de los ministerios del Lectorado, Acolitado y Diaconado (PDV 58)”.
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