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domingo, 17 de junio de 2012

Relaciones interpersonales, un riesgo en un...

Autor: Almas
Fuente: almas.con.mex

En la convivencia, quizás a veces difícil, deben asimilar la generosidad y la tolerancia, no simplemente soportándose mutuamente, sino enriqueciéndose. Ser escuela de tolerancia, más aún, de aceptarse y comprenderse en la unidad del Cuerpo de Cristo, es otro elemento importante de los años de Seminario. Benedicto XVI.
Todos hemos dado el primer paso para salir del aislamiento, y todos hemos pagado el precio…

Hemos corrido a divertirnos al patio de juegos, sólo para encontrar que somos los últimos en ser elegidos para el equipo. Hemos esperado en la puerta, con pelota en mano, a que llegue papá y nos cumpla su promesa de llegar temprano para una «cascarita», sólo para darnos cuenta que papá lo olvidó.

En el baile de graduación, hemos visto a la mujer de nuestros sueños del brazo del mejor jugador de football, sólo para ver que éste nos rebasa no sólo en estatura, sino en encanto, en apariencia y en «potencial». O tal vez hemos sido ese jugador de football, y nos hemos complacido en ser el centro de atención, mientras sentimos que la soledad nos punza, preguntándonos si obtendremos toda esa atención cuando el rol de superestrella termine.

Hemos conocido personas que se han casado de buena fe, esperando contra toda esperanza que su matrimonio sea diferente, sólo para encontrar que la intimidad produce desencanto. Nos hemos preguntado cómo algo que empezó tan bien, empapado en mutua adoración, devoción y pasión, puede terminar de manera tan destructiva, envuelto y nublado por la desconfianza, y aún por el odio. ¿Cómo se puede acabar despreciando a alguien que alguna vez se amó? (¿y que tal vez aún se ama?), nos preguntamos una y otra vez.

Otros más «afortunados», han sido «rescatados» de una relación insoportable por alguien a quien «de verdad» le importan, alguien que los escucha y que los ama. Sólo para darse cuenta que la magia termina cuando aparecen los trapos sucios, y que al final han perdido no sólo lo que tenían, pero que en su momento no querían, sino también a sí mismos.

Hemos orado con fe, creyendo sinceramente que Dios está allí, o que al menos está escuchando, sólo para encontrar que nuestras oraciones son recibidas por un silencio ensordecedor. Nos hemos esforzado por ser buenos cristianos, nos hemos portado bien, sólo para descubrir que la moralidad no cuenta si lo que queremos es una vida más fácil o mejor, y que Dios no parece amarnos más por los «trofeos» que hemos ganado.

Tenemos amigos que nos mal interpretan, o están muy ocupados, o son muy susceptibles… o se parecen demasiado a nosotros. Y hemos visto, con incredulidad, cómo uno de ellos ha usado información personal y confidencial, en contra nuestra. Pudo ser una ofensa, o tal vez sólo un malentendido, pero conocer la razón no aminora el dolor.

Recordamos el tiempo y la energía que hemos invertido en amistades que lentamente se han desvanecido por la distancia o por falta de tiempo. Cuántas veces nos hemos parado en aeropuertos, estaciones o carreteras, despidiendo a personas importantes de nuestra vida, tratando de no sentir el impacto real de la pérdida, sin importar que queramos suavizarlo con las conocidas palabras: «Estaremos en contacto. Te escribiré pronto. Te llamaré». Y algo dentro de nosotros parece endurecerse. Nos queremos proteger, guardarnos. No queremos que la historia se repita.

Hemos tenido a alguien que ha estado con nosotros, a quien realmente le importamos, y nos ha sorprendido porque no ha hecho falta esfuerzo de nuestra parte. Y nos preguntamos si realmente está sucediendo, y cuándo terminará. Y entonces saboteamos la relación, antes de que ella nos sabotee.

Muchos de nosotros que crecimos en el precario ambiente de un hogar alcohólico, o adicto, o disfuncional, hemos internalizado, sin entender del todo, los continuos mensajes dobles «te quiero, pero aléjate» o «en realidad no vales mucho, pero te necesito», o «con nada me complaces, pero no te atrevas a dejar de intentarlo». Y nos encontramos en la vida adulta repitiendo el mismo patrón en el manejo de las relaciones, con la autoestima atada a nuestra necesidad de rescatar, o controlar o componer a alguien más, mientras nos mantenemos desconectados de nuestras propias necesidades, sentimientos y deseos.

Luego un día despertamos, nos vemos al espejo y nos damos cuenta de que no somos lo que habíamos querido ser, pues delante de nosotros se muestra la tremenda verdad de nuestra inclinación a no ser humanos: aislados, egoístas, implacables, crueles, o tal vez sólo indiferentes, apáticos, desapegados, en ocasiones compasivos y a veces prejuiciosos. Y nos damos cuenta de que todo esto es para protegernos. No es algo calculado, o cruel, sino por miedo. Y una vez más abrimos la puerta de nuestras vidas, a la familia, amigos, compañeros, y gritamos con los brazos abiertos: «¡vete lejos!, ¡acércate!».

Lo cierto es que las relaciones duelen, y parece ser que nuestras historias están plagadas de promesas incumplidas, comunidades rotas y alianzas destrozadas. Queremos salir corriendo, pero todavía no. Estamos convencidos de que algún día lo haremos bien y todo tendrá sentido. Aprenderemos lo suficiente para amar a las personas cercanas a nosotros. O por fin encontraremos a la persona indicada. O nuestros padres y familia por fin crecerán y cambiarán. O pasará el tiempo suficiente para que nuestro pasado ya no ronde nuestro intento presente de establecer relaciones.
Algún día… pero ese día parece nunca llegar.

Relaciones Interpersonales: un riesgo en un mundo imperfecto

Hoy más que nunca necesitamos creer que relacionarse vale la pena. Que podemos dar confiadamente el primer paso hacia el acercamiento, conociendo totalmente el riesgo. Necesitamos no conformarnos sólo con relaciones funcionales. Y necesitamos aceptar que, por mucho que lo deseemos, no hay relaciones perfectas, y que a lo más, serán conexiones imperfectas.

Pero al mismo tiempo necesitamos ser libres para optar por relaciones sanas, relaciones que sean buenas para nosotros. Necesitamos mirar honestamente el tipo de mensajes que enviamos y los juegos que jugamos. Necesitamos ver de frente al montón de falsas creencias que tenemos respecto de lo que «deberíamos ser». Si no lo hacemos caminaremos en la obscuridad, destinados a repetir los mismos errores.

Juntos haremos el viaje para desenmascarar los mecanismos de sobrevivencia que hemos usado para evitar la cercanía con otros. Para dejar atrás lentamente el pasado y empezar a perdonar a un mundo que no es como lo habíamos soñado. Para reconocer las señales que nos pueden prevenir de entrar en relaciones no sanas, y dejar de dar por hecho que el hospital, como en el cuento de la montaña, estará siempre allí para curarnos.
Con demasiada frecuencia nos sumergimos en relaciones esperando lo mejor, pero temiendo mirar nuestra vulnerabilidad. A todos nos asusta el lado oscuro, nuestras heridas, y en ningún lugar esto es más evidente que en el asunto de las relaciones. Ni la trivialidad ni la sofisticación han podido eliminar nuestro miedo a ser expuestos.

Queremos ser reales, entender las relaciones, dar y recibir amor, pero al mismo tiempo, tememos la desnudez, la vulnerabilidad y la carencia. Pero la respuesta a todas estas inquietudes no está en definiciones precisas, como si la intimidad fuera algo que se posee. Sino en nuestra habilidad de vivir y aceptar la ambigüedad, y el hecho de que para relacionarnos no necesitamos eliminar las imperfecciones de la vida ni su lado oscuro. En otras palabras, no necesitamos una varita mágica, aunque ciertamente con ella todo sería más fácil.

Los aspectos desagradables que sin duda surgen a lo largo de cualquier proceso de autodescubrimiento son como demonios, y para afrontar este viaje tenemos tres opciones: negarlos, intentar derrotarlos, o permitirles salir, poco a poco, y aprender a domesticarlos.


Adaptado por: Laura Ríos
Tomado de: Hershey, T. (1990). Go Away, Come Closer. EUA. Word Publishing


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