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sábado, 30 de junio de 2012

Cultura y Dios

«Last, no least», la cultura predominante se caracteriza por dejar a Dios «respetuosamente aparte» (De Lubac). A veces no tan respetuosamente. Hoy la economía, el saber, la política, las instituciones, el ocio, la misma ética, se han emancipado de la tutela religiosa y se rigen, al menos metodológicamente, por el criterio «etsi Deus non daretur» (como si Dios no existiera). En general, no niegan explícitamente la realidad de Dios, pero tampoco lo necesitan para sus formulaciones teóricas ni para su desenvolvimiento práctico.
Esta posición «metodológica» ha sido traducida, en la cultura de la gente corriente, en una actitud real. Tal actitud ha pasado a la sangre de buena parte de la sociedad europea. Un porcentaje apreciable y creciente de ciudadanos es religiosamente indiferente. Según todas las apariencias y todos los sondeos, Dios no les preocupa en absoluto. «La indiferencia no constituye una situación intermedia entre el creyente y el ateo, sino la forma mas radical del alejamiento de Dios». Un porcentaje todavía mayor, que se considera creyente y mantiene alguna práctica religiosa, ha «desalojado a Dios» de áreas importantes de su vida laboral, lúdica, familiar, económica, sexual. No viven «ante Dios» (Bonhoeffer). Para ser objetivos, hemos de reconocer con alegría que para otra porción estimable de la ciudadanía «Dios sigue siendo Dios»: da sentido a su vida, motiva su comportamiento moral, comunica sintonía con los excluidos, infunde esperanza, es fuente de alegría y consuelo en la tribulación. Su fe procura honestamente, aunque no sin deficiencias, aceptarlo como Dios en todas las áreas de la vida.

Al mismo tiempo, mientras las Iglesias viven en época de apretura, la Religión pervive, según una sólida convicción de los analistas, que ha sido sorpresiva incluso para ellos mismos. Se da por descontado que va a seguir perviviendo, en este mundo secularizado, tanto en su formato institucional en las Iglesias como en multitud de «nuevos movimientos religiosos» que muestran una gran vitalidad aunque están surcadas por muchas ambigüedades y contaminaciones. A pesar de estas últimas, el «revivir religioso» parece expresar una resistencia y una protesta del corazón humano ante un clima cultural asfixiante, empeñado en explicar, dominar y parcelar la realidad del mundo y desacostumbrado a contemplarlo como un todo, de respetarlo y de preguntarse por su origen y su destino. Los «nuevos movimientos religiosos» revelarían la apertura básica e indeleble de los humanos a Algo o Alguien que nos desborda.
^No hay contradicción entre el «eclipse de Dios» (M. Buber) arriba descrito y el renacer religioso ahora apuntado? Creo que son dos fenómenos simultáneos. La increencia y la indiferencia siguen avanzando implacablemente, sobre todo en las nuevas generaciones. La religión continúa emergiendo aquí y allí en formas variadas. Todavía, al menos entre nosotros, la onda irreligiosa es ampliamente mayoritaria y más perceptible. Es arriesgado aventurar, en este y otros muchos asuntos, el mapa del futuro. «El futuro de la Iglesia y del cristianismo depende primariamente de Dios y no del hombre. Dios puede, por tanto, confundir las mejores y mas fundadas predicciones, como ha sucedido frecuentemente en la historia» (Van der Pol).
2. Los presbíteros «ante Dios»
Los presbíteros estamos concernidos por este fenómeno desde muchos flancos. La indiferencia creciente interpela nuestra esperanza pastoral e induce la tentación de preguntarnos si no estaremos entrando en una época post-religiosa. El alivio producido por el revivir de la Religión queda acidulado por el hecho cierto de que muchos que viven este despertar no se orientan hacia la fe en Jesús ni menos a la comunidad eclesial. A más de un sacerdote le cuesta aceptar que haya dedicado su vida entera a suscitar la fe para encontrarse... con esto. Y más de uno lleva el tiro debajo del ala en forma de decepción y de sensación de infecundidad.
Muchos son los sacerdotes con recursos nacidos de su fe, de su espiritualidad y del conocimiento del corazón humano para sobreponerse a esta dura prueba. Saben por su fe que la voluntad salvífica de Dios es perenne y está plenamente vigente. Su espiritualidad, cultivada durante largos anos, ha ido aclimatando en su interior el movimiento de entrega confiada a Dios no solo de su presente y futuro personal, sino del presente y futuro de la comunidad eclesial. Saben de quién se han fiado (cf. 2 Tim 1, 12). Su experiencia humana les hace decir con Rahner: «el hombre y la mujer de hoy son diferentes, pero son humanos».
Pero la cultura que margina a Dios es como una niebla baja que nos penetra hasta los huesos. El creyente de todos los tiempos ha mantenido en su interior una dialéctica con el ateo potencial que lleva dentro de sí «Dónde te buscaré», decía San Anselmo ya en el siglo XI. Hoy esta dialéctica se vuelve más apremiante. Muchas realidades que evocaban casi espontáneamente a Dios, parecen haberse vuelto opacas a la mirada del hombre actual. El hombre y la mujer de nuestros días descubre mucho más fácilmente en el mundo el rostro del hombre que la huella de Dios.
El sacerdote no es un simple espectador preocupado, afligido, esperanzado de este panorama. Él mismo está también habitado por esta sensibilidad. Se siente tendido «entre el silencio de Dios y la extrañeza del mundo» (Olegario Glez. de Cardedal). La pregunta de San Anselmo: «¿dónde estas?», se reformula (apenas me atrevo a decirlo) en esta otra: «^estás?» Mircea Elíade sostiene que la gran diferencia entre el hombre antiguo y el hombre moderno radica en que, para el antiguo, Dios era más cercano que las cosechas, los rfos, la tormenta, la tribu. En cambio, el hombre moderno tiene dificultad para percibir y sentir a Dios como real. Somos hombres de este tiempo. El presbítero está habitado por las dos sensibilidades: la que siente familiar a Dios y la que lo siente extraño. Aquí radica su escisión fundamental.
Los presbíteros que gestionan bien esta «escisión» entre su fe y las corrientes culturales dominantes que también se alojan dentro de él, van accediendo, por la gracia del Espíritu, a una adhesión más aquilatada a Dios, a una exigente purificación de su imagen, que nos ha sido revelada en Jesucristo, el Señor. Saben, por intuición, que la oración es un camino indeclinable para que Dios sea Dios en su vida cada vez con mayor hondura. Son acendradamente fieles a esa lucha diaria de la oración individual, que les prepara para la oración comunitaria y litúrgica. Los encuentros diarios con diversas personas y los acontecimientos de cada jornada van haciéndose para ellos un lugar cada vez más transparente de encuentro con el Señor. El trato con los sufrientes se torna espacio privilegiado de esta transparencia.
Si no aprendemos a gestionar esta escisión, nuestra postura vital puede resentirse y convertirse en un híbrido de cultura y fe que, como todo hfbrido, resulta infecundo. La impregnación cultural llevará de ordinario las de ganar sobre la fe, que irá quedando como un residuo resistente, pero residuo. Poco a poco podemos sorprendernos como «secularizados por dentro». El riesgo no es imaginario. La Conferencia Episcopal de España nos avisaba acerca de él en el Plan Pastoral 2002-2005. La tarea de obispos y delegados consiste en ayudar a procesar bien esta delicada operación.

La radiografía elemental de nuestra realidad presbiteral, leída en la atmósfera cultural envolvente de nuestro tiempo, nos prepara -así lo espero- para comprender en profundidad, gracias a la reflexión de Ángel Cordovilla, la escisión antropológica que el sacerdote experimenta dentro de este contexto cultural y el momento de gracia que ella propicia . Mi intervención y la suya nos ayudarán a comprobar la pertinencia del hilo conductor de la conferencia del P. Fernández Martos, que sitúa al sacerdote como «puente entre las dos orillas», la de la cultura y la de la fe, y formula las pautas espirituales que esa situación hace necesarias. Esperamos lleguéis a percibir la ligazón existente entre los temas desplegados por los tres ponentes. Nuestra única intención consiste en que el conjunto articulado de las conferencias os dé alguna luz para la tarea que con vuestros obispos y en su nombre realizáis entre vuestros sacerdotes.


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