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lunes, 18 de junio de 2012

Cultura y narcisismo

Según analistas acreditaos, toda cultura agrega, entre otros, un tipo de personalidad que, interiorizando algunos de sus elementos destacados subraya particularmente sus desviaciones. A principios de siglo, cobra relieve la personalidad histérica, estudiada por el psicoanálisis. En la Época de la guerra europea del 39, se genera la personalidad autoritaria que tiene su auge en el régimen nazi. En la posguerra, emerge con fuerza la personalidad depresiva, caracterizada por el oscurecimiento del sentido y el debilitamiento de la voluntad a vivir. En la actual sociedad postindustrial y postmoderna, florece la personalidad narcisista.

a. Apuntes descriptivos

Prevalece una visión negativa del narcisismo. Es la única enfermedad que el hombre debería temer realmente, llega a decir A. Paoli. No es exactamente ésta la posición de una importante corriente psicoanalítica que, aunque considera patológicos los excesos y deformaciones del narcisismo en la sociedad actual, lo estima en sí mismo necesario para estructurar un yo sólido que sea capaz de regular, por un lado, los impulsos eróticos y agresivos humanizándolos y, por el otro, las exigencias rigoristas y culpabilizadoras que amenazan la alegría de vivir. Este yo no es ni pura razón, ni pura voluntad. Es también afecto y amor a sí mismo. En este sentido, el yo tiene un notable componente narcísico. Si fuera pura razón y pura voluntad no sería capaz de tener a raya los impulsos y exigencias antedichos, que son de carácter pulsional. Las ciencias humanas han recuperado este narcisismo genuino bajo la rúbrica de la autoestima, necesaria para la propia salud psíquica y para entablar relaciones no dependiente no posesivas.

Todo va bien hasta aquí. Pero es innegable que, en nuestra cultural actual, este narcisismo genuino se ha desbordado caudalosamente. El amor narcísico se ha curvado intensamente sobre sí mismo y ha perdido vigor y frescor para abrirse a un amor a otras personas, comunidades y causas. Se le denomina técnicamente narcisismo secundario. Quien lo padece es perpetuo mendigo de amor, de aprecio, de elogio, de admiración acrítica. Un mendigo perpetuamente insatisfecho. Considera siempre insuficiente y deficiente el amor que recibe. Ata a las personas porque teme perderlas porque en el fondo duda de que sea digno de su amor.

Si la personalidad narcisista se sitúa así en el registro del deseo, se sitúa análogamente en el registro del proyecto. Para compensar el déficit de seguridad en sí mismo, busca con encendida intensidad su propia realización personal. Solo cuenta su proyecto… o su sueño. Los vínculos objetivos d solidaridad con las personas o la comunidad no tienen peso vital en él.

b. posibles repercusiones en la vida presbiteral

Perteneceríamos a otra galaxia si no registráramos el impacto de este clima. En efecto, todos conocemos, junto a sacerdotes que muestran un admirable desarrollo del registro de la oblad, otros perpetuamente insatisfechos que no se sienten suficientemente aprecia-dos ni por la comunidad, ni por el presbiterio, ni por el obispo. Las expectativas que depositan en estas instancias son desmedidas. Les exigen respuestas afectivas y efectivas que no pueden dar. Son los eternos incomprendidos.

Conocemos asimismo a presbíteros que invierten en su realización personal la mayor parte de su capital afectivo. Realizar estudios brillantes renombrados, ocupar puestos relevantes, adquirir notoriedad en los medios de comunicación social, son algunas e sus ambiciones, maquilladas de nobles ideales.

No son excepcionales, pero sí un tanto extremos, los casos apuntados. El narcisismo se revela en niveles más modestos en otros muchos. La necesidad de singularizarse  en su trabajo, la dificulta de adaptarse a proyectos compartidos, el personalismo con ribete autoritarios en las decisiones pastorales, la hipersensibilidad ante la crítica, la resistencia a tomar decisiones evangélicas necesarias por temor a perder el aprecio de algunos, el cuidado excesivo por la propia imagen física y social, pueden ser algunos indicadores de un narcisismo de menor intensidad.

c. algunos recursos

No hay mejor camino para dejar de sentirse víctima que acercarse a las víctimas de verdad, afectados por la pobreza, la enfermedad, la pérdida violenta de seres queridos, las graves carencias afectivas, la marginación de los débiles en esta sociedad competitiva, las heridas de un amor engañado y humillado. Pero no basta acercarse; es necesario empatizar e implicarse. Esta terapia de choque suele resultar efectiva en los afectados por una tasa no exagerada de narcisismo. Los ejemplares extremos resisten indemnes incluso esta inmersión terápica. La formación seminarística debería reservar tiempos de especial intensidad para acercarse en vivo y en directo a estas víctimas de verdad.

Muchos de nuestra hábitos de comportamiento suelen estar inspiraos por unas expectativas no elucidas que nos gobiernan casi inconscientemente. La expectativa implícita a la que tiende el narcisista en la relación con cualquier comunidad a la que pertenece (parroquia, presbiterio, familia, grupo amical o cultura), puede formularse así: ¿qué me aporta a mí la comunidad? ¿qué bienes y satisfacciones puedo esperar de ella? Nada avanzaremos mientras no se produzca en el sujeto una verdadera inversión por esta otra expectativa: ¿Qué puedo yo aportar a mi familia, a mi comunidad eclesial, a mi presbiterio, a mi barrio?. Esta inversión es más difícil cuanto más tardía. Pero sigue siendo necesaria y posible. Es la única coherente con la pro-existencia requerida por el ministerio apostólico.


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