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martes, 5 de junio de 2012

Formación humana y formación pastoral

No puede olvidarse que el futuro pastor antes que eso es una persona, un hombre que ha recibido una llamada por parte del Señor a su seguimiento y a una misión determinada, y que se encuentra inmerso en un proceso de discernimiento para llegar a una respuesta a la llamada recibida. En medio de todo ese proceso se encuentran las motivaciones vocacionales y aparece la realidad personal de lo que cada uno es, con sus anhelos y esperanzas, logros y potencialidades, actitudes y sentimientos, pero también con sus miedos y dudas, inseguridades y recelos, proyecciones sin fundamento o falsas expectativas. La formación pastoral que propicia la etapa formativa del seminario tiene que ayudar a clarificar también todo eso. La tarea del seminario consiste en formar pastores según el corazón de Cristo, para lo cual se preocupa de dotarle de las herramientas básicas que le permitan tener una voluntad firme y una personalidad madura. Las experiencias pastorales al mismo tiempo que permiten conocer la realidad pastoral propician una ocasión para entrar en la relación con personas concretas y situaciones particulares que conducen al candidato al sacerdocio a la reflexión y al descubrimiento de áreas de su personalidad que tiene que trabajar personalmente para madurar afectivamente.

Hoy resulta imprescindible una buena formación humana de los futuros pastores, tanto por lo que supone el conocimiento y la aceptación de uno mismo como por lo que supone para la relación con los demás, ya que uno de los principales cometidos del área humana es la formación de personas equilibradas y maduras capacitadas para afrontar responsabilidades pastorales. Esta madurez, tan necesaria y deseada en la vida de los presbíteros, se logrará en la medida que toda la formación del Seminario incida en la vida de cada uno de ellos, ayudándolos a forjar su inteligencia, su voluntad y su carácter. PDV indica algunas de las cualidades humanas necesarias para la formación de personalidades equilibradas, sólidas y libres. Éstas están orientadas tanto en lo que afecta a la vivencia personal de la madurez como a las relaciones con los demás (cf. PDV 43).

Trabajar los afectos, los sentimientos, las limitaciones personales y de relación, las debilidades, las potencialidades y virtudes o valores propios, la autoestima, los miedos y fobias personales, el realismo, el equilibrio e juicio, la objetividad, la serenidad, la capacidad de análisis, el control emotivo, la capacidad de decisión, la ayuda a tolerar la frustración, etc., presta una ayuda inestimable al futuro pastor para la responsabilidad que después va a tener que ejercer. Le permitirá aceptar su situación de soledad sin culpabilizar a nadie de su propia opción personal, le evitará en el futuro relaciones personales inmaduras, asumirá la responsabilidad encomendada con alegría y deseo de ayudar a la comunidad, podrá acompañar a otras personas desde la honestidad y la voluntad de crecer humana y espiritualmente. Y para todo ello la formación pastoral desde el ejercicio de diversas “experiencias pastorales”  sirve como medio adecuado ya que permite al candidato ir siendo conciente de situaciones en que se vive estas actitudes o sus carencias y descubrir la necesidad de irlas madurando antes de enfrentarse sólo a la responsabilidad personal. La revisión personal con los formadores del seminario de la formación pastoral será buena ocasión para profundizar en todo lo que venimos apuntando.

Al mismo tiempo, la formación pastoral permite potenciar algunas actitudes humanas necesarias para el ministerio ordenado, ya que se trata de crecer como personas para servir como pastores. Tal es el caso de la humildad, el amor, la alegría y el gozo y la responsabilidad. Respecto a la humildad, la idea principal consiste en testimoniar la necesidad de confiar en Deus, de no querer hacer depender todo de uno mismo como si se fuera autosuficiente. En el ejercicio práctico del ministerio el pastor experimenta situaciones de ineficiencia, que pueden terminar convirtiéndose en acusaciones de fracasos personales.

La segunda de las actitudes a potenciar es el amor. En la sociedad actual se confiere una importancia excesiva a este sentimiento, quizá más entendido como la necesidad de afecto personal que todo ser humano tiene que como la capacidad de salir de nosotros mismos y darnos a los demás sin necesidad de sentir que se nos debe algo a cambio. “Se trata de un amor que compromete a toda la persona, a nivel físico, psíquico y espiritual, y que se expresa mediante el significado “esponsal” e cuerpo humano, gracias al cual una persona se entrega a otra y la acoge” (PDV 44). La comprensión pobre del amor está llevando a numerosas situaciones enfermizas, porque la necesidad sana de afecto se ha convertido en un amor interesado, para recibir afecto y satisfacer la necesidad de ser estimulado. Y esto es necesario, per cuando se entiende sanamente y no de manera exclusiva como mero receptor de afecto de los demás. El amor verdadero es capaz de transformar ese sentimiento en actitudes tales como la apatía, el respeto, la amistad, o la valoración positiva del otro. El amor sano conduce a la entrega generosa y desinteresada a los otros, más cuando este amor es expresión del que el Padre tiene a sus hijos, expresión del amor intratrinitario entre las tres personas divinas.

Cuando esto se vive así en el ejercicio ministerial la satisfacción personal es enorme y el sentimiento de gozo y alegría que produce el trabajo propio del ministerio suple aquella otras renuncias que hayan podido realizarse por el Reino de Dios. Ésta es la tercera de las actitudes humanas a potenciar en la formación humana de los futuros ministros de cara al ejercicio futuro de su ministerio. El ministerio ordenado es un medio de realización personal que produce felicidad en quien lo vive de manera plena, sin ocultar con ellos situaciones de dolor que conlleva en ocasiones, frutos normalmente de la soledad, su escasa relevancia pública y al mismo tiempo su ser una persona con responsabilidades que afectan además de su opción de vida. La alegría por lo tanto, de la vida ministerial está en la elección divina y de lo que ella se deriva para el ministro ordenado de cara a entregar su vida a los demás para comunicarles el gozo del evangelio.

Fruto de esta alegría por la elección es la respuesta generosa de y para toda la vida, orientada como servicio al reino de Dios. Eso conlleva responsabilidad con la que el presbítero se entrega en el ejercicio del ministerio. Ésta sería la cuarta actitud a potenciar. Como  vocación que es el ministerio ordenado no puede ser considerado como un trabajo profesional más, pero spi requiere ser ejercido con la misma responsabilidad y profesionalidad que cualquier otro, sino más dado que lo que está en juego es el misterio de Dios y la vida de os hombres en unión con él. Por eso la formación humana de los futuros pastores tiene que tomar muy en consideración esta actitud para que todo aquello que se lleve a cabo durante el periodo formativo (estudio, responsabilidades comunitarias, servicios puntuales, experiencias pastorales sirva para ejercitar esta  actitud de la responsabilidad.



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