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viernes, 22 de junio de 2012

Contenido teológio y existencial de la Fraternidad

Llamamos «hermano» a aquella persona que tiene los mismos padres que otra, o que pertenece a la misma comunidad o institución. «Hermano», por tanto, viene a significar una entidad personal con determinadas características. La «fraternidad» es la unión y buena correspondencia entre aquellos que son o se tienen como «hermanos». La fraternidad es una prerrogativa, o como diría Pastor Hermas: «un estilo de vida». Entre los componentes fundamentales de la fraternidad sacerdotal podemos señalar:


1. Contenido teológico:


Al hablar de fraternidad sacerdotal se trata de designar un tipo peculiar de relaciones interpersonales, la creación de unos «lazos» que van configurando el ser y el hacer de un grupo de personas.


Los componentes de estas relaciones interpersonales son tres:

   a) Unidad. Cristo nos llama hermanos, nos constituye en un sólo cuerpo, del que él mismo es la cabeza, y nos convoca a la unidad como signo externo de credibilidad. «Se unen entre sí en íntegra fraternidad» (L.G.28). «En la unidad de la caridad está el amor fraterno». S. Agustín.


   b) Igualdad. En Cristo todos somos iguales, sin distinción de razas, lenguas o culturas. El hermano es colega en la jerarquía y en el ministerio. Todos se hallan en un mismo plano, sin diferencias de categorías, a pesar de los distintos cargos que ocupen.


   c) Trato mutuo y cercano. San Ignacio de Antioquía dice que hay que hacerse hermanos «por medio de la amable benignidad». Decirse «hermano» comporta un testimonio existencial visible, implica la manifestación de objetivos y contenidos tangibles. Lleva consigo la ayuda mutua en todos los órdenes. Así pues, la naturaleza de esta relación fraterna se define como «sacramental e íntima».

Sacramental, por proceder del mismo y único sacramento del orden. No es, por tanto, algo optativo, sino constitutivo y necesario. Y por ser sacramental, es «íntima», ya que afecta al más profundo centro existencias de los presbíteros, a su misma entraña.


2. Contenido existencial:


La relación de fraternidad abarca las exigencias y realizaciones de la vida concreta. Entre las exigencias o actitudes podemos señalar las siguientes:

   - El espíritu fraterno, que supone la aceptación incondicional del otro, el trato afectuoso y la comunicación abierta.

   - La corresponsabilidad: colaboración derivada de saberse insertados en un ministerio y proyecto común.

   - La solidaridad: ayuda y colaboración permanente y en todos los aspectos de la vida diaria.

Entre las realizaciones concretas se pueden presentar distintos grados. La teología y la vida, la psicología y la fe comparten unos mismos objetivos y se mueven por unas mismas veredas.

   - Ayuda mutua: referida fundamentalmente al «compartir» lo que se tiene, ayuda material.

   - «Comunión en el trabajo»: compartir lo que se hace.

   - «Comunión de vida»: compartir lo que se es. Vida común, intercambio frecuente de ideas, proyectos y vivencias. Y todo aquello que pueda servir para un mayor crecimiento en la vida sacerdotal. Al hablar de la «fraternidad» en el beato Manuel Domingo y Sol tenemos en cuenta los diversos aspectos reseñados, ya que de una a otra forma aparecen muy claros en su contenido ideológico y vivencial. Sin duda es una concreción muy actual y válida de esta «fraternidad».



La vida en equipo: expresión de fraternidad



Trabajar y vivir en fraternidad ha sido una tendencia constante del sacerdote a lo largo de la historia de la Iglesia. Santos padres y maestros de espiritualidad han recomendado con interés la vida en equipo. Por no citar más que algunos ejemplos orientativos:

Dionisio de Alejandría habla de la «concordia fraterna» que debe haber entre los presbíteros. De los primeros siglos nos llegan noticias de sacerdotes que viven en comunidad sin formar una comunidad religiosa.

Obispos como Martín de Tours, Agustín de Nipona, Paulino de Nola, etc., se esforzaron por establecer entre sus clérigos la «vita communis».

Y durante toda la Edad Media y Moderna ha habido un continuo vaivén entre la «soledad» del sacerdote y la vida en «comunidad».

La vida en común no tenía otra salida que la «institución religiosa». Sin embargo el sacerdote siempre ha querido conservar su carácter diocesano. Vivir en común sin formar una comunidad religiosa.

El concilio Vaticano II habla de la «íntima fraternidad sacerdotal que forman entre sí los presbíteros en virtud de la ordenación: sintiéndose responsables los unos de los otros, acogiéndose y ayudándose mutuamente, trabajando con espíritu de equipo, viviendo en común, si hace falta, e incluso organizándose en asociaciones sacerdotales» (P.O.8).

También dice el concilio en el «Christus Dominus»: «Para hacer más eficaz la misma cura de almas se recomienda encarecidamente la vida en común de los sacerdotes, en particular de los adscritos a la misma parroquia, pues dicha convivencia, al mismo tiempo que favorece la acción apostólica, de a los fieles ejemplo de caridad y unidad» (nº 30). Hoy son muchos los sacerdotes diocesanos que buscan la santificación personal y la eficacia de su apostolado mediante la unión con otros sacerdotes. Es un nuevo rasgo de la espiritualidad sacerdotal:

«La íntima fraternidad sacramental entre los presbíteros lleva consigo la comunión en la oración, en la fraternidad sacramental y en la misión. Los presbíteros han de compartir este amor, en la comunidad de vida, de dones y de bienes. Llegar a tener un corazón y un alma, viviendo en familia o encontrándose en familia con frecuencia». (Simposio, pg. 153).


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