Buscar

Entradas populares

martes, 12 de junio de 2012

Formación específica para el celibato

Formación específica para el celibato [c. 247]
 
Dada la importancia y la complejidad que exige la función del ministerio sacerdotal en la vida de la Iglesia, corresponde a la Iglesia el deber de procurar la mejor formación a los futuros sacerdotes, y el deber de formarse lo mejor posible. Por esto, el Código señala: «los jóvenes que desean llegar al sacerdocio deben recibir, tanto la conveniente formación espiritual como la que se adecua para el cumplimiento de los deberes propios del sacerdocio» (c. 235 § 1).
Dentro de la múltiples dimensiones que concierne la formación sacerdotal, el Derecho Canónico, haciéndose eco del Concilio Vaticano II, en el sentido que los alumnos deben ser educados cuidadosamente para el estado del celibato sacerdotal (Cf. OT 10), establece una formación específica para el celibato, al señalar que «por medio de una formación adecuada prepárese a los alumnos a observar el estado de celibato, y aprendan a tenerlo en gran estima como un don peculiar de Dios» (c. 247, § 1). Por lo tanto, estas dos últimas afirmaciones demuestran que la vivencia del celibato no se improvisa, ni inicia con la ordenación sacerdotal, sino que es necesario una educación previa, seria y permanente.

1. La formación específica para el celibato hoy

Ante este deseado anhelo de la Iglesia surge una pregunta ¿Se puede hablar hoy de una específica formación para el celibato sacerdotal en las casas de formación? En tiempos pasados, en los programas formativos de los seminarios o casas de formación, se daba una notable atención al compromiso del celibato y a cuanto estaba relacionado con él.  Era una formación explícita y cuidaba que, a través de diversas actuaciones en la persona y en el grupo, se comunicaba valores y se prevenía de eventuales dificultades[1].
Sin lugar a dudas se trataba de programas bien estructurados y de proyectos operativos de formación para la castidad perfecta. Sin embargo, en la actualidad hay quienes dicen que la formación para el celibato no se da, o porque no se hace de forma cuidada y explícita (dejando en manos del propio candidato tal formación); o porque se hace de forma incompleta y unilateral (o sólo desde la dimensión espiritual o sólo de la humana); o porque no tiene en cuenta ciertos elementos importantes o no sabe descubrir la problemática de esta área en cada uno de los candidatos; o porque prefiere púdicamente ignorar tal realidad o no se considera bien preparado para afrontarla; o porque no va dirigida a todos, sino que mira solamente a algunas personas y a algunos casos (los que se encuentran en problemas/crisis) y está confiada-delegada a presencias ocasionales (el confesor) o externas a la realidad formativa (el psicólogo); o porque se hace simple y exclusivamente en grupo y relegada al último momento (antes de la ordenación de diácono o de la profesión perpetua en el caso de los religiosos)[2], etc. Esta realidad queda explícitamente revelada por la Congregación para la Educación Católica:
Una particular carencia formativa resulta ser la del celibato. Es un punto doloroso en la selección definitiva de los candidatos. Todavía hoy hay que lamentar que en el periodo del seminario un punto tan importante no se haya tratado con la debida seriedad, no sólo respecto a sujetos portadores de patologías especiales, sino tampoco en casos normales[3].
                                                                                                       
Todo esto parece demostrar que la formación específica para vivir el celibato de los futuros sacerdotes es una formación desatendida.

2. Los educadores en el proceso de formación específica del celibato
 
Se parte del supuesto de que los educadores deben estar convenientemente preparados para llevar adelante este tipo de formación. Sin embargo, se señala brevemente algunos elementos de esta formación o algunas cualidades personales del formador.
En el proceso formativo es necesaria e indispensable la relación cualificada del educador con el formando. Es propio de un educador capacitado el acoger y comprender al individuo, su historia, sus problemas, su inmadurez afectiva, su inconsciente[4]. «Solamente en el contexto de libertad y gratuidad interpersonales, como se dan en la relación individual, es posible un sondeo serio de  las experiencias personales y de la vivencia profunda»[5].  La relación personal resulta eficaz cuando el formador ha alcanzado un cierto nivel personal de madurez afectiva, que le facilita vivir serenamente su celibato como motivo central, que le permite testimoniar que el motivo por el que ha renunciado al amor profundamente atractivo de una criatura es muy satisfactorio para su corazón. Es en parte la condición básica reconocida desde siempre por el magisterio y por las ciencias de la formación. En este caso no le está permitido a nadie trampear[6]. Junto a esta condición fundamental de la relación, existen otras.
El formador debe ser capaz de reconocer las áreas menos fuertes y menos libres de su personalidad y de su afectividad, con el fin de evitar que se proyecten en el joven al que dirige, cosa especialmente grave (la formación se convierte en de-formación) y con el fin también de no caer en las trampas de demandas infantiles o adolescentes que el mismo joven -tal vez inconscientemente- podría tenderle[7].
Un educador debe saber discernir también la presencia de conflictos y la inmadurez afectiva del otro. No es suficiente observar la conducta exterior, como tampoco basta esperar a que sea el otro quien revele su problema (tal vez alguno no lo haga nunca); tampoco basta con contentarse con lo que el otro dice de sí (la mejor veracidad no basta para ser veraces), sobre todo cuando el joven afirma vivir sin problemas. Por lo tanto, el educador tiene que percibir, más allá de las conductas observables, las motivaciones más profundas, las necesidades dominantes, las tensiones desconocidas, etc.[8].
Pero todo esto serviría de poco si el educador no está en condiciones de ayudar a la persona a que descubra su propia inmadurez afectiva, sus raíces y consecuencias. El camino formativo debe llevar al sujeto a elegir un método que le ayude a conocerse, a comprender de dónde vienen ciertos estados de ánimo, determinados impulsos, las dificultades para vivir la soledad y el celibato, teniendo siempre bien presente las dos características de la energía sexual[9].
Además, se le pide al formador que ayude al joven a resolver sus dificultades de naturaleza afectiva, a que asuma en sus relaciones un comportamiento distinto, más consciente y responsable, que sea cada vez menos independiente y más libre para amar a Dios y a los otros, como lo requiere una vida de celibato. Tampoco se trata, de resolver y de superar todas las inconsistencias (traumas con grandes raíces), sino de mostrar un método mediante el cual el joven pueda asumir responsablemente una postura más libre y adulta frente a los problemas[10].
Finalmente, en relación a lo expuesto anteriormente se afirma junto a Cencini que «el formador deberá estar en condiciones no sólo de realizar la pars destruens, eliminando las inconsistencias, sino también la construens, ayudando al joven a que edifique su vida afectiva sobre bases nuevas»[11]. Es por ello que, «los formadores no deben ser guardianes de la sexualidad o no deben presentar esta última como un límite a reprimir. Se trata simplemente de formar ministros responsables de la elección que hacen, prestos a darse enteramente al proyecto de Cristo»[12].

3. Dimensiones urgentes y necesarias en la formación específica del celibato

 

3.1. Madurez humana

Los planes formativos, las actividades del seminario, y sobre todo la atención de los formadores y de los mismos interesados no pueden descuidar la dimensión humana de la formación integral del sacerdote, pues, «la vocación sacerdotal requiere de madurez humana y cristiana para que la respuesta a la llamada divina esté fundamentada en la fe, y al mismo tiempo en condiciones de comprender el sentido de la vocación y de sus exigencias»[13]. El objetivo central de la formación humana del seminarista es favorecer su madurez humana. Juan Pablo II, al afirmar que «sin una adecuada formación humana toda formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario» (PDV 43), pone de relieve una dimensión fundamental de quien se prepara para el ministerio presbiteral, que ahora urge trabajar con profundidad ya que de ella depende la práctica y la vivencia de los valores evangélicos.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, frente a la nueva situación social y cultural que emergía, enunciará autorizadamente los criterios para la formación de la castidad en el celibato, siendo la madurez humana uno de ellos: «El seminarista debe tener un adecuado grado de madurez psíquica y sexual» (PDV 50).
Por lo tanto, «cualquier persona, para vivir sanamente el celibato, necesita ser a su vez sana mentalmente y haber logrado un mínimo de madurez humana»[14]. Ha sido así que la «la historia de sacerdotes frustrados: historias de personalidades no unificadas, no integradas, en las que se busca en vano al hombre maduro y equilibrado»[15].
Sin embargo, la madurez humana es una realidad compleja, tiene muchos aspectos y cada uno puede desarrollarse de diversa manera. Por lo que se ha convenido, en considerar maduro en general, al hombre que presenta entre otras, las siguientes características: suficiente estabilidad psicológica y afectiva (Cf. OT 11, RFIS 39), capacidad para tomar decisiones prudentes (Cf. OT 11), rectitud y objetividad en el modo de juzgar los acontecimientos y las personas, dominio del propio carácter, fortaleza de espíritu, constancia, normal interiorización de las virtudes más apreciadas en la convivencia humana y aptitudes de sociabilidad que permitan relacionarse con los hombres (Cf. OT 6,11; RFIS 39, OECS 18)[16].
Estas características permiten descubrir el proceso de la madurez humana, y al mismo tiempo, marcan también el horizonte al que tiene que llegar el hombre que opta por la vida celibataria.
Por otro lado, hay que tener presente la situación actual que limita u obstaculiza el proceso de madurez humana, siendo una de ellas «el ambiente cargado de estímulos sexuales y eróticos, inexistente hasta ahora, donde la vida celibataria exige un alto grado de madurez humana. Además de esto, la vida célibe, necesita en el tiempo actual más preparación pedagógica y psicológica, y unas ayudas más urgentes y concretas que en el pasado»[17].

3.2. Madurez afectiva

«[…] si la afectividad está considerada como una dimensión fundamental de la persona, la madurez afectiva se puede considerar como requisito indispensable para el optimum del funcionamiento de la personalidad»[18]. A partir de este presupuesto, urge un «cuidado especial en la madurez afectiva de los alumnos; úrjase una educación en el amor, dentro de la cual deberá insertarse la necesaria formación sexual, haciéndoles conscientes del puesto central del amor en la existencia humana»[19].
La educación de la madurez afectiva implica y requiere también, especialmente en el momento actual, una formación coherente en la sexualidad humana. El seminarista necesita saber toda la verdad acerca del amor humano y de la castidad (Cf. PDV 44). Esto supone, en gran parte educar el corazón, los afectos y los sentimientos. También requiere formación de los ideales de la verdad, la belleza, la bondad o la generosidad. La formación en esta virtud debe abordar la naturaleza de las tentaciones contra la pureza, su origen y su causa, así como los remedios espirituales a utilizar contra ellas.

El Papa Juan Pablo II señalaba al respecto:

Puesto que el carisma del celibato, aún cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite para la prudencia, la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres (PDV 24).

Siguiendo este presupuesto, el seminarista se encontrará en disposición de aceptar su sexualidad, viéndola en primer lugar como un don de Dios. Para conseguir la madurez afectiva, una ayuda indispensable es la dirección espiritual regular. Abrir el alma a un director espiritual prudente en los aspectos que se refieren a la vida interior del seminarista y del sacerdote es una de las mejores garantías para lograr la madurez afectiva y la estabilidad esencial[20]. De esta manera le permite mantener relaciones prudentes y lograr contactos de cooperación apostólica con las mujeres, acordes a la opción por el celibato y por el reino de los cielos[21].
Por lo tanto, hay madurez afectiva cuando el formando interpreta su vida en la casa de formación y su futuro ministerio, con todas las exigencias, como una forma positiva de amor. Su opción vocacional le ha llevado a amar más y no a amar menos. La expresión de sus sentimientos ha pasado por el matiz de aceptación y apropiación de los mismos, y por ello es más libre para expresarlos donde conviene hacerlo. Hay un cierto control, no rígido, de su propia experiencia afectiva. Ha llegado a tener la capacidad de mirar sus contradicciones en este sentido con buen humor[22]. En definitiva, «el candidato llamado al celibato, encontrará en la madurez efectiva una base firme para vivir la castidad con fidelidad y alegría» (PDV 44).

4. Medios que faciliten la preparación y vivencia del celibato

Existen algunos medios generales y fundamentales, sobre los que se apoya la vida sacerdotal, y en ello la vivencia del celibato: la oración, la vida litúrgica (liturgia de las horas, devociones, etc.) y sacramental (Eucaristía, reconciliación), ya que son medios inherentes al ministerio sacerdotal, por lo cual se dan por vividos. Juan Pablo II señala, como uno de los criterios para la formación de la castidad en el celibato una vida asidua y auténtica de oración (Cf. PDV 50). La oración personal y comunitaria es el medio insustituible para obtener de Dios la fidelidad a las promesas, resistencia a los impulsos de la naturaleza humana y equilibrio de las emociones que surgen por influencias adversas del medio ambiente en que vivimos[23].
Sin embargo, el célibe necesita de otros medios, es decir de espacios de encuentro humano, de fraternidad y de amistad; ser ayudado en momentos de turbación y debilidad; del conocimiento de su persona y de discernimiento. Sin ellos, corre el riesgo de cerrase sobre sí mismo o de evadirse en la actividad. Por ello nos detenemos en cuatros medios: la fraternidad, la amistad, el acompañamiento espiritual y formación permanente, y el acompañamiento psicológico.

4.1 La vida fraterna

El Concilio Vaticano II afirmó la fraternidad sacerdotal como una exigencia intrínseca del sacerdocio ministerial:

A fin de que los presbíteros encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad, foméntese alguna especie de vida común o alguna conexión de vida entre ellos, que puede tomar formas variadas, según las diversas necesidades personales o pastorales; por ejemplo, vida en común; donde sea posible, mesa común o, a lo menos, frecuentes y periódicas reuniones (PO 8).

En esta misma línea, el Código de derecho canónico establece en el c. 280 «se aconseja vivamente a los clérigos una vida en común». La fraternidad del ministerio exige actualmente una realización existencialmente más intensa. En una sociedad cada vez más secularizada, el sacerdote necesita vinculaciones personales más estrechas y un espacio vital caracterizado por relaciones de amistad fraterna, en el que pueda vivir como cristiano y como sacerdote[24]. Para una mejor vivencia del celibato es necesario un clima fraternal y familiar, pues el celibato no se puede vivir «en solitario», sino que se debe vivir en una «comunidad de discípulos», es decir en unión profunda con otros hermanos, con la que el célibe comparte el mismo seguimiento radical del Señor Jesús. Para poder vivir con fidelidad y alegría el celibato, es imprescindible estar integrado en una «familia espiritual», en un grupo de amigos[25]. Porque si el celibato es una forma de amor, hay que vivirlo en un clima de amistad, con Dios y con Cristo[26]. Porque el sacerdote, como ser humano, es capaz de verdaderas y hondas amistades, singularmente útiles para su expansión afectiva, cuando éstas se cultivan en la fraternidad sacerdotal[27]. De lo contrario, la vida solitaria que llevan muchos sacerdotes en la actualidad, conduce al aislamiento; no se parece de modo alguno a la forma de vida comunitaria de Jesús, y apenas puede justificarse humana y cristianamente. Por esta Razón, se plantea con urgencia la cuestión de la vita communis[28].
En este sentido afirma Juan Pablo II: «una sana amistad y vida comunitaria, ya desde el seminario, os preparará para la íntima fraternidad o fraternidad sacerdotal que debe reinar en todo presbítero diocesano […]»[29]. Sin embargo, la Iglesia no puede exigir una vida sacerdotal célibe sin crear las condiciones previas en las que la vida pueda realizarse. Por una parte, surgen dos preguntas: ¿se  podrá y deberá tratar de ganar a un joven para el sacerdocio sin ofrecerle a la vez una forma de vida convincente, digna de ser vivida humana y espiritualmente, más aún una forma de vida atractiva? Pues la forma en que actualmente viven algunos sacerdotes ¿no aterroriza a más de uno y le retrae de escoger esta profesión, porque no quiere pasarse la vida y trabajar solo y aislado? Es verdad que en la actualidad existe la posibilidad de crear círculos de sacerdotes y equipos de pastores de almas, o de adherirse a algunas de las numerosas hermandades sacerdotales[30]. Sobre todo se ofrece la forma de vida de la vita communis. Sin embargo, parece que muchos obispos y sacerdotes no han comprendido aún suficientemente en toda su trascendencia lo que supone una convivencia comunitaria con carácter vinculante[31].
En consecuencia, el sacerdote, como enviado que es de Cristo, sólo podrá transmitir con credibilidad el testamento de Cristo: «que todos sean uno», cuando él mismo se esfuerce por lograr esta unidad con sus hermanos en el ministerio, cuando el mismo trate de ser un hombre de vida de comunión[32]. Un modelo fundamental es Pablo, ya que no vacila en confesar que, en las dificultades y tribulaciones de su ministerio, fue consolado por su comunidad, por hermanos en Cristo y principalmente por colaboradores apostólicos (Cf. por ejemplo lo que se dice en 2 Cor. 7, 6s). Por lo que, en el consuelo fraternal mutuo se comunica y transmite el consuelo de Dios mismo (Cf. Cor. 1, 3s)[33].


4.2. Acompañamiento espiritual y formación permanente
 
4.2.1. Acompañamiento espiritual
                                     
El acompañamiento espiritual, al mismo tiempo de ser un criterio que se debe seguir para impartir la formación en la castidad celibataria (Cf. PDV 50), es un medio fundamental en la vida del célibe. Hoy más que nunca es necesario el acompañamiento espiritual permanente, para la vivencia del celibato. El acompañamiento ha de ser sistemático, a modo de exigencia para la persona misma. El acompañamiento personal: vocacional y formativo, según A. Cencini -especialista italiano sobre el tema de la vocaciones- consiste en: «una ayuda temporal e instrumental que un hermano mayor en la fe y en el discipulado presta a un hermano menor, compartiendo con él un tramo de camino, para que pueda discernir la acción de Dios en él, tomar decisiones y responder a la misma con libertad y responsabilidad»[34]
En esta definición de Cencini también juega un rol importante el acompañante, el cual debe ser una persona adecuada, quien debe ayudar a la persona a explorar su mundo de experiencias, sentimientos y conductas naturales, debe ayudar a integrar esos datos en el acompañante. El que tiene la tarea de acompañar debe centrarse en la persona, más que en el problema. Al mismo tiempo, implica sinceridad, comunicación clara y concreta, por parte de quien se deja acompañar.
Es evidente que la integración emocional, desde el marco psicológico, espiritual, es uno de los factores más decisivos del desarrollo personal. Las emociones rectamente guiadas y controladas, a través de un acompañamiento serio y  profundo, se convierten en medios valiosos para dar atractivo y eficacia a la personalidad; abandonadas así mismas, sin ningún acompañamiento, son causas importantes de inadaptación, de desequilibrio de la personalidad y de la persona en general[35].

4.2.2. Formación permanente

Sería un grave error, sin embargo, creer que el día de la ordenación sacerdotal se ha llegado a la meta de la formación. Porque, el día en que el candidato recibe el sacramento del orden, Dios lo invita a emprender otra etapa de formación. Actualmente, es frecuente la reducción de la formación permanente a momentos extraordinarios, como el mes de ejercicios espirituales de cada año, un curso intensivo de actualización a nivel intelectual, el tratamiento técnico-terapéutico de algunos problemas humanos, o un año sabático. Detrás de este reduccionismo se encuentra la comprensión de la formación como una actividad externa que no compromete al sujeto. Como si la participación de acontecimientos aislados pudiesen solucionar problemas[36]. La razón y naturaleza de la formación permanente es abordada en la PDV 79 que señala: «Los padres sinodales han expuesto la razón que muestra la necesidad de la formación permanente y que, al mismo tiempo, descubre su naturaleza profunda, considerándola como fidelidad al ministerio sacerdotal y comoproceso de continua conversión». Por lo que «la Formación permanente de los sacerdotes es la continuación natural y absolutamente necesaria de aquel proceso de estructuración de la personalidad presbiteral iniciado y desarrollado en el Seminario mayor […]»[37]. «Su primera y última condición es la conversión y la oración»[38]. Y su «fin primario y fundamental de la formación permanente es, precisamente, la ayuda recíproca en el camino de la santificación sacerdotal (n. 2), la formación nos sostiene en el camino hacia la santidad llamándonos cada día a la conversión (n. 3)»[39]. Su finalidad es «ayudar a estructurar su personalidad presbiteral dándole elementos para su unidad y equilibrio», y por otra, «ayudarle para que pueda asumir, cada vez con mayor profundidad que el eje orientador de su vida ministerial ha de ser la caridad pastoral»[40]. Por lo tanto, si se quiere lograr todo esto «prepárese a los alumnos, desde el seminario mayor, para la formación permanente, que ha de desarrollarse como proceso vivo, general e integral de continua maduración (Cf. PDV 71)»[41].


4.3. Acompañamiento psicológico

Para una vivencia sana del celibato es necesario salud mental y tener un cierto grado de madurez humana. Para conseguir este objetivo también es necesario ayudarse de lo que hoy en día la psicología ofrece.
¿Qué ayuda puede aportar la psicología al formando y al sacerdote? En primer lugar la psicología puede ayudar a saber mirar y escuchar, es decir, en el crecimiento y la formación humana, vemos acontecimientos, gestos, modos, formas, etc., pero no basta con ver, hay que saber mirar, es decir ver lo que hay detrás, de donde proceden, qué significan para el individuo, sus coherencias e incoherencias, si va o no acompañada por gestos y de qué tipo etc., no basta con ver. Oímos también muchas palabras que dicen y nos dicen, pero hay que saber desde dónde lo dicen, qué significado tiene para la persona, qué sentimientos acompañan, qué quieren decir incluso sus silencios, su forma de expresar, etc. No basta oír.
La psicología ayuda a descubrir la estructura y la dinámica interna de los diversos componentes (consciente, latente, inconsciente) y niveles (físicos-social-racional) del yo, con sus consistencias e inconsistencias, de la persona. Le ayuda a captar el proceso de maduración de la persona en su devenir. Le ayuda a evitar falsas espiritualizaciones, que pueden complicar la solución del problema, al no querer enfrentar un problema que se da en el plano humano. Puede ayudar de forma específica en lo que se refiere a las disposiciones y aptitudes humanas del candidato. De otro modo,  la psicología puede ser un instrumento para conocer signos o señales de algunas patologías que podrían ser obstáculo o impedimento para la vida sacerdotal. Ayudan también a descubrir otras señales de patologías que, mediante una ayuda adecuada, no impiden acceder al sacerdocio.
Sin embargo, por encima de la psicología está la llamada del Señor y la fuerza de la conversión. Pero muchas veces la persona llamada y con deseo de conversión no tiene las habilidades o capacidades de poder darse en totalidad, no es libre, algo que sin ser él mismo consciente, le esclaviza. En este sentido la psicología nos ayudaría a descubrir esas esclavitudes, cómo afectan a la persona en su respuesta vocacional, y buscar los medios necesarios para integrarlas[42].

4.4. La relación sana y prudente con la mujer

El sacerdote como todo varón necesita de la presencia femenina en primer lugar de su propia madre, de sus hermanas, parientes cercanas y amistades. Sólo así podrá alcanzar su desarrollo afectivo normal, y lograr su propia identidad masculina. En la vida, no  puede ser un misógino, permanecer aislado y prescindir de todo lo que sea femenino. Sería una vida irreal. En la sociedad y en la Iglesia, la mujer ocupa un lugar imprescindible. Como María, toda mujer «es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios» (DP 291). El mundo estaría frío e incompleto, sin la presencia tierna y fecunda de la mujer. El trato del sacerdote en su actividad pastoral es más con mujeres que con hombres, esta relación seria y madura con la mujer permitirá que el sacerdote realice plenamente su sexualidad. Sin embargo, hay que evitar las relaciones individuales con personas de distinto sexo, sobre todo si son prolongadas y solitarias.
Por lo tanto, si el sacerdote en la práctica debe relacionarse tanto con la mujer, ha de educarse para esa realidad, desde su familia, así como durante su formación sacerdotal. En este sentido se exige un «cuidado especial en la formación afectiva de los alumnos; aprendan a relacionarse con toda clase de personas, empezando por la propia familia; sean capaces de vivir la amistad serena y profunda, habituándose a tratar a la mujer con respeto y prudencia»[43]. Pero para que se dé este tipo de relación entre el seminarista con la mujer y la elección del celibato sea enteramente libre, es necesario que el joven pueda analizar enteramente a la luz de la fe el valor evangélico de este don y al mismo tiempo estime en su justa medida los bienes del estado matrimonial; al mismo tiempo, haya alcanzado una libertad psicológica interna y externa, y posea el grado necesario de madurez afectiva, de modo que pueda sentir y vivir el celibato como plenitud de su propia persona; además ha tenido que recibir una adecuada educación sexual, una vivencia profunda de oración, acompañamiento espiritual, ha tenido que alcanzar un cierto grado de madurez espiritual y humana[44].
Es posible una relación de amistad sana y madura entre sacerdote y mujer, de tal modo que esa relación de amistad ayuda a la vivencia del celibato; sin embargo,  requiere de mucha madurez de ambas partes, y no solo madurez humana, sino madurez espiritual. Por esto último, las palabras del cardenal Kasper son precisas: «Solo cabe desearle a los sacerdotes que a lo largo de su vida puedan cultivar relaciones de amistad con mujeres que posean madurez y grandeza humana, y que respeten y apoyen la forma de vida espiritual del sacerdote»[45], y para esto, «es necesario instruir y educar a los fieles laicos sobre las motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales propias del celibato sacerdotal, de modo que ayuden a los presbíteros con la amistad, comprensión y colaboración» (PDV 50).






[1] Cf. Amadeo Cencini, Por amor, con amor, en el amor, 104-105.
[2] Cf. Ibid., 105-106.
[3] Congregación para la Educación Católica,Annotazioni, rilievi, rimedi da cause per diduzione a stato laicale con dispensa da obblighi per sacerdote e diaconi, Cittá del Vaticano, 18 mayo 1991, 4, en Ibíd.,106.
[4] Cf. Amadeo Cencini, Por amor, con amor, en el amor, 114.
[5] L. Serenta, Direzione spirituale e comunicazione della fede oggi, en L. Serentha-G. Moioli-R Corti, La direzione spirituale oggi, Milano 1982, 40, en Ibid., 114.
[6]Cf. Ibid., 116.
[7]Cf. Ibid.
[8]Cf. Ibid.
[9]Cf. Ibid., 117
[10]Cf. Ibid.
[11]Ibid., 118.
[12] Óscar Rodríguez Maradiaga, «Perfil de un ministro que responda a las exigencias de nuestra época», 502.
[13] Sagrada Congregación para la educación católica El celibato, valor positivo del amor,30.
[14] José Díaz, «El celibato don de Dios», 13.
[15] Sagrada Congregación para la educación Católica, El celibato, valor positivo del amor,25.
[16] Formar presbíteros hoy, Luis Rubio Morán (ed.), Sígueme, Salamanca 1988, 233.
[17] Walter Kasper, El sacerdote, servidor de la alegría, 74.
[18] Sagrada Congregación para la educación católica , El celibato, valor positivo del amor, 20.
[19] Conferencia del episcopado mexicano,Normas básicas para la formación sacerdotal en México, México, D.F., 19992, 99.
[20] Thomas McGovern, El celibato sacerdotal: una perspectiva actual, 214.
[21] «La formación sacerdotal en los seminarios de América Latina», en L´Osservatore Romano, 10, viernes 6 de marzo de 2009, 4.
[22] Cf. Emilio Lavaniegos González, Los itinerarios formativos, Servicio de animación vocacional Sol, México 2009, 67-68.
[23] Cf. Sagrada Congregación para la educación católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, Roma, noviembre de 1983, Paulinas, México 19842, 46.
[24] Cf. Gisbert Greshake,Ser sacerdote hoy, 458.
[25] José Díaz, «El celibato don de Dios», 12.
[26] Cf. Sagrada Congregación para la Educación Católica,Orientaciones educativas sobre el amor humano, 51
[27] Ibid.
[28] Cf. Walter Kasper, El sacerdote, servidor de la alegría, 74-75.
[29] Juan Pablo II, Mensaje a los seminaristas de España, Ed. PPC, Madrid 1982, 192.
[30] Aquí se presenta dos Asociaciones sacerdotales, como ejemplos de fraternidad sacerdotal: La Hermandad de sacerdotes operarios diocesanos, que es «una asociación de sacerdotes seculares cuyos miembros se unen con el vínculo de la caridad y de una dirección en común, para lograr más fácilmente su santificación en medio del mundo», en Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, Estatutos Directorio, Reglamentos, Roma 2008 (Est.1). Asimismo, «el elemento esencial de los miembros de la Asociación es la unión. Sacerdotes, sí, diocesanos. Pero unidos y a ser posible trabajando en grupo era el pensamiento del fundador», en Lope Rubio, «Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos», en Seminarios 55/194 (2009) 136. Y la Asociación de los sacerdotes del Prado, señala que «al entrar al prado acordamos ayudarnos mutuamente a volvernos discípulos y misioneros de Jesucristo y nos disponemos juntos a recibir cada día el don de la vida fraterna. La vida de equipo tiene como finalidad estimularnos a vivir nuestra vocación en la pobreza, la simplicidad y la alegría, ofrecernos un lugar de discernirniento, de conversión, de renovación en nuestra unión a Jesucristo» Rodolfo R. Palomares, «La Asociación de los sacerdotes del Prado», en SeminariosVol. 55/194 (2009) 132.
[31] Cf. Gisbert Greshake,Ser sacerdote hoy, 460.
[32] Cf. Ibid.,460-461
[33] Cf. Ibid.
[34] Amadeo Cencini, Vida consagrada. Itinerario formativo, San Pablo, Madrid 1994, 59.
[35] Benito Goya, Psicología y Vida espiritual, Madrid, San Pablo 2001, 129; en Cf. José Díaz, «El celibato don de Dios», 15-16.
[36] Emilio Lavaniegos González, El cuidado de tu vocación en la edad intermedia, Servicio de Animación Vocacional Sol, México 2009, 63.
[37] Conferencia del episcopado mexicano, Normas básicas para la formación sacerdotal en México, 199.
[38] Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes, del 8 de abril de 1979, n. 10, Cf. Lope Rubio, «La formación permanente como fidelidad al ministerio sacerdotal y como proceso de continua conversión», en Seminarios 54/189-190 (2008) 130.
[39] Juan Pablo II, La formación sacerdotal, Discurso a los sacerdotes de Roma, el 13 de febrero de 1997, en Ibid., 131.
[40] Ibid., 165.
[41] Conferencia del episcopado mexicano, Normas básicas para la formación sacerdotal en México, 200.
[42] Cf. Juan José Rubio, «El lugar del acompañamiento psicológico en el proceso de formación en el seminario mayor», en Seminarios 54/189-190 (2008) 198-203.
[43] Conferencia del episcopado mexicano, Normas básicas para la formación sacerdotal en México,  99.
[44] Cf. Felipe Arizmendi, ¿Vale la pena ser sacerdote hoy?, Clavería, México 1988, 90-93.
[45] Walter Kasper,  El sacerdote, servidor de la alegría, 74.


0 comentarios:

Publicar un comentario