La teología del apostolado se podría sintetizar en estas palabras: “Como el Padre me envió, así los envío yo a ustedes” (Jn 20, 21). El cardenal Martini enfatiza que Jesús tenía el sentido de la misión y la mentalidad de que no hacía una elección, sino que cumplía una misión recibida. Por eso tenía esa paz tan profunda, tanto coraje en la adversidad y tanta perseverancia.
“Ya que la actividad pastoral está destinada por su naturaleza a animar la Iglesia, que es esencialmente «misterio», «comunión», y «misión», la formación pastoral deberá conocer y vivir estas dimensiones eclesiales en el ejercicio del ministerio. Es fundamental el ser conscientes de que la Iglesia es «misterio», obra divina, fruto del Espíritu de Cristo, signo eficaz de la gracia, presencia de la Trinidad en la comunidad cristiana; esta conciencia, a la vez que no disminuirá el sentido de responsabilidad propio del pastor, lo convencerá de que el crecimiento de la Iglesia es obra gratuita del Espíritu y que su servicio –encomendado por la misma gracia divina a la libre responsabilidad humana– es el servicio evangélico del «siervo inútil» (cf. Lc 17, 10).
En segundo lugar, la conciencia de la Iglesia como «comunión» ayudará al candidato al sacerdocio a realizar una pastoral comunitaria, en colaboración cordial con los diversos agentes eclesiales: sacerdotes y Obispo, sacerdotes diocesanos y religiosos, sacerdotes y laicos. Pero esta colaboración supone el conocimiento y la estima de los diversos dones y carismas, de las diversas vocaciones y responsabilidades que el Espíritu ofrece y confía a los miembros del Cuerpo de Cristo; requiere un sentido vivo y preciso de la propia identidad y de la de las demás personas en la Iglesia; exige mutua confianza, paciencia, dulzura, capacidad de comprensión y de espera; se basa sobre todo en un amor a la Iglesia más grande que el amor a sí mismos y a las agrupaciones a las cuales se pertenece. Es especialmente importante preparar a los futuros sacerdotes para la colaboración con los laicos. «Oigan de buen grado –dice el Concilio– a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de que, juntamente con ellos, puedan conocer los signos de los tiempos». El Sínodo ha insistido también en la atención pastoral a los laicos: «Es necesario que el alumno sea capaz de proponer y ayudar a vivir a los fieles laicos, especialmente los jóvenes, las diversas vocaciones (matrimonio, servicios sociales, apostolado, ministerios y responsabilidades en las actividades pastorales, vida consagrada, dirección de la vida política y social, investigación científica, enseñanza). Sobre todo es necesario enseñar y ayudar a los laicos en su vocación de impregnar y transformar el mundo con la luz del Evangelio, reconociendo su propio cometido y respetándolo».
Por último, la conciencia de la Iglesia como comunión «misionera» ayudará al candidato al sacerdocio a amar y vivir la dimensión misionera esencial de la Iglesia y de las diversas actividades pastorales; a estar abierto y disponible para todas las posibilidades ofrecidas hoy para el anuncio del Evangelio, sin olvidar la valiosa ayuda que pueden y deben dar al respecto los medios de comunicación social;) y a prepararse para un ministerio que podrá exigirle la disponibilidad concreta al Espíritu Santo y al Obispo para ser enviado a predicar el Evangelio fuera de su país (PDV 59)”.
Imoda dice que nuestras ansiedades vienen de las divisiones que hay en el corazón humano, fundadas sobre impulsos que constante- mente se inclinan hacia:
• la inseguridad y duda de sí mismo y del propio valor, con incapacidad de decidir y posibles consecuencias de escepticismo e indiferencia;
• excesiva y no controlada necesidad de dependencia de los otros para tener cobijo afectivo y por propia seguridad;
• miedo a perder la autoimagen o la fama, hasta llegar a ser pusilánimes;
• ambición descontrolada como reacción al complejo de inferioridad;
• apoyo exagerado al poder material y al éxito como compensación a una sensación de vacío espiritual;
• resentimiento unido a una sensación de privación, sobre todo al compararse con otros que parecen más dotados o afortunados;
• tendencia a dominar a los otros y a las situaciones para afirmar el propio valor y la propia superioridad. (Imoda, Esercizi spiritualiePsicología, p. 33).
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