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sábado, 30 de junio de 2012

Cultura y pertenencia

1. El sentido de pertenencia

A. Maslow, un gran psicólogo humanista, incluye el sentido de pertenencia entre las seis necesidades vitales básicas de la persona. No le falta razón: la pertenencia es un componente de la identidad. Uno no sabe quién es mientras no sabe a quién y a qué pertenece. Los estudios realizados con niños criados en un ambiente sexualmente promiscuo en el que no tienen clara referencia de quiénes son sus padres, resultan desoladores: la confusión y el marasmo son dominantes. Si queremos mantener entera nuestra salud psíquica, nuestras cinco o seis pertenencias básicas tienen que ser muy claras y muy sentidas: la familia, la comunidad humana próxima, el ámbito sociocultural del que formamos parte, la comunidad eclesial eucarística local y universal, la humanidad, Dios. Los creyentes no podemos olvidar ademas que la pertenencia es una dimensión fundamental del la comunión, alma de la comunidad eclesial.
Estos son los caracteres principales del sentido de pertenencia. Es adhesión a un grupo con el que nos sentimos solidarios en su historia, en sus grandezas y miserias. Es empatía para con los componentes del grupo al que pertenecemos. Es un sentimiento reciproco: aquellos a quienes pertenezco me pertenecen también a mi. Se alimenta de experiencias comunitarias reales y simbólicas de comunión. Convivir, concelebrar, colaborar y compartir son los cuatro verbos generadores del sentido de pertenencia.
2. La crisis del sentido de pertenencia
La vida parcelada y fragmentada crea una multitud de pertenencias muy débiles y debilita asimismo las pertenencias fuertes. Es normal que esto suceda si vivo en una familia, trabajo en otro barrio, me divierto en otras latitudes, tengo mi grupo natural en otro lugar, celebro mi fe donde por las circunstancias mejor me viene, paso temporadas de viaje o de vacación con otras personas diferentes.
En una lectura de mayor profundidad, algunos especialistas emparentan esta crisis con el auge de la individualidad. Según ellos, esta tendencia al desapego seria una reacción defensiva del individuo frente a la tentación de omnipresencia del grupo y de la institución. Las primeras pertenencias que se resienten son las que nos ligan a comunidades o colectivos mas amplios con los cuales la relación de la persona es menos intensa y mas institucional. El sujeto humano, particularmente el hombre y la mujer de nuestros días, se adhiere mas fácilmente a microgrupos mas próximos en los que encuentra acogida y afectividad. Es mas débil y quebradiza su adhesión a grupos que le trascienden espacial y temporalmente. El desapego institucional es hoy un fenómeno frecuente y creciente. La adhesión a las instituciones muy amplias tiende a ser precaria; la confianza depositada en ellas es, con frecuencia, débil. El carácter frío y lejano de las grandes instituciones favorece el desenganche vital de las personas. Así puede explicarse en parte la alta valoración actual de la familia. Tal vez es exagerada, pero apunta en buena dirección la reflexión de Susan Sontag: «La familia es el ultimo reducto de calor en un mundo helado».
3. Pertenencia y vida presbiteral
Afirmar que el sentido de pertenencia a la comunidad parroquial, religiosa, diocesana y universal no es un patrimonio sólido en nuestros presbiterios, seria contrario a la verdad y abiertamente injusto. Probablemente no existirá en el mundo de las grandes instituciones cívicas una adhesión mas sólida que ésta. Mantener, con todo, que la crisis de pertenencia no esta afectando sino muy periféricamente a nuestros presbiterios seria ingenuidad o miedo a la verdad.
Es bien conocida la retracción que experimentan respecto de la vida diocesana bastantes sacerdotes a partir de su jubilación y, sobre todo, a partir de su ancianidad efectiva. Según los expertos en gerontología, las tres crisis de las personas mayores afectan a su identidad, a su autonomía y a su sentido de pertenencia. El caso es sensiblemente mas suave en los sacerdotes que en los ancianos de su generación. Pero también entre nosotros, bastantes sacerdotes se sienten un tanto al margen de la corriente de la vida eclesial. Esta marginalidad, favorecida por la propia dinámica del anciano y tal vez en algunos casos por nuestro descuido a la hora de informarles y motivarles, provoca por su parte cierto desentendimiento y una regresión hacia su mundo interior.
Pero la crisis del sentido de pertenencia se extiende también a otras generaciones. La polarización del presbítero en su comunidad parroquial y la distancia psíquica respecto de otras pertenencias eclesiológicamente muy consistentes como la iglesia local, no es un fenómeno residual. Según mi limitada experiencia, las generaciones mas jóvenes no parecen escapar a este mismo movimiento. Tampoco las generaciones intermedias son del todo ajenas a él, aunque creo que en muchas diócesis son ellas las que llevan el peso mayor de la responsabilidad por la totalidad diocesana. Tal vez esta débil implicación en lo diocesano, en sus proyectos globales, en sus celebraciones, sea algo que no se deba solamente a la polaridad parroquial. Una mejor teología de la iglesia local favorece la implicación, pero no crea sin mas sentimientos de pertenencia. Tenemos que discernir qué es, en este punto, cultural y qué es debido a deficiencias formativas pasadas o presentes y a carencias de reciprocidad y atención individualizada por parte de la diócesis.
No quiero eludir una expresión de esta crisis que afecta a la relación de bastantes presbíteros con la Iglesia en niveles nacionales mas amplios y con la misma Iglesia universal. Es innegable que la figura del Sucesor de Pedro es, en el nivel real y simbólico, generador necesario y eficaz de un sólido sentimiento de pertenencia eclesial. La comparación con otras confesiones cristianas evidencia la hondura y el valor inestimable del servicio del Primado. Observo, con todo, en bastantes sacerdotes y muchos cristianos, una insatisfacción, un sufrimiento y una tensión de voltaje bastante alto respecto a estructuras eclesiales mas amplias en las que creen intuir posiciones defensivas y políticamente escoradas. La misma Curia vaticana no se sustrae a una sospecha de orientación involutiva. Esta percepción, exagerada y deformada por algunos Medios de Comunicación Social, llega a rebajar notablemente el crédito moral de los pastores no solo ante la sociedad sino ante los mismos fieles. Hace sufrir mucho a sacerdotes que estiman que la situación creada no es una simple crisis de sentido de pertenencia sino que esta propiciada también por centralismos eclesiales no exentos de ideología.
El sentido de pertenencia puede ser exclusivo y no inclusivo en algunos sacerdotes. Una sensibilidad sacerdotal debe articular bien sus pertenencias eclesiales y seculares. Quienes viven muy pendientes de la Iglesia y de sus vicisitudes (a veces también de las intrascendentes) y bastante indiferentes a los avatares de la sociedad, muestran un sentido de pertenencia mas «eclesiástico» que eclesial. No hemos de ser mundanos, pero si seculares. Aquellos otros que viven muy atentos a los movimientos de la sociedad y son poco sensibles a los intentos y tropiezos de nuestra Iglesia, están lejos de reconocer suficientemente a esta comunidad «santa y necesitada de purificación» (LG 8), que ha recibido la misión de ser sacramento del Reino de Dios.
Puede también orientarse, en fin, el sentimiento de pertenencia del sacerdote hacia grupos eclesialmente legitimos, ejemplares en muchos aspectos, que le ofrecen un espacio cálido de fe y de acogida. Cuando esta orientación debilita o difumina el sentido de pertenencia parroquial o diocesana, está desplazando de manera no correcta su adhesión preferente, que debe centrarse en la parroquia, en la diócesis, en la Iglesia universal.

ROVIRAS, J. : «Fidelidad», en «Diccionario teológico de la vida consagrada». Madrid, 1992, Publicaciones Claretianas, págs. 695-711.
Ed. Castermann.
Ref. en su obra «La función del orgasmo», y "La revolución sexual"
GARClA, J.A., SJ : «En torno a la formación: cinco hipótesis de trabajo». Sal Terrae, dic. 1990.
LAFOREST : «Introducción a la gerontología». Barcelona 1991. Herder.


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