Esas fuerzas que se debaten dentro de nuestro corazón crean una ansiedad que debe hacerse consciente. Si no se enfrenta esa ansiedad la profundización de los valores cristianos se hará difícil. Hemos de estar preparados para acompañar a los seminaristas frente a esas ansiedades e incertidumbres. Reforzando sobre todo el sentido de la misión.
La profundización en los valores no se logra automáticamente por un cambio de actividades. Para lograr la autotrascendencia es conveniente cultivar estas tres actitudes:
1. La humildad: En nuestro trabajo precisamos confiar en Dios, pero como si todo el éxito dependiese de nosotros mismos y no de Dios. La verdadera humildad rechaza tanto la humillación en el sentido masoquista, como la autosuficiencia. La persona verdaderamente humilde reconoce que tiene talentos y hace uso de ellos como dones del Creador para provecho de todos. La orgullosa, en cambio, los usa como propiedad privada.
En lugar de proponerme ser mejor que los otros, debo empeñarme en ser hoy mejor que ayer. Ni pensar que ya lo sé todo, ni desvalorizarme. Ninguno de los dos caminos lleva a la eficacia apostólica. Frente a los jóvenes no hay que fomentar ni la dependencia, ni la independencia, sino la interdependencia.
2. El amor: Entre todas las necesidades que tenemos la que más energía nos da es la necesidad de afecto; ella nos da energía e impulso para salir de nosotros mismos; para salir de nosotros mismos y darnos sin pretensión de recibir. Pero muchas veces esa necesidad se transforma en amor interesado, para recibir afecto y ser estimado. Las personas movidas por el verdadero amor son capaces de transformar esos valores en actitudes de empatía, respeto, solicitud, autenticidad y amor verdadero. También en perdón, que no consiste en no quedar con resentimiento, sino en no transformar el resentimiento en venganza.
3. Renuncia por el Reino: Toda elección que hacemos en nuestra vida implica una renuncia. Cuando elegimos vivir según los valores renunciamos a la satisfacción de ciertas necesidades que desentonan de los valores objetivos vocacionales. Cuando las necesidades son inconscientes llevan a sensaciones de frustración, porque la persona proyecta falsas esperanzas. Como el individuo no comprende lo que le está pasando se refugia en expectativas que no son realistas que aumentan la frustración. Hay una especie de cortocircuito entre la búsqueda del bienestar inmediato (sexo, consumismo...), y lo que no consiguen alcanzar. Los sufrimientos pueden canalizarse en sentido positivo:
– despertar el estímulo para buscar, o para volver a una conducta correcta.
– Promover el desarrollo de la libertad de la persona, en el sentido de aceptar la dedicación vocacional libremente y no de modo automático;
– Hacernos participar en los sufrimientos de los miembros del Cuerpo místico de Cristo en la donación amorosa. De cualquier manera el sufrimiento no es un fin en sí mismo, sino una fuente de alegría en la medida en que prepara para la gloria de la resurrección de Cristo.
En resumen: tenemos una energía preciosa para amar, para prestar un buen servicio, para amar oblativamente. Pero al mismo tiempo podemos desviar esta energía buscando nuestra realización de manera egoísta y destructiva. Esta energía no debemos buscarla fuera, haciendo que nos quieran, hemos de buscarla dentro de nosotros mismos en lo que es esencia al hombre y al cristiano. Hemos recibido gratuitamente y hemos de dar gratuitamente.
0 comentarios:
Publicar un comentario