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viernes, 8 de junio de 2012

Las actitudes ministeriales

Esas fuerzas que se debaten dentro de nuestro corazón crean una ansiedad que debe hacerse consciente. Si no se enfrenta esa ansiedad la profundización de  los valores cristianos  se hará difícil. Hemos de estar preparados para acompañar a los seminaristas frente a esas ansiedades e incertidumbres. Reforzando sobre todo el sentido de la misión.

La profundización en los valores no se logra automáticamente por un cambio de actividades. Para lograr la autotrascendencia es conveniente cultivar estas tres actitudes:

1. La humildad: En nuestro  trabajo precisamos confiar en Dios, pero  como  si  todo  el  éxito  dependiese  de  nosotros mismos  y  no  de Dios. La verdadera humildad rechaza tanto la humillación en el sentido masoquista,  como  la  autosuficiencia. La persona verdaderamente humilde  reconoce que  tiene  talentos y hace uso de ellos como dones del Creador para provecho de todos. La orgullosa, en cambio, los usa como propiedad privada.

En lugar de proponerme ser mejor que los otros, debo empeñarme en ser hoy mejor que ayer. Ni pensar que ya lo sé todo, ni desvalorizarme. Ninguno de  los dos caminos  lleva a  la eficacia apostólica. Frente a los jóvenes no hay que fomentar ni la dependencia, ni la independencia, sino la interdependencia.

2. El amor: Entre todas las necesidades que tenemos la que más energía nos da es la necesidad de afecto; ella nos da energía e impulso para salir de nosotros mismos; para salir de nosotros mismos y darnos sin pretensión de recibir.  Pero muchas veces esa necesidad se transforma en amor interesado, para recibir afecto y ser estimado. Las personas movidas por el verdadero amor son capaces de  transformar esos valores en actitudes de empatía, respeto, solicitud, autenticidad y amor verdadero. También en perdón, que no  consiste  en no quedar  con  resentimiento,  sino  en no transformar el resentimiento en venganza.

3. Renuncia por el Reino: Toda elección que hacemos en nuestra vida  implica una  renuncia. Cuando  elegimos vivir  según  los valores renunciamos a la satisfacción de ciertas necesidades que desentonan de los  valores  objetivos  vocacionales.  Cuando  las  necesidades  son inconscientes  llevan a sensaciones de  frustración, porque  la persona proyecta falsas esperanzas. Como el individuo no comprende lo que le está  pasando  se  refugia  en  expectativas  que  no  son  realistas  que aumentan la frustración. Hay una especie de cortocircuito entre la búsqueda del bienestar inmediato (sexo, consumismo...), y lo que no consiguen alcanzar. Los sufrimientos pueden canalizarse en sentido positivo:

– despertar el estímulo para buscar, o para volver a una conducta correcta.

– Promover el desarrollo de la libertad de la persona, en el sentido de aceptar la dedicación vocacional libremente y no de modo automático;

– Hacernos  participar  en  los  sufrimientos  de  los miembros  del Cuerpo místico de Cristo en la donación amorosa. De cualquier manera el sufrimiento no es un fin en sí mismo, sino una fuente de alegría en la medida en que prepara para la gloria de la resurrección de Cristo.

En resumen: tenemos una energía preciosa para amar, para prestar un buen servicio, para amar oblativamente. Pero al mismo tiempo podemos desviar esta energía buscando nuestra realización de manera egoísta y destructiva. Esta energía no debemos buscarla fuera, haciendo que nos quieran, hemos de buscarla dentro de nosotros mismos en lo que  es  esencia  al hombre y  al  cristiano. Hemos  recibido gratuitamente y hemos de dar gratuitamente.


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