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domingo, 22 de julio de 2012

Las falsas promesas del amor romántico...

Laura Rios
Autor: Almas.mex

Seré una persona realizada y completa si estoy enamorado....
«Yo no soy yo si no te tengo a ti» es una afirmación que equipara mi identidad con lo que poseo, o gano, o por lo que compito, o hago, o consumo, no con lo que soy. La demanda se intensifica si crecimos con el dogma religioso de que cuando Dios nos creó, también creó a otra persona en el mundo sólo para nosotros. Y nuestra tarea en la vida es encontrar a esa persona, ¡mientras que el trabajo de Dios parece ser jugar a las escondidas con esa persona por el mayor tiempo posible!

No sorprende que muchos de nosotros cortamos prácticamente con cualquier otra relación cuando estamos «enamorados» ¿Por qué? Porque ahora tenemos a la persona que nos completará. Es como si dijéramos a la otra persona: «¡Hola suertudo! Tu trabajo por el resto de tu vida será hacerme sentir bien! ». Pareciera que la mayoría de nosotros no tiene relaciones, sino que toma rehenes.


Este mito sólo sirve para contaminar las relaciones. Nuestra sociedad en realidad no se caracteriza por la amistad. Pensamos en los amigos como personas con quiénes pasar tiempo cuando no hay otra cosa mejor qué hacer. Y cuando no tenemos una pareja, buscamos a alguien que llene ese hueco en lugar de ver a la persona por sí misma.


Mi soledad y sensación de aislamiento se aliviarán sólo dentro una relación romántica con otra persona.
Esta es, por mucho, una verdad a medias. Cierto que somos creaturas que tendemos a la relación, pero a lo largo de nuestra vida establecemos relaciones donde experimentamos no sólo la cercanía, sino también la soledad. Ambos aspectos son inevitables.


En secreto esperamos que un vínculo romántico nos libere del malestar, y por eso pedimos «¡Rescátame por favor!». Sin embargo, el fluir de las relaciones se basa en realidad en la aceptación de que todos estamos fundamentalmente solos, y al compartir con otros no podemos dejar de lado nuestra propia soledad. No se anula ni se niega. Hemos de mirarla como un don, y no como una condena.


El vínculo con otra persona resolverá mis ansiedades, mi neurosis, mis traumas.Y entonces decidimos casarnos jóvenes para escapar de un hogar infeliz. Buscamos relaciones para encontrar a alguien que nos escuche y a quien importarle. Nos sumergimos en historias de amor, esperando que la mujer/hombre de nuestra vida venga a rescatarnos. Transferimos todo nuestro «enamoramiento» en nuestros hijos, o amigos, proyectando en esa persona el poder para rescatarnos de nuestro drama humano, esperando que nos lleve sobre sus hombros hacia una vida más satisfactoria.


La intimidad se equipara con sexo. Y de hecho con frecuencia intercambiamos las palabras.


Cuando preguntamos a alguien sobre cómo va su relación podría respondernos, «Va bien, pero todavía no hemos tenido intimidad». Traducción: «Todavía no hemos tenido relaciones sexuales».


La implicación de esto es doble: primero, asumimos que la intimidad se respalda por cierto nivel de actividad genital. Lo cual facilita nuestra tarea, porque si la intimidad equivale a genitalidad, todo se reduciría a un simple manual de «cómo, cuándo y dónde», convirtiéndonos en técnicos en lugar de personas que quieren relacionarse. De hecho la genitalidad es una expresión, ya sea positiva o negativa, de nuestro deseo y necesidad de cercanía, pero eso no significa en absoluto que podamos equiparar la intimidad con comportamientos sexuales específicos. Es este modo de pensar el que conduce a la segunda idea, esto es, que la intimidad sólo es posible con una persona del sexo opuesto, mediante un cierto vínculo romántico.Y como desconocemos el lenguaje de las relaciones, entonces usamos el sexo.


Ahora la ecuación está completa: la intimidad es igual a romance más una buena dosis de sexo. De esta manera, la intimidad es relegada a aquellos momentos de contacto genital. Esto puede resultar placentero, pero no verdadero. Irónicamente, es más fácil despojarnos de nuestras ropas que despojarnos de nuestras máscaras. Es más fácil entregar nuestro cuerpo que entregar nuestro corazón.


Ante esta falacia, es fácil entender por qué en nuestra cultura sexualmente bombardeada es tan difícil hablar de relaciones cercanas entre personas del mismo sexo sin alusiones homofóbicas. Una vez más, la amistad es relegada en favor de la genitalidad.


La consecuencia es un enfoque de la vida en dónde cosificamos a las personas. C.S. Lewis dijo una vez que cuando un hombre dice que quiere una «buena mujer», en realidad no quiere a una mujer que sea «buena», más bien busca una «buena experiencia», en donde la mujer pasa a ser un instrumento.
Hemos perdido de vista que la sexualidad es mucho más de lo que hacemos con nuestros genitales. Nuestra sexualidad puede ser un medio para manifestar y expresar, o bien para esconder y disfrazar. Esta es la cultura, afirma Rollo May, en que «hemos retirado la hoja de parra de nuestros genitales para ponerla sobre nuestros rostros».


La intimidad está «allá afuera», en algún lugar, es otra forma de ser víctima, pues se asume que algo o alguien nos puede «hacer» cercanos, así como damos por hecho que alguien nos puede «hacer» enojar.
Algún día.. cuando llegue la persona adecuada… cuando se den las circunstancias correctas… cuando resuelva mi vida, entonces podré sentir la «cercanía». Y esperamos, y esperamos, y mientras tanto vivimos con el eterno «si tan solo…»:
Si tan sólo le importara a alguien.
Si tan sólo no me hubieran lastimado tantas veces en el pasado.
Si tan sólo pudiera resolver mis problemas actuales.
Si tan sólo mis padres no fueran tan neuróticos.
Si tan sólo ella(él) supiera lo que se está perdiendo.
Si tan sólo pudiera volver el tiempo atrás.
Si tan sólo tuviera un poco más de tiempo.
Si tan sólo mis hijos estuvieran (o ya no estuvieran) en casa.
Si tan sólo mi padre no hubiera bebido tanto.
Si tan sólo no hubiera causado que mi padre nos abandonara.


Tal parece que la realización es siempre algo que sólo los demás tienen, algo que está a la vuelta de la esquina, y esperamos que aquello mejor por fin llegue, aún que tengamos que intercambiar lo que tenemos por algo que pensamos que deberíamos tener.


Somos la generación del «¿quién dice que no se puede tenerlo todo?» Y esperamos a encontrar el compromiso perfecto, el trabajo perfecto, la casa perfecta, las vacaciones perfectas, la cita perfecta, el hijo perfecto, el amor perfecto, el amigo perfecto, el Seminario perfecto… y así nos pasamos la vida, preparándonos indefinidamente para vivir.


Una historia de Robert Hutchings llamada «La Estación» resulta muy ilustrativo:
En el fondo de nuestro inconsciente hay una visión idílica. Nos vemos en un viaje por tren a lo largo de todo el continente. Por las ventamos bebemos el paisaje de autos que circulan por la carretera, de niños que saludan en un crucero, de un rebaño pastando en una colina cercana, de humo saliendo de una fábrica, de filas de maíz y de trigo en un sembradío, de planicies y valles, de montañas, de rascacielos citadinos y de plazas de pueblos pequeños.


Pero lo principal en nuestra mente es el punto de destino. Un cierto día, a determinada hora llegaremos por fin a la estación. Seremos recibidos con una banda de música y banderas ondeantes. Una vez allí se cumplirán todos nuestros sueños, y las piezas de nuestra vida se acomodarán como en un complicado rompecabezas. Con cuánta ansiedad recorremos los pasillos, renegando de los minutos que faltan, esperando, esperando por llegar a la estación.
«Cuando lleguemos a la estación… ¡eso será todo! Cuando cumpla 18… cuando me pueda comprar un Mercedes Benz… cuando mi último hijo salga de la universidad… cuando termine de pagar la hipoteca… cuando consiga un ascenso… cuando me jubile… ¡entonces podré ser feliz para siempre!».
Tarde o temprano hemos de darnos cuenta de que no existe tal estación. No hay un lugar al cual lleguemos de una vez y para siempre. La verdadera alegría de la vida es el viaje en sí, la estación es sólo un sueño que constantemente se aleja de nosotros. Porque no son las cargas del día de hoy lo que desquicia a las personas, sino el arrepentimiento del pasado y el temor al futuro. Arrepentimiento y miedo son los ladrones que nos roban el presente.


Así que deja de pasear en los pasillos contando cuánto falta. Mejor sube a más montañas, come más helado, camina descalzo más veces, nada en más ríos, contempla más atardeceres, sonríe más… La vida se vive a lo largo del camino, la estación llegará cuando tenga que llegar.


La Estación, de Robert J. Hutchings


Lo que cada imitación de la intimidad nos dice es que, de algún modo, nosotros o nuestra vida no es lo suficientemente buena como está ahora. Así que invertimos toda nuestra energía en tratar de completar el vacío. Estamos tan obsesionados con aquello que nos falta, que intentamos forzar a algo o a alguien para llenar el hueco. No podemos, por tanto, vernos a nosotros mismos como un todo, sino más bien como un gran agujero que necesita ser llenado.


Y no importa lo que usemos: romance, sexo, euforia, por supuesto nada es suficiente.


Nuestro viaje hacia las relaciones será el proceso continuo de enfrentar las falsas imitaciones y desenmascararlas. De despojarnos de nuestro papel de víctimas. De aprender a encarar y aceptar la vida como es. Nadie dijo que el proceso sería divertido, o fácil, o libre de frustración y dolor.


Vínculos y relaciones cercanas… un viaje que nos costará perder la ingenuidad, algunas idealizaciones, y la certidumbre. De algún modo habíamos esperado que fuera diferente. Pero la intimidad no es una posesión. Es un viaje. No es el lugar a dónde llegamos, sino la dirección en la que vamos.


Adaptado por: Laura Ríos


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