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sábado, 14 de julio de 2012

El "Seminario" del formador del seminario


Testimonio de un formador

 Mario Vidmar
Boletín OSAR, año 10 N° 22

Después de 22 años de trabajo pastoral en el Seminario, deseo compartir, con mis hermanos formadores del país, algunos pensamientos que van rondando en estos días por mi mente y que tocan los sentimientos y el corazón. El estar en el Seminario como "formador" de otros, es en primer lugar vivir el Seminario como tiempo de la "propia formación". Nunca, como en estos últimos años, lo he sentido y vivido de esta manera. Y las reflexiones que deseo compartir son los primeros esbozos a esta pregunta, ¿en qué me ha formado el Seminario durante los años en que he sido formador? La Iglesia y en última instancia el Padre lleno de amor y misericordia, se encargarán de hacer la evaluación sobre la "gestión". Para mi es la hora de profundo agradecimiento por la gracia de la "formación" que el Señor me ha regalado a lo largo de estos años.



1. Durante los años de estancia en el Seminario he tenido guardada en el corazón la frase, extraída del mensaje final de los padres del Concilio Vaticano II dirigido a los jóvenes: "la facultad de alegrarse con lo que comienza". El estar cerca de los que comienzan su camino vocacional es vivir permanentemente con ese gozo y esperanza que tienen los "inicios". Por eso, cuando leí la frase del congreso europeo de la vocaciones "la vocación es matinal" he comprendido que solo se puede estar en la formación inicial si se estrena la vocación personal cada día. Este es el primer regalo que Dios me ha dado a lo largo de estos años en la formación. El Seminario es siempre el amanecer y quienes vivimos en él somos invitados cada día a cantar con el salmista: "¡Despierten cítara y arpa, para que yo despierte la aurora". (Salmo 57,9).



2. En los años de la misión pastoral en el Seminario he visto pasar varias generaciones de jóvenes y he podido palpar la carga de fragilidad que traen consigo quienes hoy son llamados por el Señor como no lo eran las generaciones anteriores, a quienes creíamos más fuertes. "Cada vez vienen más frágiles" decimos con mucha frecuencia. Esta realidad me ha llevado a una profunda reflexión personal. A medida que constataba cuán frágiles se volvían las generaciones he podido constatar más la propia "fragilidad" con la que convivo cada día. Los frágiles me han ayudado a descubrirme cada vez más frágil y esto me ha permitido superar la tendencia a "endurecer el corazón" y volverme "duro en los juicios". Cuán cercana se hace entonces la experiencia de San Pablo: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades…porque cuando soy débil, entonces soy fuerte". (2Cor 12,9). Cuánto más he reconocido mi debilidad, he sido sometido, humanamente, a mayores pruebas, pero Dios, que no se deja ganar en generosidad, le regala a uno aquello que menos esperaba y que se guarda en el secreto del corazón. Este es también el "seminario" del formador.



3. En el Seminario como formador también se aprende a vivir "la ley del crecimiento" propia del evangelio. Se descubre la vocación de ser Juan Bautista, "preparar"…"dejar que El crezca y que yo disminuya"…Tantas veces lo he leído a lo largo de los años…hoy lo siento en carne propia. Se experimenta cómo uno ha quedado pequeño al lado de aquellos a quienes ha acompañado desde el inicio. Pero someterse a la ley del crecimiento, es tomar con realismo la ley del "decrecer", del dejar, del despojarse, del no ser dueño de nada ni de nadie. Me falta aún mucho para poder decir con serenidad interior: ¡Qué grande es el hijo cuando se ha aprendido a ser padre! Vivir la paternidad es también aprender a "decrecer".



4. Durante los años del Seminario uno es invitado a cultivar dos fidelidades: ser fiel al seminarista y al don que Dios ha depositado en él y ser fiel a la Iglesia para formar al futuro pastor según el deseo de su corazón maternal. A todo tiene uno derecho de equivocarse en el camino de la formación, pero es trágico cuando se producen estas "infidelidades" en el corazón. Pero para vivir estas fidelidades hay que someter cada día la vida a la gracia del amor que se debe hacer carne en la comprensión, en la ternura, en el perdón, en la reconciliación, en la paciencia y en la obediencia. Las luchas y los sufrimientos cotidianos del formador pasan, de manera casi oculta, por aquí. Y es necesario cada día renovar la fidelidad en el amor callado, silencioso, hasta el límite de la rebeldía del corazón, como Jesús en el Huerto de los Olivos. Todo sacerdote vive esta experiencia; el formador del Seminario tiene la gracia dolorosa de vivirla en la fragilidad del silencio interior, teniendo que conservar la fidelidad sin estridencias y confrontaciones. Esta es también una gracia del "seminario" del formador.



5. Las circunstancias de la vida del Seminario me han permitido, desde hace muchos años, celebrar la misa de cada día descalzo. Es un gesto que ha tenido un significado fuerte a medida que voy creciendo en el sacerdocio y como formador: desde el lugar santo que es la capilla he procurado aprender a caminar con los pies descalzos, sin prejuicios, sin condicionamientos, por la vida de los demás porque son el lugar santo por excelencia. Caminar descalzo por la vida de los futuros sacerdotes es tener que reconocer en cada uno la historia de la salvación. Hasta aquí hemos sido formados todos en nuestros años de formación y somos sacerdotes para recoger la "historia santa" de cada persona. Pero discernir en "esa historia" las "condiciones" para una vida sacerdotal mínimamente realizadora de la persona y con capacidad de servir al Pueblo de Dios, es el drama de la vida del formador. Creo que en el discernimiento, donde hay que poner todos los recursos humanos y eclesiales, se llega al límite de tener que " descalzarse" de todo y doblar las rodillas. Es muy difícil, en determinados casos, decir que "no", "este no es tu camino", esta es una "contraindicación"para la vida sacerdotal. El corazón de pastor se llena de comprensión, compasión y misericordia, pero el corazón del formador debe mirar otras dimensiones. Es la hora de aprender a orar, es decir de compartir la intimidad con el Señor. La oración no es entonces solo pedir luces, sino compartir con el Señor las incertidumbres, los titubeos, las dudas, las propias limitaciones y en última instancia, el propio sufrimiento. ¡Cuántas veces he pensado en los que han tenido que doblar las rodillas para discernir los planes de Dios en mi vida! El Seminario es para el formador también el tiempo de la formación en la oración sufrida y de celebración de la eucaristía donde el "dolor formativo" se convierte en la pequeña gota que se une a la sangre de Cristo.



Estas son algunas de las ideas que voy rumiando al finalizar la etapa "formativa" de mi vida en el Seminario. Con afecto fraterno las comparto con ustedes para seguir acompañándolos en su labor de formación . Para mi llegó la hora del silencio, a fin de acompañar desde la oración a aquellos con quienes he compartido estos años en la formación. Hora de estar con los que están celebrando la eucaristía del Señor y de la propia vida cotidiana, de aquellos que han encontrado en el Seminario otros caminos, de aquellos que han dejado el Seminario con una herida en el corazón, de aquellos que aún viven la hermosa etapa de "alegrarse con lo que comienza".


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