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jueves, 5 de julio de 2012

Consejo a los formadores 3

Tomás G. Martín Merlo
Párroco.
Castillo de Bayuela, Toledo, España

He sido seminarista antes que cura. En aquella época –ya un poco lejana- hubiera podido escribir cientos de consejos. Ahora me cuesta ponerme delante del ordenador a dar estos tres consejos. para ser justos, creo que la formación que recibí en el seminario fue buena. No me refiero sólo a la formación intelectual. Nunca he estado en un seminario en el que me hayan intentado enganchar, nunca han pretendido ponerme una venda en los ojos para no ver lo que hay en el mundo… por eso, mis consejos no afectan a lo fundamental, sino a aspectos concretos a los que se podía ayudar a mejorar. Aunque sin pretenderlo, sí que los seminarios se convierten, en ocasiones, en invernaderos donde se busca el mejor clima y la mejor formación, pero en un ambiente artificial. Mis consejos van por ahí y por eso, creo, que son tan concretos.

1º. Cultivo de las amistades civiles. Cuando digo civiles me refiero a las amistades del pueblo o de los primeros años del colegio. El periodo de formación del seminario, como es lógico, hace centrarse mucho en los estudios, en la formación y en las relaciones humanas que se gestan en el seminario verdaderas amistades para toda la vida. Pero todo en un ambiente excesivamente clerical. Me parece que se olvida ese contacto con otras personas civiles que es muy bueno para conocer la realidad a la que seremos enviados, para conocer las dificultades que encontraremos, para descubrir otras maneras de ser y de vivir,… A veces da la impresión de que los seminaristas sólo saben estar bien con otros seminaristas; ni siquiera con los que, en otro tiempo, fueron sus amigos.

2º. Hacer deporte de cualquier tipo. Salir de la habitación. Hace unos días me comentó un compañero de curso (hoy sacerdote) que en el seminario perdió el color de piel le decían en su pueblo en verano que se estaba quedando blanco. y otros muchos que habían engordado por su vida sedentaria y ocurre seis años o más dedicados, sobre todo (en tiempo), a estudios, a oración, a reuniones,... pueden hacer de nosotros tipos de laboratorio. Es necesario salir, tener contacto con las calles, con el campo,… y a través de ellos con tantas personas que también comparten esos mismos lugares, es cierto que no se puede hacer aquello para lo que antes no te has preparado; pero también es cierto que no se puede hacer aquello para lo que te has preparado si no estás allí donde está la gente. Estoy convencido de que nuestro lugar de trabajo, fundamentalmente, es la calle, la plaza, los centros públicos, las casas de los vecinos, los corros de tertulias, los bares,…  es cierto que no somos del mundo, pero no es menos cierto que estamos en el mundo. y tenemos que saber vivir en él, no podemos ser sacerdotes con nuestras comunidades si nos separamos de ellas; si vivimos al margen sólo siendo con ellos cristianos, como decía san Agustín, podemos hacer presente a Cristo en medio del mundo.

3º. Mi último consejo es que formen a los seminaristas en el cariño por su diócesis, es verdad que todo sacerdote es ordenado para vivir y celebrar su ministerio en el mundo, sin límites, pero también es cierto que esa vinculación a la iglesia universal se hace a través del obispo y de la diócesis concreta a la que uno pertenece. que la sientan como una gran familia, esto es, que la conozcan, que conozcan el presbiterio al que se van a incorporar, que sepan ver sus riquezas y también aquellas dificultades que tiene, que busquen el trabajo en común, que busquen la unidad sin mirar tendencias, formas, movimientos,…  no podemos estar más pendientes y valorar más aquello que nos distingue, que aquello que nos hace hermanos y cooperadores en la misma misión.



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