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domingo, 15 de julio de 2012

La pedagogía formativa desde el acompañamiento personal

Emilio Lavaniegos
Boletín OSAR 4/8

El acompañamiento personal ofrece un seguimiento estrecho de cada una de las personas que le objetiva su momento en el proceso de la formación. No basta con que se conduzca a un grupo o se haga guardar la disciplina, es necesario este ámbito formativo que nace en la relación de persona a persona. La relación personal es característica de los procesos evangelizadores. El acompañamiento personal ofrece a cada uno de los formandos el espejo de su proceso, pero sería a su vez insuficiente sin un régimen en el gran grupo o sin contar con la influencia que ejercen unos sobre otros. El acompañamiento personal no debe reducirse a la dirección espiritual. Es necesario también un acompañamiento personal de parte de los responsables del proceso formativo.


La formación supone una relación personalizada y personalizante. Esto se concreta no sólo en la entrevista formal, sino en las actitudes diarias de aceptación y atención personales. El punto importante está en la calidad de la relación formativa de persona a persona.


Las actitudes del formador. Conviene considerar que son las actitudes del formador las que posibilitan el crecimiento del alumno en el plano personal. Han de ser tales, que permitan la manifestación espontánea de las situaciones reales, que requieren de criterios formativos. Se pueden caracterizar cuatros actitudes básicas.


1. Aceptación positiva incondicional. Es un cálido respeto hacia el alumno, que parte de la percepción de ser él una persona de valor incondicional. Consiste en aceptarlo como él es, en su identidad personal irrepetible, como una persona diferente. La relación de acompañamiento personal tiene como base la noticia que el alumno tiene de esta aceptación. Él debe estar seguro de encontrar en su formador esta aceptación incondicional, tal como lo experimenta en la relación con sus padres. De modo que quede patente que el máximo valor es la persona, por encima de su comportamiento o de las decisiones que pueda tomar. La aceptación llega a adquirir el sentido de un profundo respeto, cuando el formador se convierte en testigo de la lucha valerosa que el alumno sostiene para llegar a ser él mismo.

2. Comprensión empática. Se trata de percibir las cosas desde el punto de vista del otro, como si fuera esa persona. Es un intento de comprender con el otro, no sobre el otro, no acerca del otro. Lleva a una comprensión global de la persona, y no sólo intelectual de los problemas, en la cual todo detalle merece atención: los gestos, las posturas corporales, los silencios... Todo ello para comprender a la persona y no sólo lo que la persona dice. Cuando existe la comprensión empática, tengo la sensación de estar ante una persona, no ante un caso. Y el otro se sabe tratado como persona, y no como problema.

3. Autenticidad. Consiste en la adecuación entre vivencia, conciencia y comunicación. Es la actitud fundamental del formador, que posibilita las otras actitudes. La capacidad de establecer relaciones que ayuden al crecimiento de los demás es una función lograda por el propio crecimiento del orientador. De modo que sólo podrá acertar en la formación quien a su vez se encuentra en una tesitura de formación y de crecimiento. Comunica con el otro desde lo que vive y no sólo desde lo que sabe, o desde lo que tiene obligación de decir.

4. Comunicación de estas actitudes. Una cuarta actitud es la comunicación de estas mismas actitudes. Es central dicha comunicación porque el formando podrá cultivar la relación cuando tiene certeza de la autenticidad, aceptación y comprensión de su formador. Conviene señalar que las actitudes del orientador en la relación de ayuda son los factores determinantes del cambio y del crecimiento del alumno. Por mayor que sea, necesita ser aceptado y comprendido para poder crecer.

Conviene que el formador: a) Evite el directivismo, y sea muy cauto ante las imposiciones que pueda hacer al alumno. b) Evite el laxismo, cuando se deja al alumno sólo, sin evaluar y confrontar el proceso. c) Intervenga más cuando el alumno es más inmaduro, y poco a poco vaya haciéndole responsable. d) Estimule al alumno en la autoaceptación y la confianza de que alcanzará el éxito.

 
Comunicación objetivadora de los procesos. Hemos dicho que la función del acompañamiento personal en el proceso vocacional-formativo tiene la función de objetivar al alumno el momento del proceso en que se encuentra, para que cada vez obre con mayor responsabilidad y tenga los elementos para elaborar su proyecto de vida. La función objetivadora se plasma en algunas actitudes que se comprenden siempre en el contexto amplio de la no-directividad y de la confianza en el alumno.

Confrontación desde los valores. Los valores representan el ideal de sí que la Iglesia propone a los candidatos. Existen como normativa y deberán ser aprendidos. Este aprendizaje supone su comprensión, siempre creciente, pero también su aceptación como buenos para sí. Por significativo que sea su aprendizaje, siempre suponen una subjetivización, y ya aprendidos, cierta degradación. Por ello la clarificación de los valores es un tema de permanente actualidad en la formación, en la triple línea de su comprensión, aceptación y vivencia. Lo ordinario es que los alumnos vayan adquiriendo visiones parciales en torno a los valores y su vivencia, por ello es importante cuestionar la seguridad afectiva que adquieren en torno a estas visiones parciales. El acompañamiento ha logrado su objetivo cuando el candidato capta la importancia de esa aproximación creciente a los valores.

Referencia al reglamento y medios de formación. Los marcos de la libertad que se definen en el gran grupo, a través del reglamento y otros medios de formación, son referencia obligada del acompañamiento personal. No vistos como imposición, sino como medios idóneos, en cuya elaboración han participado ellos mismos. El acompañamiento personal confronta al alumno con la conducta deseable en el momento formativo en que se encuentra. Ha de hacerle consciente a la vez de su progreso y de lo que le falta por conseguir. Una vez más, se le ayudará a vivir este aspecto en un sentido dinámico, progresivo.

Valoración de la voluntad del alumno. La aceptación de las personas y de su capacidad de autoformarse es base para que se pueda dar una verdadera relación formativa. Hemos de partir del convencimiento de que las personas son lo más importante en la tarea que se nos ha encomendado. Los alumnos, por jóvenes o inexpertos que parezcan, tienen toda la capacidad para comprometerse en la fe y en los cauces de la formación. Una formación que no valore la capacidad de los alumnos tenderá a promover actitudes infantiles, y a desarrollar un régimen paternalista. El formador ayudará por medio del acompañamiento personal, a que el alumno capte cómo se valora su propia capacidad y su voluntad de verdad y de cambio.

Observación y advertencia. Junto a la comprobación de los valores está la observación externa de las conductas. La observación se ha de convertir en advertencia y corrección de parte de los formadores para cada uno de los alumnos, de modo que les ofrezca con constancia el feed-back de sus propias conductas. La constante crítica y corrección personalizada facilita mucho el crecimiento de los alumnos en la línea de los valores. Esta retroalimentación debe ser detallada y exigente. Es conveniente que adquieran el hábito de examinar su comportamiento y de pedir y recibir correcciones, porque así se preparan para recibir un juicio eclesial sobre su idoneidad. Los formadores y sus mismos compañeros son la mediación eclesial concreta con que cuentan los alumnos. Ayudar a los alumnos a descubrir esta práctica no como mera disciplina, sino como verdadera expresión del amor fraterno y de la misericordia.


Valoración y aceptación del acompañamiento. En la relación de acompañamiento, también el alumno deberá poner su parte. Es responsabilidad del formador despertar en él la inquietud por el acompañamiento y ayudarle a descubrir su valor, y consecuentemente a aceptar la relación de ayuda. Son cuatro las actitudes características del alumno:

Voluntad o deseo de cambio. Siempre conviene estimular la voluntad de cambio. No todos los alumnos se encuentran en disposición de dejarse ayudar. Esto no tiene que ver necesariamente con su situación moral.

Conviene considerar algunos principios con los que juega el deseo de cambio:

 a) el cambio no proviene de las estructuras o de lo externo, sino de los recursos dinámicos presentes en el individuo. Es él quien tiene las armas para cambiar.

b) Es necesario ayudarle a tomar conciencia de sus recursos y limitaciones, y enseñarle cómo puede explotar esos recursos.

 c) La relación formativa ha de poner en juego de manera armónica todos los recursos psíquicos, físicos y espirituales.

d) Exigir el máximo que cada uno puede dar, aumentando la exigencia según crecen sus capacidades, y por ello, abstenerse de toda comparación o calificación.

Valentía para encontrarse consigo mismo. El cambio pasa por el oscuro túnel de la propia personalidad, y corrientemente en sus aspectos difíciles. Frecuentemente se da una serie de mecanismos psicológicos por los que el individuo intenta impedir el enfrentamiento con el lado oscuro de la personalidad, que navega entre la conciencia y la inconsciencia. Hay entonces una tendencia a proyectar en elementos externos el problema, juzgándolos lapidariamente. El alumno en esta situación necesita que otro le señale aquello que intuye, pero no quiere ver y reconocer. Cuanto más se enfrente el propio yo en su realidad actual, más se logrará la autocomprensión y se posibilitará el cambio.

El formador debe comprender que:

a) Un candidato no es más o menos valioso porque tenga más cualidades o defectos. Vale porque es él mismo.

b) Todos los alumnos tienen aspectos turbios en su personalidad. Todos necesitan ser confrontados y todos necesitan superarse siempre.

 c) El reconocimiento de las propias limitaciones es ya buena parte de la solución, por ello vale la pena "perder el tiempo" ayudando a otro a enfrentarse consigo mismo.

 d) No se puede exigir a nadie que afronte y solucione de una vez para siempre su problemática. Siempre habrá que seguir procesos lentos, susceptibles de un retroceso.

Asumir o personalizar las propias responsabilidades. El alumno debe dejar de atribuir sus deficiencias a las solas causas externas, para asumir su parte de responsabilidad y emprender el cambio. Ayudarle a asumir responsabilidades es una parte importante de la misión del formador. Poco a poco se irá haciendo más libre y más dueño de su propio proceso, de modo que no cree dependencia del formador y elabore su propio proyecto de vida. Aspirará a la plena realización de su personalidad.

La actitud del orientador se caracteriza por:

a) Apoyarse en la máxima confianza en los recursos dinámicos presentes en el alumno.

 b) Abstenerse de todo control y presión.

c) Dar importancia a las exigencias que él mismo se plantea.

d) Contar con el juicio del alumno para elegir los medios que son convenientes.
Iniciarse en un compromiso concreto.

Otra disposición que se irá perfilando en el proceso formativo es la de comprometerse en acciones concretas. Lo deseable es que el mismo alumno proponga los compromisos que quiere asumir. Es necesario que al menos haga suyos los medios que el formador le proponga. Siempre debe quedar claro que es él quien se compromete y quien se hace responsable de su propio proyecto.


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