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domingo, 15 de julio de 2012

La paternidad compartida.

Lorenzo Trujillo
Boletín OSAR 5/10

El equipo de formadores del Seminario.
El director espiritual.



Seguimos en el mismo tema, esos acentos paternos del formador y llegaríamos a uno que es el equipo, es decir la paternidad compartida. Si a nivel personal se vive la filiación ciertamente eso que se llama equipo formativo, siempre tiene posibilidades de ser esa fraternidad asimétrica, pero fraternidad. Pero de momento casi, casi lo orillaría porque ya está dicho: en cuanto no hay una apropiación personal de toda la dimensión de la paternidad el equipo funciona. El problema de los equipos tanto dentro del Seminario como fuera no es un problema funcional prioritariamente, es siempre un problema de fraternidad lo que late en el fondo. Pueden estar los papeles no bien repartidos, a veces no es fácil hacer una distinción perfecta de qué te corresponde a tí y qué a mí. Eso trae siempre disfuncionalidades y dificultades. Pero yo creo que todos estamos convencidos que si pusiéramos encima de la mesa nuestra experiencia mutua, que los problemas no nacen de ahí. Que los problemas nacen, haya el reparto que haya, y por muy bien que estén perfilados los papeles, cuando alguien se otorga la paternidad total, y cuando alguien no es consciente de su límite, cuando alguien no trabaja para que el hermano trabaje, sino que son esas paternidades en directo, que de alguna forma se apropian de los hijos, pues yo creo que aunque haya una constitución votada en un parlamento y aunque están muy bien dados los papeles, y aunque este señor tenga que llevar este grupo, y con este horario y todo lo demás, al final siempre se dá el conflicto.


Yo creo que hay dos o tres cosillas en un equipo, dejando aparte otras que a lo mejor conviene tener en cuenta, por ejemplo: yo creo que en la vida en equipo dentro del Seminario, que es un lugar cerrado, hay una cuestión prioritaria, que es la lealtad. No hay lugar donde más fácilmente se pueda desprestigiar un padre. No hay lugar donde más fácilmente se pueda quemar, que en un lugar reducido donde todo es público, donde no hay realmente privacidad, donde saben si eres dormilón, si te enfadas, si trabajas, si no trabajas. Si por menos la lealtad del compañero, si no hay un cuidar mutuamente, no la imagen, pero sí la fama, la buena fama; pues yo creo que es muy difícil trabajar en un Seminario. Es muy difícil. Así como en una parroquia cabe un cierto nivel de conflicto porque son entidades pastorales abiertas; en un Seminario, si se puede, yo creo que el obispo tiene que romper el equipo en cuanto haya un nivel de conflicto. Si se puede, porque hay veces en la vida en que no hay manera y se acabó. Y habrá que aguantar en cruz. Pero lo que en una parroquia puede hasta llegar a ser una riqueza, en un Seminario es destructivo.


En las edades y en las situaciones del hombre los déficit se cubren con crecimiento en otro tipo. Entonces lo que joven no tiene de sabiduría lo tiene de astucia. Lógico. Eso lo vamos aprendiendo por otros caminos y salen otros recovecos, pero el joven adolescente, rebelde, incómodo consigo mismo, olfatea la posibilidad de saltarse la paternidad, como los perritos huelen el miedo y muerden. Entonces, en el momento en que hay conflicto aunque no sea público, ahí hay algo que el chico capta. Y en el momento en que el chico capta que hay una grieta, un escape, por donde él puede imponerse y decir: aquí estoy y decir voy a mi ritmo, es fácil que lo haga salvo que sea un chico muy especial. Entonces, yo creo que aunque no haya un juramento de lealtad, en la formación del Seminario, habría que pedir a todas los formadores una lealtad mutua muy fuerte. Una fraternidad auténtica y real. Mire, que no se puede compartir mucho porque no somos muy homogéneos..., eso es secundario. Pero esa lealtad que te cubre las espaldas, que tú sabes que el otro no te está quitando la arena de debajo de los pies, eso es importantísimo.


Habría que pedirle esa lealtad incluso al profesorado si en el Seminario se dan las clases, y al entorno presbiteral, aunque no tenga responsabilidades en el Seminario; ahí el obispo puede jugar mucho. En estos largos años de Seminario yo he observado que es imprescindible para que un Seminario marche, la protección, es decir, el apoyo, es la primera lealtad del obispo diocesano, pero de verdad. Cuando el obispo diocesano apoya incondicionalmente, una vez que ya ha hecho la elección, y ha dado sus instrucciones, normalmente hay un respeto por parte del presbiterio, que en cuanto el presbiterio olfatea, en ese sentido, una duda, o una vacilación en el obispo diocesano, pobre Seminario, no digo pobres formadores, pobre Seminario. Por eso, en general, los formadores y los Seminarios sufren bastante en los períodos en que el obispo está a punto de jubilarse, bien por vejez o por cansancio, por enfermedad, porque es una figura muy importante. Ahí entraría el obispo, en este sentido, como punto clave del equipo.


El único problema en el equipo es esa falta de fidelidad. En mi larga experiencia en este sentido, nunca hemos tenido nosotros problemas por reparto de funciones. Habrá habido duplicidades, momentos en que alguna comunidad no ha enganchado bien, de acuerdo, pero eso por lo menos yo no lo recuerdo como épocas dolorosas. Sí recuerdo como épocas dolorosas y peligrosas, cuando ha habido esta falta de fidelidad mutua por parte de alguno de los formadores. Entonces sí. Yo recuerdo una época muy dura, muy dura, en que uno de los formadores estaba dividiendo el equipo, y ciertamente eso fue un daño; y era un hombre bueno, bondadoso, no acababa de ver algunas cosas de los demás; yo creo que con bastante razón en algunas cosas, pero el resultado es nefasto. Pero si en algún lugar hay que hacer experiencia de comunión, es en el Seminario. Y ahí sí que cada uno tiene que hacer discernimiento de si mismo, y decir, en caso contrario, en mí no está el espíritu de Dios y la unción para esta misión deja que desear.


Finalmente, y antes de entrar en el tema base de esta conferencia, para terminar este bloque diría: si empezamos con la filiación, acabemos con la paternidad. Hay que ser padres, hay que asumir con valor la paternidad, pero toda paternidad humana pasa por el templo: "Aquí esta mi hijo, es tuyo", la Fiesta de la Presentación.


La leyenda del templo de Jerusalén es que está construido sobre el monte Moria, y que el altar era el altar donde Abraham ofreció a Isaac, es una leyenda piadosa de los judíos, no hay que pensar que tiene un respaldo histórico. Eso en este caso es lo de menos, porque, incluso algunos pasajes del Nuevo Testamento utilizan esa leyenda. Bueno, pues, todo padre tiene que hacer el proceso de Abraham: "Abraham, Abraham", "aquí estoy Señor", "Ve al país de Moria y pon a tu querido hijo, al hijo que amas, a tu amado hijo a mi disposición". Es decir, hay un momento en todo cristiano en que tiene que tomar a su querido hijo Isaac y ponerlo en el altar para que Dios haga lo que quiera. Pero eso en el papá y la mamá también.


Comentaba con los de los Seminarios menores, que nosotros ahora estamos como muy apasionados con el trabajo con la familia, hasta el punto en que alguno nos dicen: Ea, no vaya a dejar de ser el Seminario para convertirse en un movimiento familiar, no exageren... Estoy hablando con liturgistas pensando en un rito no de tipo público o paralitúrgico, pero sí un rito dentro del camino del Seminario, no sabemos todavía si será mejor en el menor, o al comienzo del mayor, hay que ver qué valor puede tener. Un rito que será la ofrenda por parte de los padres a Dios, no sólo del hijo que está en el Seminario sino también de los otros hijos. Educar en ese desprendimiento de la paternidad. El hijo es un préstamo que te llega. Pero no es una propiedad. Se puede decir del padre y de la madre, que pueden ver morir a su hijo joven. Si eso se dice del padre y de la madre que a lo mejor han tenido cinco o seis hijos, y que ahora en España es frecuente que un par de ellos se den a la droga, y ¿para qué he tenido este hijo que...?, mucho más para quienes lo somos por gracia total y tan parcialmente, aunque con tanta grandiosidad. "Abraham, Abraham... toma a tu hijo, carga con él. Llévalo al monte Moria".


A los primerizos en este oficio les puede ocurrir como a las madres primerizas. No han parido nunca; tienen a su hijito y no saben qué hacer. Estarían dándole de comer todo el día, o estarían llevándole al médico, no ya en cuanto el pequeño tose, sino ante cualquier cosita. Lo mismo que la madre primeriza acaba poniendo enfermo al pequeño, porque le está dando el pecho y le está transmitiendo ese desequilibrio que hay en su sistema parasimpático, ese nerviosismo, y está haciendo un chico tenso sin darse cuenta. Cuántas veces nosotros estamos interfiriendo un camino que Dios va haciendo porque al apropiarnos de la paternidad tenemos tantos escrúpulos, tantos miedos. Tiene que llegar un momento en que uno diga: Mire, es muy doloroso que no salgan los sacerdotes que debieran salir, es muy doloroso que yo no sepa formar con mucha más hondura, pero padre tienen. Y llega un día uno que te dice que se va. Bueno, pero esa noche hay que dormir. Hay que dormir. Y encima hay que darle gracias a Dios. Y un día, uno que tú apostaste por él, y casi casi te peleaste con su párroco, y le diste el acceso y se ordenó; y efectivamente es un fracaso, y hasta con escándalo y todo. Pues, si eres madre primeriza, lo pasarás muy mal, te sentirás humilladísimo, en pecado... Y si eres un padre sensato tipo Abraham, dirás: "Padre tiene, yo pecador". Entonces, en este sentido para ser padre hace falta sacrificar al hijo. No en el sentido que la Biblia nos enseña, sino en ese sentido de decir: "pues tú eres su Padre, entonces si tú quieres pegarle la cuchillada, pégasela. Yo no se la pego". Pero tú eres su Padre, yo no. Yo hago de padre, yo peleo, lucho, llego hasta el extremo, lloro, rezo, pero hay un momento en que hay que decir: ¡Basta! Claro, cuando hay ese desprendimiento, tanto en los papás biológicos como en los profesores y mucho más en este terreno, el hijo crece.


Un gran problema que ahora mismo tenemos en mi país es, unos hijos agobiados por el exceso de maternidad de las madres. Unas madres que tienen el hijo para realizarse, no para entregar un hijo al mundo. Dice una psiquiatra, ya antigua, cristiana, que hay dos tipos de mujer: la bruja, aspiradora de la vida que la aspira para gozarla, es la mujer que destruye, y la mujer virgen, la mujer expiradora de la vida, que la echa afuera, que da a luz. En la paternidad ocurre lo mismo. No somos padres para realizarnos. Somos padres porque ejercemos una función en nombre de Dios Padre. Por tanto, nuestra paternidad no puede depender nunca de los resultados, aunque a nadie le amarga un dulce. Un rector o un formador tiene derecho, cuando le viene una hornada de ocho que se ordenan, de diez o quince, de bailar de gozo, y de salir por la calle presumiendo y decir: Miradme, quince! Eso está bien pero cuidado. Si todo empieza con la filiación, la filiación tiene un momento de cruz, de renuncia, sobre todo la filiación entregada. Y la cruz es el eje de la vida cristiana.


Entonces, cuando en varias ocasiones he hablado de "esto es inútil, la inutilidad del sacerdocio", me refería justamente a esto. Aquí no se puede hacer una evaluación matemática, una evaluación continua. No se puede analizar más de la cuenta. Esto es otro terreno. Trabajamos para la eternidad y gratis. Dios puede sacar frutos de esquemas y formadores muy deficientes. Y puede hacer lo contrario. Entre los gitanos se suele decir eso: Dios da moco a quien no tiene pañuelo. Entonces sin la experiencia abrahamífica no hay paternidad. Fíjense lo que hace Abraham cuando lo lleva al monte; no es intentar sacrificar a su hijo, sino ofrecer a Dios su corazón. Por eso en el Nuevo Testamento no puede haber un Abraham, tiene que haber una María. Porque en realidad, solo puede ofrendar al hijo quien lo ha tenido en las entrañas, la madre. Bueno, todo padre también, de alguna manera: el padre josefino. Claro, en el NT tiene que ser María; Abraham es insuficiente. Abraham vale para el AT, no para el NT. Nosotros estamos en el entorno mariano, somos el José amigo del esposo, acompañamos a la Virgen preñada, no engendramos. Convenzámonos de esto. Y al final llevamos al hijo a Egipto o a dónde nos manda el Angel. Y si le toca que caiga bajo Herodes, pues eso no es cosa nuestra. Lo defendemos hasta el final, claro. Es decir, si alguien tiene que tener libertad de espíritu, tranquilidad de ánimo, hondura de gratitud, es cualquier presbítero más que cualquier cristiano, porque sino no nace a la paternidad. Pero dentro del presbiterado más que nadie los formadores del Seminario. Leer el artículo completo


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