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jueves, 5 de julio de 2012

Consejo a los formadores 1

Mª Reyes Combellas de Martínez esposa, Madre, Catequista,
Bogotá, Colombia.

Soy catequista desde hace ya casi 20 años, de los cuales dediqué gran parte de ellos a la catequesis de perseverancia (llamamos catequesis de perseverancia a la catequesis de postcomunión. son tres años deformación cristiana esencial), algo poco común para el momento en que se originó la misma. Hago esta acotación porque a lo largo de estos años, esta catequesis me llevó a dirigir muchos talleres para implementarla en muchas parroquias de Caracas y por tanto, conocí a muchos sacerdotes, tanto diocesanos como de congregaciones religiosas, y con ello a sus comunidades. en este transcurrir, obviamente conocí a los de mi propia comunidad… (Sacerdotes operarios diocesanos) estos últimos moldearon de alguna manera mi propia experiencia de fe. y creo que esto es lo más importante  recalcar en la vida de cada sacerdote y es que, su propia vida puede ser o no ejemplo para otros.

Me gustaría empezar diciendo que todo aquel que siente el llamado a la vocación sacerdotal debe tener claro lo que esto conlleva, para ello necesita sólida formación. Lo que he visto en cantidad de ocasiones es que nuestros seminaristas salen poco preparados de los seminarios para enfrentar muchas cosas. A veces pareciera que los obispos tienen mucha prisa y angustias por ordenar a como dé lugar sacerdotes, sin que estos estén preparados apropiadamente. Es necesario que no tengan problemas afectivos serios y que sepan que este ministerio conlleva una donación de toda la vida. También he visto sacerdotes predicar en los ambones unas homilías preciosas, pero al bajar del altar su comportamiento no es siempre el apropiado.

Caracas no suele dar muchas vocaciones, en realidad son pocas. Pareciera que el dinero abundante o la comodidad de muchos, ha hecho de esta ciudad y de sus habitantes, gente poco creyente. Pero si nos metemos en los barrios pobres, aprenderemos de ellos lo que es la solidaridad y el compartir, viven unas realidades muy difíciles, pues la violencia es el pan de cada día. Pero es en medio de esta violencia donde he visto surgir catequistas y otros servidores de la comunidad. No se manifiesta dios en los que más tienen sino en los más necesitados.

Soy feliz mamá de un pichón de jesuita. Mucha gente me felicita y sin excepción me dicen: ¡Wow que bendición! (pero también muchas de las personas que dicen esto piensan para sus adentros: Menos mal que a mi hijo o hija no se le ha ocurrido semejante locura). Pero para nosotros, es una bendición y además, caraqueña… a mí entender, mi hijo se educó en una familia católica que además es practicante, y es allí donde conoció a dios y aprendió a amarlo. Nos queda un trabajo muy importante de evangelización y catequización a los adultos para que de allí surjan las vocaciones, quiero decir, evangelizar y catequizar a las familias. Los sacerdotes deben acompañar a sus comunidades, no sólo celebrando los sacramentos y las misas, sé que hay pocos, pero esos pocos acompañen a esos grupos de apostolado que necesitan de su guía y de su estímulo, allí también se aprende a ser sacerdote, en medio de la gente.

Mis tres consejos en concreto a los formadores son los siguientes: una buena formación, tanto intelectual como espiritual, con los pies sobre la tierra. ¿Para qué? un sacerdote bien formado, puede y debe transmitir lo aprendido, así formará a su vez a su propia comunidad.

Pero todo esto con una condición: los formadores tienen que examinar y ayudar el equilibrio afectivo del seminarista. la gente necesita ser escuchada y acompañada, en lo bueno y en lo malo, por tanto que el sacerdote conozca a su gente, la disfrute y sufra con ella, que viva intensamente su vocación, que no es otra que ser otro Cristo en medio de la vida de su comunidad.

 Y por último, que bueno sería que los sacerdotes de parroquia, al celebrar la Misa, lograran contagiar a la gente del amor de Dios, ¿Cómo? sabemos que la comunidad tiene gente adulta, jóvenes y niños… pues si es posible distribuir los horarios de tal manera que cada grupo pueda identificarse con lo que se está celebrando. Tanto mejor, si no se puede, tratar de que la eucaristía llegue al máximo de personas posibles.  La experiencia me ha enseñado que ni los niños ni los jóvenes ni muchos adultos, entienden de qué va la Misa. Todos tienen derecho, como comunidad cristiana, a vivir y gozar del amor de Jesús y hay que darles esa oportunidad.


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