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martes, 17 de julio de 2012

La dimensión universal del sacerdocio ministerial

Pbro. Luis Diego


La convicción de que la Iglesia siempre hace a los presbíteros una llamada para que estén dispuestos a un servicio universal, llamada proveniente de la Sagrada Ordenación y que por tanto no es el deseo de uno mismo, sino el deseo de toda la Iglesia, de la solicitud por todo el Pueblo de Dios. De aquí que ningún presbítero deba cerrarse a un envío por parte de la Iglesia a desempeñar una tarea fuera de los límites diocesanos. Nadie se ordena pensando exclusivamente en la propia diócesis; los sacerdotes se ordenan para una misión que abarca la universalidad de la Iglesia aunque se concrete en una Iglesia particular determinada.
 Por tanto parece que desde la formación en el seminario debe insistirse en este tema, para que no sea una formación particularista, sino que el futuro presbítero tenga una preocupación e interés por toda la Iglesia, por sus necesidades, y vaya desarrollando una espiritualidad que no se ciña exclusivamente al servicio diocesano. La misión tiene sus raíces de modo especial en una buena formación, la cual debe estar en comunión con la Tradición eclesial ininterrumpida a lo largo de toda la historia de la Iglesia y que no debe caer en la tentación de rupturas ni discontinuidades

Esto conlleva el que los ministros han de ser plenamente conscientes que su Ordenación no es exclusiva para el servicio a una sola porción de este Pueblo de Dios, sino que su entrega y servicio ministerial en las diócesis es un servicio a toda la Iglesia en ese territorio concreto. Se trata, tal como señala el Papa Benedicto XVI, de una misión de comunión porque se lleva a cabo en una unidad y comunión, misión que se lleva a cabo en la Iglesia .

La convicción de que la misión a la que el sacerdote es llamado no se recibe con límites y la misma apertura de miras deben estar presentes en aquellos que tienen, por indicación del mismo Concilio, la obligación de estar solícitos a la necesidad de la Iglesia universal, es decir, los Obispos. Ellos como pastores de esas porciones de la Iglesia no sólo deben ser los primeros que vivan la universalidad, sino que además deben hacer esforzarse y ser generosos a la hora de proveer los instrumentos necesarios para socorrer a esas necesidades. Así pues deberán hacer el esfuerzo de ofrecer algunos de “sus” sacerdotes para el servicio a la Iglesia universal, sin poner impedimentos a aquellos que estén dispuestos a realizar tal misión, tomando la iniciativa de preocuparse por la nueva situación en la que el presbítero va a entregarse e intentando facilitar todo lo posible ese cambio, para así ser, de verdad, un padre y pastor.

Poner impedimentos a una posible dedicación por parte de un presbítero a una misión que suponga el ir más allá de los límites territoriales de la diócesis supone el tener una visión simplista de la Iglesia, hacer de la diócesis una especie de Iglesia “autocéfala” en la que si se destina un miembro del presbiterio a la universalidad de la misión se produce una gran tragedia, una perdida, para esa Iglesia local. Pero también supone el no haber entendido ni asimilado las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre dicho tema.

Los Obispos no pueden olvidar el mandato de Cristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura”  ni que la dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental con Cristo Cabeza. Es de la propia imposición de manos del Obispo y de la oración consecratoria de la liturgia de la Ordenación presbiteral de donde recibe el presbítero el Sagrado Orden que le impulsa y empuja a ese mandato de Cristo de ir a todo el mundo y llevar la Buena Noticia de la salvación.

Por todos estos motivos y cuando desde las diócesis se tenga plena conciencia de ello se podrán superar ciertos “localismos” y algunos miedos que hoy en día siguen presentes en muchas de nuestras Iglesias particulares; miedos provenientes de la errónea comprensión del ministerio presbiteral y de la absolutización de la diócesis como la meta de la Ordenación y como la comprensión única de Iglesia, miedos que en muchas ocasiones empobrecen tanto a la misma Iglesia universal como al mismo presbítero en la búsqueda de un mejor desarrollo de su ser sacerdotal y de un más eficiente servicio ministerial.

Todo esto solamente podrá ser superado desde un estudio adecuado de la riqueza de los textos conciliares y Pontificios en torno a la eclesiología. Pero también hará falta una apertura y un espíritu de servicio generoso que lleve a comprender la necesidad del servicio a la Iglesia sin ponerle límites.

Estrechamente unido a esto está el otro tema fundamental para el presbítero y que toca más directamente a su vida interior y a la forma de ejercitar su ministerio sacerdotal: se trata de la búsqueda de crecimiento espiritual y pastoral como tema capital sobre el que se insistió mucho en el Concilio y sobre el cual los Pontífices han profundizado posteriormente. Nos referimos al tema de la espiritualidad del sacerdote diocesano.

En el estudio hemos comprobado cómo los presbíteros han de buscar su propia santificación y esto no como una tarea secundaria de su vida y ministerio, sino como una verdadera obligación que dimana del propio Sacramento del Orden, obligación sobre la que ha de sostenerse su sacerdocio para un mejor servicio del Pueblo santo de Dios. La santidad de vida ha de estar como punto fundamental en la vida del presbítero, no como una tarea accesoria sino primordial, puesto que el presbítero en el desempeño de su misión ha de actuar “in persona Christi” y ello no será posible sino vive una profunda intimidad con el Maestro, el cual nos pide que seamos perfectos como el Padre es perfecto , perfección que brota del deseo de la santidad y que nos conduce hacia ella.

Los sacerdotes deben tender siempre hacia una perfección espiritual de la cual dependerá toda la eficacia de su ministerio . Pero para que esa búsqueda de la santidad e imitación de Cristo sea fructífera los sacerdotes pueden, o deben, valerse de todos aquellos medios que la Iglesia pone a su disposición, y que alguno de ellos vimos al analizar los cánones del Código. Entre los medios de los que dispone el sacerdote para alcanzar esa meta deberán tener como principal fuente de santificación propia y del Pueblo a ellos encomendados la celebración de la Eucaristía “fuente y culmen de donde brota la vida cristiana”. Sin la Eucaristía como centro de la propia vida sacerdotal no se puede construir una espiritualidad bien cimentada. No es sustituible la espiritualidad eucarística por ningún otro tipo de “experimento” de vida. El sacerdote es para la Eucaristía y la Eucaristía para el sacerdote y es lo que da sentido a todo el ministerio presbiteral y aquello desde lo que sirve al Pueblo de Dios.

Junto a estos medios, los presbíteros también deberán buscar aquellos otros que puedan ayudarlos en su vida espiritual y ministerial, teniendo en cuenta que deberán siempre ser conformes a la doctrina cristiana y estar aprobados, reconocidos o recomendados por la autoridad eclesiástica, porque además de servir al presbítero también deben ser una ayuda o un testimonio para los fieles de la Iglesia. No puede hacer uso de medios que solamente sirvan para él mismo si son contraproducentes para el resto de la comunidad o si son rechazados por la autoridad puesto que la santidad sacerdotal está orientada hacia la misión, no es la búsqueda solamente de estar uno bien consigo mismo; la santidad se orienta al servicio, al apostolado, es un don que debe ser compartido, el talento que ha de emplearse para que dé fruto . De aquí que no quepan justificaciones de actuaciones totalmente extrañas a la naturaleza del sacerdocio con el pretexto de la propia santidad o de vivir el sacerdocio de una forma distinta. Santidad sí, pero siempre en comunión con la Iglesia y al servicio de ella.

Uno de estos medios que puede sin duda ayudar a la propia santificación sacerdotal es la pertenencia a una asociación sacerdotal. Hemos analizado el derecho de asociación de los clérigos como un derecho fundamental. Desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días varios son los documentos que alaban las asociaciones sacerdotales como un medio querido por la Iglesia para esa obligación inherente a los presbíteros de buscar su santificación. Pero además de ser un medio, también supone una vía para la entrega y servicio a la Iglesia universal extendida por todo el mundo.

En cuanto a este derecho se pide, y lo destacamos al concluir este trabajo, el respeto total y un apoyo de aquéllos que son miembros de asociaciones clericales hacia el Obispo diocesano del lugar en el que desarrollan su actividad pastoral y su integración en ese presbiterio, para no trabajar en una diócesis en paralelo sino en unidad. De la misma forma se pide la aceptación y la acogida fraternal de esas asociaciones en los presbiterios y evitar que surjan recelos, desconfianzas, rechazos, etc. Por tanto no serviría de nada asociaciones que pretendiesen trabajar pastoralmente por libre sin tener en cuenta las directrices diocesanas del lugar donde se hayan pero tampoco caer en el peligro de mezclarse en tal grado que olviden su pertenencia a la asociación.

Por tanto, y concluyendo, todo esto que hemos estado analizando, la disponibilidad sacerdotal a la Iglesia universal, la búsqueda de la propia santificación, los medios de santificación destacando como un lugar especial para ello las asociaciones clericales, ha de estar orientado solamente a una cosa: la mejor entrega a la misión encomendada por Jesucristo a sus Apóstoles y el mejor servicio al Pueblo santo de Dios, que para eso son llamados los presbíteros y solamente a ello deben tender. De aquí que buscar la mejor forma de realizar dicha misión es algo que debe ser una preocupación constante de los Obispos, de los propios presbíteros e incluso de los fieles que con su oración y ayuda deben cuidar de sus presbíteros.







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