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miércoles, 4 de abril de 2012

Importancia del hecho asociativo en la Iglesia

Importancia del hecho asociativo en la Iglesia



Es interesante ver cómo en la propia Iglesia, a través de su historia, se va mostrando el hecho asociativo en torno al mensaje evangélico. Van a ser las primeras comunidades cristianas claro ejemplo del espíritu comunitario y fraternal de los bautizados[1]. Esto se puede constatar claramente en los Hechos de los Apóstoles, donde se afirma que «los que habían sido bautizados se dedicaban con perseverancia a escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivían unidos y participaban en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch2,42).


Al seguir dando los primeros pasos, la Iglesia fue víctima de varias persecuciones[2], sin embargo «los cristianos se asociaban de acuerdo con las leyes civiles, constituyendo distintos colegios o asociaciones con finalidades caritativas y funerarias»[3]. Con el acuerdo de Milán[4], el espíritu comunitario de aquellos primeros cristianos experimentó un auge considerable, «creando a través de los siglos un sinfín de realidades asociativas de todo género, no solamente entre los laicos, sino también entre los religiosos y sacerdotes seculares»[5].

A lo largo de las etapas de la Iglesia, desde la apostólica hasta la actual, se puede percibir las variaciones de las vocaciones que han existido según las exigencias de los tiempos y de los lugares. Fundándose en las distintas actitudes o vocaciones de los individuos, la Iglesia ha admitido y procurado no solamente una diversidad de institutos religiosos, sino también diferentes agrupaciones y asociaciones[6].

Sin la menor duda puede afirmarse que uno de los signos de nuestro tiempo es el aumento de las relaciones sociales. La vida en comunidad es una vida auténtica. El hombre desde antes de nacer requiere del otro, y su desarrollo será pleno en la medida en que entre en relación con los demás[7]. Por eso actualmente, se ve la diversidad de formas asociativas y comunitarias a distintos niveles. Este fenómeno sociológico entra de lleno en la comunidad eclesial. En la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II se afirma que la Iglesia, «a un mismo tiempo agrupación visible y comunidad espiritual, avanza al mismo ritmo que toda la humanidad» (GS 40).

También es oportuno recordar que el acontecimiento de las dos guerras mundiales hizo que se iniciara un clamor universal por la justicia, la unidad y por la libertad. En este contexto se explica y entiende la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. En cuanto a la Iglesia,  Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris (1963) expresa y afirma que Dios quiso que la persona humana tuviese, radicados en su misma naturaleza, cuatro derechos fundamentales: 1) a la verdad; 2) a la justicia; c) a la solidaridad, y a) a la libertad[8].

Esto es importante porque se va generando una conciencia de valores sociales como son: la convivencia social pacífica, igualdad, caridad, solidaridad, entre otros. Esta conciencia se ve reflejada en el Concilio Vaticano II, particularmente en el decreto Apostolicam actuositatem (=AA), promulgado el 18 de noviembre de 1965, al señalar el fundamento de la sociabilidad de los bautizados, y por lo tanto el derecho de asociación que les corresponde[9]:

Como los cristianos son llamados a ejercitar el apostolado individual en diversas circunstancias de la vida, no olvide, sin embargo que el hombre es social por naturaleza y que agrada a Dios el que los creyentes en Cristo se reúnan en Pueblo de Dios (Cfr. 1Pe 2,5-10) y en un cuerpo (Cfr. 1Cor., 12,12). Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas, siendo al mismo tiempo expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo [...] (AA 18).



Un motivo por el cual el Concilio da importancia al hecho asociativo es que las asociaciones, erigidas para actos comunes de apostolado, apoyan a sus miembros y los forman para dicha tarea, a la vez que organizan y regulan convenientemente su obra apostólica, de forma que son de esperar frutos mucho más abundantes que si cada cristiano trabajara separadamente (Cfr. AA 19). Juan Pablo II, siguiendo en esta línea, dice en la exhortación apostólica Christifideles Laici (=ChL) que en un mundo secularizado, dichas formas asociadas pueden representar para los cristianos una ayuda para llevar una vida cristiana coherente con las exigencias del evangelio y para comprometerse en una acción misionera y apostólica (Cfr. ChL 29). Son lúcidas estas palabras de la mencionada exhortación apostólica:  

La incidencia cultural, que es fuente y estímulo, pero también fruto y signo de cualquier transformación del ambiente y de la sociedad, puede realizarse, no tanto con la labor de un individuo, como con el trabajo de un sujeto social, o sea, de un grupo, de una asociación, de un movimiento (29).



De igual manera, el Código expresa la estima por el hecho asociativo en la Iglesia, lo recomienda vivamente a todos (Cfr. cc. 278 §2 y 327) y exhorta a los pastores a que reconozcan y promuevan la función que corresponde a los laicos  en la misión de la Iglesia, «fomentando sus asociaciones para fines religiosos» (c. 529 §2). Juan Pablo II, en ChL  observa que:

Junto al asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomías y finalidades específicas. Tanta es la riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial (29).



El mismo documento afirma que en los momentos actuales, el fenómeno asociativo en la Iglesia se caracteriza por «una peculiar variedad y vitalidad» y con razón se puede hablar de una «nueva época asociativa» (29). La originalidad de estos movimientos o comunidades eclesiales consiste frecuentemente en el hecho de que se trata de grupos compuestos de hombres y mujeres, de clérigos y laicos, de casados y célibes, que siguen un estatuto particular de vida, a veces inspirado en una u otra forma tradicional, o adaptado a las exigencias de la sociedad de hoy[10].






[1] Cfr. Luis Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, p. 12.


[2] Cfr. Roberto Jaramillo- Juan Casas, Notas de Historia Eclesiástica Antigua Siglos I-IX, Col. Apoyos Didácticos, UPM No. 14, ad usum privatum, México 2005, p. 19.


[3] Luis Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, p. 12.


[4] Cfr. Roberto Jaramillo- Juan Casas, op. cit.,p. 54.


[5] Luis Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, p. 12.


[6] Cfr. Emilio Lavaniegos González et al., Curso Básico de Pastoral Vocacional, Manual para una iniciación en la pastoral vocacional,  Servicios de Animación Vocacional, México 2007, p. 80.


[7] Cfr. Raúl Gutiérrez Saenz, Introducción a la Antropología Filosófica, Esfinge, México 1988, p. 166.


[8] Cfr. José Díaz Moreno,  «Los fieles cristianos y los laicos», en Derecho Canónico I: El derecho pueblo de Dios, Sapientia Fidei 32, BAC, Madrid 2006, p. 155. 


[9] Cfr. Rubén Cabrera López, op. cit., p. 40.


[10] Cfr. Luis Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, p. 12.


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