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miércoles, 4 de abril de 2012

Fundamento del derecho de asociación de fieles

Fundamento del derecho de asociación de fieles

El Concilio Vaticano II ofrece los fundamentos más profundos de la sociabilidad de los bautizados y, por consiguiente, del derecho de asociación que les corresponde. El número 18 del decreto Apostolicam actuositatem los expone en estos términos: «No olviden los cristianos que el hombre es social por naturaleza y que agrada a Dios el que los creyentes en Cristo se reúnan en pueblo de Dios» (Cfr. 1Pe 2,5-10) y «en un cuerpo» (Cfr. 1Cor 12,12). También la constitución Lumen Gentium en el número 9 afirma: «Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente». Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas, siendo al mismo tiempo expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia de Cristo[1].



En este sentido, la exhortación apostólica Christifideles laiciafirma que el fenómeno asociativo «expresa la naturaleza social de la persona», y añade que «la razón profunda que justifica y exige la asociación de los fieles es de orden teológico, es una razón eclesiológica» (29), como abiertamente reconoce el Concilio Vaticano II.

Así, pues, a la luz de estos textos aparece el fundamento antropológico y eclesiológico del derecho de asociación de los fieles.



2.1 . Fundamento antropológico de la sociabilidad de los fieles



La antropología clásica menciona que el hombre participa, así como otros seres del universo, de materia y de vida. Pero el hombre es diferente porque posee inteligencia, voluntad y afectividad, es decir, por sus facultades espirituales que se manifiestan a través de múltiples efectos. Estas facultades características del hombre le permiten conocer, amar, determinarse y decidirse libremente. Junto con estas facultades está el hecho de que Dios al crear al hombre, lo concibe no como un ser aislado, sino como un ser en relación con los demás, ya que «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18).

Al profundizar más en el conocimiento del hombre, la antropología metafísica nos habla de él, no como de un puro fenómeno o una pura apariencia, sino como algo permanente, como un ser a la vez corporal y espiritual[2].

Por ello el hombre está constantemente buscando su felicidad. La felicidad es la vivencia subjetiva de la posesión objetiva del bien. Pero como la posesión plena del bien no es posible en esta vida, se está siempre insatisfecho con los bienes alcanzados[3]. Sólo la posesión total, eterna y perfecta, del mayor Bien, es decir Dios, es capaz de apagar el deseo de felicidad humana[4]. Esa posesión no se da nunca en la vida presente, sino que aspira a realizarse en la vida más allá de esta vida terrena[5].

Pero los hombres no experimentan solamente indigencias y necesidades. La propia trascendencia de la persona humana es la que pide también la vida de comunidad. La sociabilidad implica una capacidad que todos poseemos, de enriquecer y perfeccionar a nuestros semejantes. De ahí que se pueda afirmar que la sociabilidad y la sociedad son la expresión de la interna abundancia de la persona humana, más que de su limitación e indigencia[6].

2.2 . Fundamento teológico de la sociabilidad cristiana de los fieles



La salvación del hombre por parte de Dios es por un lado individual y por otro comunitaria. De manera individual significa que cada uno da una respuesta personal a Dios, pero la manera comunitaria se subraya por medio del pueblo que escogió para que lo conociera en la verdad y lo sirviera santamente (Cfr. LG 9). La historia de la salvación tiene un carácter esencialmente social y comunitario[7], originando una sociabilidad sobrenatural de los fieles que aparece claramente a través de la categoría bíblica del pueblo de Dios. La Iglesia es el nuevo pueblo de Dios y los cristianos ciudadanos del mismo. San Pedro, en su primera carta dice a todos los bautizados: «vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1Pe2,9). Por otra parte, el carácter social de los sacramentos resaltan este aspecto comunitario en la estructura externa y visible de la Iglesia[8].

En síntesis, dos son los fundamentos del hecho asociativo[9]:

a)     Natural: es una exigencia inherente a la naturaleza social del hombre.

b)     Sobrenatural: la llamada a la santidad y a desarrollar la misión, que brota antes que nada del bautismo, se realiza más eficazmente asociándose a otros.







[1] Cfr. Luis Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, p. 16.


[2]  Cfr. Anthony Kenny, Tomás de Aquino y la mente, Herder, Barcelona 2000, p. 49.


[3] La felicidad humana no consiste en los deleites carnales, ni en los honores, ni en la buena reputación, ni en las riquezas, ni en el poder humano, ni en los bienes corporales, ni está en la parte sensitiva, ni consiste en los actos de las virtudes morales, ni está en el ejercicio de la prudencia, ni en el ejercicio del arte (Cfr. Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, L. III, c. 27).


[4] Cfr. José García López, Virtud y personalidad según Tomás de Aquino, EUNSA, Pamplona 2003, p. 25.


[5] Cfr. José García Cuadrado, Antropología filosófica. Una introducción a la filosofía del hombre, EUNSA, Pamplona 2001, p. 111.


[6] Cfr. Mauricio Beuchot, Los principios de la filosofía social de santo Tomás, IMDOSOC, México 1989, pp. 30-31.


[7] Cfr. César Izquierdo Urbina, Teología Fundamental, EUNSA, Pamplona 2002², p. 82.


[8] Cfr. Luis Martínez Sistach, El derecho de asociación en la Iglesia, Herder, Barcelona 1973, p. 96.


[9] Cfr. Teodoro Bahíllo Ruiz,  «Las asociaciones de fieles», en Derecho Canónico I: El derecho pueblo de Dios, Sapientia Fidei 32, BAC, Madrid 2006, p. 311.


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