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lunes, 1 de octubre de 2012

El "por qué" del examen-acompañamiento psicológico en los Seminaristas

Por Luis Alva

Al iniciar la teología, mis formadores me indicaron que tenía que realizar el examen psicológico, al principio me incomodó tal decisión, me pareció falta de confianza hacia mi persona, por otra parte, sentí un poco de temor, dado que nunca había realizado un examen de ese tipo. Pero al mismo tiempo, me sentía seguro, con capacidad de poder realizar aquél examen y con certeza que todo saldría bien. Realizado el examen, vino la entrevista con la psicóloga, y no era necesaria ya otra cita. Supongo que todo salió bien, ya que nunca vi el resultado, imagino que quedaron en manos de los formadores. Después de está experiencia he querido recurrir a los documentos del Magisterio para identificar el “por qué” el “para qué” y el “cómo” del exámen psicológico que los seminaristas “deben” realizar.
 
Encuentro dos razones fundamentales que dan respuesta a tal interrogante planteado en el título de este escrito. La primera es una exigencia y la segunda una necesidad. Respecto a la exigencia. Corresponde a la Iglesia elegir las personas que considera adecuados al ministerio pastoral. Además, es su derecho y deber verificar la presencia de las cualidades exigidas en aquellos que ella admite al ministerio sagrado (Cf. Cann. 1025, 1051, 1052). El canon 1051 prevé que para ele escrutinio de las cualidades exigidas en vista a la ordenación se proceda, entre otras cosas, a la investigación sobre el estado de salud física y psíquica del candidato (Cf. cann. 1029, 1031 1 y 1041,1).  De aquí se deriva que la Iglesia tiene el derecho de verificar, también con el recurso de la ciencia médica y psicológica, la idoneidad de los futuros presbíteros. El candidato al presbiterado no puede imponer sus condiciones personales, sino que debe aceptar con humildad y agradecimiento las normas y las condiciones que la Iglesia misma, en cumplimiento de su parte de responsabilidad establece (Cf. PDV 35).
 
Por otra parte, muchos de los que hoy piden entrar en el seminario reflejan, en modo más o menos acentuado, los inconvenientes de una emergente mentalidad caracterizada por el consumismo, por la inestabilidad en las relaciones familiares y sociales, por el relativismo moral, por visiones equivocadas de la sexualidad, por la precariedad de la sexualidad, por la precariedad de las opciones, por una sistemática obra de negación de los valores, sobre todo, por parte de los medios de comunicación. Entre los candidatos se puede encontrar algunos que provienen de experiencias peculiares –humanas, familiares, profesionales, intelectuales, afectivas- que en distinto modo han dejado heridas todavía no sanadas y que provocan disturbios que son desconocidos en su real alcance por el mismo candidato y que, a menudo, son atribuidos erróneamente por él mismo a causas externas a su persona, sin tener, de esta forma, la posibilidad de afrontarlos de manera adecuada. En este sentido recobra sentido y necesidad hacer uso de la psicología. Sin embargo, por encima de la psicología está la llamada del Señor y la fuerza de la conversión. Pero muchas veces la persona llamada y con deseo de conversión no tiene las habilidades o capacidades de poder darse en totalidad, no es libre, algo que sin ser él mismo consciente, le esclaviza. En este sentido la psicología nos ayudaría a descubrir esas esclavitudes, cómo afectan a la persona en su respuesta vocacional, y buscar los medios necesarios para integrarlas.
 
Cf. Ángel Pérez Pueyo  (editor), Vocación al sacerdocio y desarrollo persona, CEE, EDICE, Madrid 2010.
Cf. Juan José Rubio, «El lugar del acompañamiento psicológico en el proceso de formación en el seminario mayor», en Seminarios 54/189-190 (2008) 198-203.


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