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miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Santos o perfectos?

Por Luis Alva

La perfección es conquista del sujeto, fruto de sus esfuerzos y ascesis, concretamente evaluable en términos de derrota de las propias inmadureces y eliminación de las flaquezas, alguna cosa que, al fin de cuentas, convierte al sujeto no solamente contento, sino, satisfecho consigo mismo, mejor que los otros, acepto y agradable a Dios (así él piensa); la perfección dice respecto a cada individuo, es perfección de cada individuo, remite luego la idea del empeño del individuo y de sus esfuerzos personales; finalmente, otra sospecha singular, la perfección que nace como proyecto del individuo y florece como su cualidad privada, vuelve para él o queda concentrada dentro de sus límites de su ser, de su mundo interior privado y secreto, o, entonces los dones recibidos no son compartidos, al contario, confiados únicamente al oído reservado y casto del director espiritual, una cosa que los otros no tienen acceso.

La idea de perfección implica la idea del seminarista perfecto, del sacerdote o religioso modelo,   del rector o del formador igualmente bien preparado y actualizado, consecuentemente una comunidad ideal y una iglesia sin defectos en la cual todo es perfección. El seminarista educado por este modelo exigirá un programa de formación perfecto, estará dispuesto para todo aquello que de alguna forma es perfecto, no podrá dejarse formar-educar por las mediaciones imperfectas, por las situaciones absurdas. Por el Otro que esta lleno de limitaciones, por el mundo donde reina el pecado, por la realidad cotidiana y normal, pequeña y discreta, débil y frágil…

Quien interpreta la tensión para la perfección en términos excesivamente realista e inmediatos, privilegiando luego los comportamientos, de hecho corre el riesgo de caer en aquel síndrome de la observancia formal, de la ley por la ley, que Jesús mismo contesto con particular vehemencia y que san Pablo continuará con igual pasión a atacar; de hecho, la presentación de construir la perfección con las propias manos y con los propios músculos se vuelve vano a la Cruz de Cristo.  

Santidad, al contrario, es don de lo Alto, es pobreza del ser humano llena de la riqueza de Dios, es el coraje de quien se despojó de la injerencia del propio yo para dejarse habitar por el amor Eterno, o la nada del ser humano se convierte en espacio de Deus; no es sueño de humanidad total, mas consciencia del propio pecado perdonado por una misericordia infinita que excede, no es pretensión de inocencia perfecta, mas experiencia de una flaqueza que no será, nunca, completamente eliminada en el camino del creyente-penitente. Y santidad no es sólo objetivo de vida, mas – concebida así- es también método, método de liberación del narcisismo del yo, de sinceridad y verdad en el conocimiento de si y de los propios demonios: es aprendizaje para convivir con las propias flaquezas y, después, con las de los otros, finalmente la santidad, en cuanto don que viene de lo Deus, no es, nunca, tarea privada de cada individuo santo, mas es don para todos, testimonio de santidad del Creador en la humanidad de criatura, alguna cosa para ser compartida con los otros; y testimonio todavía mas convincente si es dado por un conjunto de personas: santidad no es sólo individual, mas también comunitaria.

La santidad del seminarista, del sacerdote, religioso y de la propia Iglesia  se manifiesta verdaderamente cuando es capaz de crear comunidad, lugar de real fraternidad, de relaciones gratuitas basadas en la acogida, en la eliminación de los prejuicios, la escucha y el perdón. Junto con el mandato de “Sed santos” esta también otra  seria enseñanza de Jesús: “Ustedes, por el contrario, no sean así”, implica una lucha anti-idolátrica con la tolerancia de medrar en el escalafón eclesiástico, la búsqueda de honores y primeros puestos (cf. Mt 23, 8-11, que estigmatiza una especie de clericalismo ante litteram), reclamando la asunción de las instancias purificadoras y liberadoras de la pobreza (entendida como compartir, no acumular riquezas, no anteponer determinados intereses cf. Hech 20, 33, ante el seguimiento de Cristo, que “siendo rico se ha hecho pobre por nosotros” Cor 8, 9), la obediencia (entendida como aceptación de sí y de los otros, conciencia de no tener poder alguno sobre el otro, asunción radical de la condición de siervo como constitutiva del ministerio en el seguimientos de Cristo, que se “hizo obediente hasta la muerte de cruz”, cf. Flp 2, 8) y la castidad (entendida como inteligencia, discernimiento y purificación de las relaciones y de los amores, y defensora del primado del amor del Señor en obediencia a la palabra de Jesús, que reclama una prioridad del amor a él sobre cualquier otro o compromiso, cf Mt 10, 37). Todo esto se halla comprendido en aquel “sed santos, porque yo soy santo”, releído por Mateo como “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) y por Lucas como “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). La llamada a la santidad tiende a formar hombres completos, maduros humana y espiritualmente, los cuales manifiesta tal plenitud en la misericordia.

Textos recomendados para profundizar el tema expuesto:

Enzo Bianchi, A los presbíteros, Sígueme, Salamanca, 2005 (pp. 68-88)

Amadeo Cencini, A árvore da vida, Paulinas, Brasil 2007 (pp. 19-36)


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