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sábado, 11 de agosto de 2012

La presencia de la Virgen María, en el itinerario formativo

Mons. Juan Esquerda Bifet
Por Clerus

María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.
Para afrontar estos tres momentos de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia permanente y comprometida, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y hace, como proceso de consagración y misión.

Puesto que en el sacerdocio ministerial (de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote, Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los redimidos.
El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza.[4]

María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en le seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).
El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) quedó unido al de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. Su actitud habitual de meditar la Palabra (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.[5]
El “Magníficat” es el fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción e infancia era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).

María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la mima. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”.[6]
Los contenidos del título “Madre de la Iglesia”, ya están en el concilio. Efectivamente, María es “verdadera Madre de. Redentor... verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).
La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). "Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia" (RMa 37).
María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[7]
El sacerdote ministro participa de la consagración sacerdotal de Cristo (que tuvo lugar en el seno de María), prolonga la misma misión de Cristo (quien asoció y sigue asociando a María), está llamado a vivir en sintonía con él (como María, guiada por el Espíritu Santo, se asoció a la obra redentora de Cristo). De este modo, María está presente y activa maternalmente en todas las etapas del itinerario de la vida apostólica.
La participación peculiar por parte de los sacerdotes ministros en el sacerdocio de Cristo, es una “consagración” especial, que deriva hacia la “misión”, como prolongación de la misma misión de Cristo, para obrar “en su nombre” o “en persona de Cristo”. Esta participación en la consagración y misión de Cristo exige y, al mismo tiempo, hace posible una sintonía y docilidad generosa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).
Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio”(PDV 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (ibídem).
De ahí la relación esencial del sacerdote ministro con María “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).
Decía Benedicto XVI a los seminaristas en Colonia durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2005), comentando el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describiendo el itinerario formativo sacerdotal: “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.

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[4] Ver estudios citados en la bibliografía final. Sobre el itinerario formativo, resumo los contenidos en: Espiritualidad mariana (Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal).
 [5] Dice San Agustín: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (Sobre la santa virginidad, 3).
 [6] Pablo VI, Alocución, en Santa María la Mayor, 21 noviembre 1964).
 [7] Ver bibliografía final, sobre la espiritualidad mariana del sacerdote ministro.


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