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sábado, 4 de agosto de 2012

El santo expulsado del seminario, el cura expulsado de su parroquia

Juan María Vianney nació el 8 de Mayo de 1786 en Dardilly, aldea cercana a Lyon (Francia) y fue bautizado el mismo día. De padres muy cristianos, era el cuarto de ocho hermanos. La familia Vianney vivía del trabajo en el campo y del cuidado del rebaño. Desde muy pequeño Juan María participó con sus padres y hermanos en estas arduas tareas, donde el contacto con la naturaleza y con la gente humilde le fue despertando su vocación al ministerio sacerdotal. Con frecuencia reunía a sus compañeros pastores para compartir con ellos todo aquello que su madre le iba enseñando acerca de la fe cristiana. Y ya desde pequeño manifestaba una devoción muy grande por la Virgen María.


En 1789 estalló la Revolución Francesa que con el pretexto de liberar al pueblo del yugo de la opresión y la esclavitud desató una violenta y sangrienta persecución que llevó a la guillotina a miles de hombres y mujeres, incluyendo a muchos sacerdotes y religiosas. Como consecuencia muchos sacerdotes se vieron obligados a pasar a la clandestinidad, mientras las parroquias se proveían con nuevos sacerdotes afines al régimen revolucionario. Tal era la situación de persecución en Francia para los no adictos a la Revolución que, por ejemplo, Juan María tuvo que recibir, a los 13 años de edad, la Primera Comunión a puerta cerrada en la casa de sus abuelos en el vecino pueblo de Ecculy.


Con la subida al poder de Napoleón Bonaparte, la situación religiosa cambió levemente y la Iglesia gozó de algo más de libertad. Tras años de persecución, el deber ahora de los obispos era buscar candidatos al sacerdocio y con motivo de ello las Parroquias comenzaron a promover las vocaciones sacerdotales. El Padre Balley, párroco de Ecculy, abrió en la parroquia una pequeña escuela para formar a aquellos jóvenes que sintiesen la vocación. Entre ellos se encontraba Juan María, que a los 20 años de edad y después de unos años de duro trabajo en el campo y con los rebaños, consiguió ser admitido. Sin embargo, cómo él mismo reconocía, “no podía guardar nada en su mala cabeza” y esta dificultad para memorizar textos, contenidos, etc., unida a sus dificultades con la gramática latina casi le hicieron volver a casa, de no ser porque el Padre Balley lo retuvo y convenció para que prosiguiera sus estudios.


Entre tanto, el insaciable afán conquistador de Napoleón, provocó en Francia nuevos reclutamientos que obligaron a Juan María a alistarse en el ejército para luchar en la Guerra de la Independencia de España. Ni siquiera su condición de seminarista, ni los esfuerzos de sus padres por buscarle un sustituto al precio de 3.000 francos, que a última hora falló, le salvaron de un alistamiento que él no deseaba de ningún modo. Sólo la enfermedad y el abandono de su compañía a su suerte le mantuvieron lejos del frente. Solo, abandonado, enfermo y como un desertor fue recogido por un extraño en aquel duro invierno de 1810 y durante unos meses permaneció oculto bajo el falso nombre de Jerome Vincent. Bajo tal nombre y en la clandestinidad llegó a abrir una escuela para los niños de la villa donde se encontraba. Sólo cuando un decreto imperial amnistió a todos los desertores pudo regresar a Dardilly y reunirse con su madre pocos días antes de la muerte de ésta.


De nuevo en libertad, fue en Octubre de 1813 cuando ingresó en el Seminario Mayor de Lyon. Sus dificultades con el latín aumentaban y los profesores estimaron conveniente que se marchara a su casa. El dolor y el desaliento de Juan María fueron inmensos. Pensó en irse a una de tantas congregaciones de hermanos religiosos pero una vez más el Padre Balley vino en su rescate y se ocupó en privado de su formación sacerdotal. No pasó el examen previo a la ordenación pero fue tomado como suficiente un examen privado en la casa parroquial del Padre Balley, donde fueron juzgadas más sus cualidades morales que sus méritos académicos.


El 13 de Agosto de 1815 fue ordenado sacerdote a los 29 años de edad. A su primera misa, en la capilla del Seminario de Grenoble, no le acompañó apenas nadie. Sin embargo, al fin, su dicha estaba colmada, y mucho más cuando fue enviado a Ecculy como ayudante de su gran amigo y protector, el Padre Balley. Al principio de su ministerio sacerdotal a Juan María se le negaron las licencias para poder confesar, y sólo después de la insistencia del Padre Balley a la autoridad eclesiástica se las concedieron, siendo él su primer penitente. En 1817 su querido Padre Balley murió en sus brazos y como anécdota cabe destacar que Juan María, tan desprendido de las cosas materiales, conservaría hasta su muerte un espejo de mano del Padre Balley alegando que este espejo “había reflejado su rostro”.


Al poco de la muerte del Padre Balley fue destinado al pequeño y aislado pueblo de Ars, que contaba apenas con 40 casas y con la fama en círculos eclesiásticos de ser una Siberia por su frío ambiente espiritual y su desolación material. Dice la tradición que la primera vez que Juan María entró en Ars dijo: “La parroquia no será capaz de contener a las multitudes que vendrán hacia aquí”. En Ars vivió desde 1818 hasta 1859, año de su muerte.


Sus primeros pasos en Ars fueron visitar a las familias una por una. Acudía al campo para contactar con los hombres y mujeres del pueblo y se dedicó intensamente a la oración y a las más austeras penitencias. Regaló su cama y adoptó el suelo como lugar de reposo. Pasaba sin comer varios días y su plato principal eran patatas hervidas y un huevo de vez en cuando. Ante el estado lamentable de la iglesia invirtió sus ahorros en comprar un altar y con su propio trabajo fue restaurando paredes, muebles y ornamentos.


Sin embargo, lo que más preocupaba a Juan María era la ignorancia religiosa de su pueblo. Su falta de memoria para los sermones la trataba de compensar con noches enteras de preparación y memorización de los mismos. Enseñaba el catecismo a los niños en la casa rectoral antes de que se marcharan a trabajar temprano al campo. Y se propuso acabar con la profanación del Domingo, ya que los hombres durante el día iban a trabajar al campo y por la tarde y noche acudían a los bailes y tabernas. Tan grande fue su influencia que llegó una época donde todas las tabernas de Ars tuvieron que cerrar sus puertas por la falta de personas.


A los dos años de su estancia en Ars quisieron trasladarlo, pero el pueblo entero se opuso y para asegurar su futuro, el pueblo pidió que su villa fuese erigida en parroquia regular y que su párroco fuese el Cura de Ars.

Después de dos años y medio, el Domingo se respetaba como el día del Señor. Todo el pueblo acudía a Vísperas. El Cura de Ars amaba las celebraciones con su pueblo en la iglesia y personalmente enseñaba a los que habían de servir el altar. Su fiesta favorita era el Corpus Christi, donde todo el pueblo participaba con gran devoción y su amor a la Virgen María le movió a consagrar su Parroquia a la Reina del Cielo. Sobre la entrada de la pequeña iglesia puso una estatua de la Virgen que aún se encuentra en el mismo lugar.


Famosos son de sobra los asedios que por parte del demonio experimentaba Juan María. Éstos comenzaron el invierno de 1824 y se traducían en horribles ruidos y gritos estentóreos que parecían provenir del exterior de la casa parroquial. Estos asedios eran continuos incluso cuando el santo cura no se hallaba en el pueblo. Una mañana en la que se disponía a celebrar la misa el demonio incendió su cama y el cuarto parecía arder, sin inmutarse les dio las llaves a algunos hombres para que apagaran el fuego mientras él celebraba la misa, sabía que el demonio quería impedir la misa y no pensaba permitírselo. Hoy en día puede observarse en Ars, sobre el cabecero de la cama, un cuadro con su cristal con las marcas de las llamas de fuego. En otras ocasiones el demonio por espacio de horas lo martirizaba con ruidos, silbidos, relinchos, y hasta le gritaba: “Vianney, Vianney, come papas”. Con todo ello pretendía no dejarle descansar por las noches y que no pudiera estar durante horas en el confesionario, ya que eran miles de personas las que a lo largo del año pasaban por Ars para confesar y encontrar consuelo en los coloquios con Juan María. Parece que en 1845 cesaron las instigaciones del demonio, y el Cura de Ars fue agraciado con un poder extraordinario para expulsar demonios de las personas poseídas.


Las peregrinaciones a Ars fueron constantes desde 1827, alcanzó su culmen en 1845, donde llegaban a diario al pueblo entre 300-400 personas. El último año de la vida del Santo Cura el número de peregrinos alcanzó el asombroso número de unas 120.000 personas.

Sólo Dios sabe los milagros de gracia ocurridos en ese confesionario, que hasta hoy se mantiene en pie, en el mismo lugar donde lo puso, en la capilla de Santa Catalina, o en la sacristía donde usualmente escuchaba las confesiones. Su estilo era sumamente amable y comprensivo con los pecadores, a la vez que decía la verdad que cada cual necesitaba escuchar para su bien. En sus exhortaciones era breve pero siempre tocaba el punto crucial que la persona necesitaba resolver.
Como colofón a su enorme itinerario espiritual es de destacar lo que quizás fue su única tentación: el deseo de soledad, su sentida incapacidad para ejercer como pastor de almas. En 1851 le rogó a su obispo que lo dejase renunciar. En tres ocasiones llegó hasta irse del pueblo, pero siempre regresó.

Habían pasado 41 años desde el primer día en el que Juan María llegó a Ars. El viernes 29 de Julio de 1859 el Santo Cura de Ars, que confesaba desde la 1.00 a.m., cayó gravemente enfermo. Fue la última vez que se le vio en la iglesia. En los días sucesivos fue visitado por su obispo, recibió la comunión rodeado de numerosos sacerdotes y, finalmente, a las 2.00 a.m. del sábado 4 de Agosto de 1859 pasaba a la casa del Padre. Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia de Ars. El 8 de Enero de 1905, el papa Pío X beatificó al Cura de Ars; y en la fiesta de Pentecostés del 31 de Mayo de 1925 fue canonizado por el papa Pío XI.
Del santo Cura de Ars.


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