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miércoles, 29 de mayo de 2013

La conversión del sacerdote en el año de la fe

Luis Alva

“La conversión del sacerdote en el Año de la fe” es una reciente reflexión del cardenal Mauro Piacenza en el contexto del Año de la fe,. Dicha reflexión está articulada en dos puntos fundamentales: “El sacerdote, hombre de fe” y  “El  Sacerdote, que ha sido llamado por gracia a sostener la fe de sus hermanos”.  Es un tema que habla del aspecto personal de la conversión y de las consecuencias  pastorales que ella misma lleva consigo. Esta dirigida a los sacerdotes, sin embargo, se refiere muchas veces al tema de la formación, convirtiendo así, en reflexión obligatoria para los seminaristas. A continuación te presento la primer parte del texto.


“El sacerdote, hombre de fe”

Dentro del gran tema de las vocaciones, de su cualidad, de su número y de su discernimiento, al que siempre se debe prestar total atención en cualquier momento y más precisamente en el contexto actual secularizado, el primer dato, que tantas veces se da por descontado, pero que en realidad nunca se puede ni se debe disminuir su  propio valor, se centra exactamente en la fe de los candidatos.

Desde el momento de la vida en el Seminario, la Iglesia ha sido llamada a aceptar a quienes creen haber  recibido una sobrenatural vocación al Sacerdocio, verificando, sobre todo, que esos sean hombres de fe, con una fe limpia, robusta y probada y sean, por eso, capaces de desafiar la cultura dominante. Dicha fe se deben injertar en la vocación en cuanto a tal, y en todas aquellas virtudes humanas y cristianas, en fuerza de ella sea posible no sólo individualizar obstáculos a la ordenación, sino poder llegar a la certeza moral que esa sea efectivamente un verdadero bien para la Iglesia.

En la vida de cada uno de nosotros, el Espíritu dispone diversas etapas y momentos de progresiva conversión de tal manera que nadie puede decir “ya he llegado”; eso perdura hasta el día de la última llamada a entrar en la Casa del Padre; pero es siempre necesario, ya sea en los candidatos al Sacerdocio ya en el camino de aquellos que han recibido el Orden Sagrado, valorar como “mentalidad evangélica” el tener el pensamiento de Cristo y, como diría San Pablo, todo ello debe representar el elemento constitutivo e indispensable del propio perfil sico-espiritual.
De una parte y sin unilaterales ponderaciones es necesario reconocer la importancia fundamental del tiempo de la formación inicial, en la que normalmente se ponen las bases para una vida a ejercer en el ministerio santo y, de la otra, el concreto, diario y generoso ejercicio del ministerio, que plasme progresivamente la existencia y el alma sacerdotales y que está llamando, un día después de otro, a la conversión, en aquellos aspectos en los cuales todavía hubiera necesidad o en aquellos ámbitos de mayor radicalidad, proyectados hacia un heroísmo que puede madurar en el tiempo.
El Sacerdote es, sobre todo, hombre de fe si vive en constante y profundo contacto con Dios. Cualquiera que sea el ámbito de actuación que la Iglesia le ofrezca – aunque fueran aquellos campos simplemente administrativos – somos siempre hombres de Dios, llamados en cada momento de nuestra vida a estar delante de su presencia y a pensar aquello que El piensa y aquello que El quiere.

En el Año de la Fe, una primera radical conversión podría ser ésta: centrar de nuevo nuestras existencias sacerdotales en Dios, reconociendo su primado, llegando a ser, al mismo tiempo, casi realmente extraños a una cultura y a un tiempo, que, con obstinación, está negando a Dios, pero contemporáneamente muy cercanos al corazón de cada hombre de este tiempo, que se encuentra inmerso en esta cultura. Ciertamente cada hombre, también el más “alejado”, es buscado por Dios y, aunque sea inconscientemente, busca a Dios.

Esta radicalidad del contacto con Dios, esta bendita frase: “no hay que  anteponer nada al amor de Cristo”, puede nacer y madurar sólo dentro de un auténtico espíritu de oración. Para el Sacerdote, la oración no es sólo un trabajo a realizar, sino que es un respiro que hay que mantener, con el cual debe sintonizar constantemente el propio corazón con el Sagrado Corazón del Sumo Sacerdote. Sólo en la oración es posible recibir, como don, aquella sobrenatural configuración con Cristo, que hace percibir la identidad sacerdotal como algo absolutamente propio y que coincide del todo con nuestra misma identidad sico-personal.

Sólo de rodillas delante del Tabernáculo y en atenta escucha de la Palabra es posible vivir y renovar constantemente el cambio necesario de “hacer el sacerdote” al “ser sacerdote”. Es el paso desde un ministerio exigente que, a veces, puede cansar humanamente, a un don constante que configura a Cristo crucificado, inmolado por la salvación e los hombres. El paso desde una extrañeza inevitable en el ámbito de la cultura dominante, que habiendo eliminado a Dios no sabe qué hacer de los sacerdotes, a la compañía de la divina presencia, del Espíritu Santo consolador y fuerte, que hacen que el sacerdote sea “totalmente otro”, llegando a la misma comprensión del ministerio que se le ha entregado.

Sobre todo, en este Año de la Fe debemos convertirnos hacia nuestro Sacerdocio. Convertirse, esto es, rendirse nuevamente a aquella intervención extraordinaria y sobrenatural, que Dios ha obrado en nuestra vida, configurándonos para siempre con su Hijo Unigénito, que nos ha enviado “al” mundo con la admonición de no ser “del” mundo para poder salvar al mundo. Sin embargo, quizás se encuentra todavía una cierta simpatía a favor del mundo, que nace de ser todavía del mundo y de aceptar las categorías de juicio y las medidas de valor de esemundo…, y eso no es sacerdotal. Existe una simpatía por el mundo que es, en  realidad, una verdadera pasión, esto es, capacidad de dar la vida; proviene de la inserción en el Hijo Eterno del Padre, que ha entrado en la historia para salvarla desde dentro y que nos ha mandado estar “en” el mundo, pero no ser “del” mundo (cfr. Jn. 15, 19).

Vivir una auténtica y profunda vida de oración y convertirse diariamente al propio Sacerdocio son realidades posibles sólo en el Cuerpo de la Iglesia. Si hoy en día son muchos quienes sostienen que el verdadero problema es de carácter eclesiológico, esto es, cuál es la idea que tenemos de Iglesia y cuál es la experiencia que hacemos acerca del Cuerpo de Cristo del que somos parte, es necesario reconocer cómo en la misma dimensión dinámica del acto de fe, la conversión no es nunca el cambio hacia una idea o hacia un acto entendido en el sentido moral, sino hacia una presencia. Uno se convierte sólo delante de una presencia. Y tal presencia es la Iglesia, el Cristo en nuestro tiempo.

Convertirse como Sacerdotes en el Año de la Fe significa preguntarse con humildad: Yo, ¿a quién pertenezco?; ¿de quién soy?


Pertenecer a Dios, ser de Cristo y vivir en Cristo, como explícitamente ha recordado el Papa Francisco, significa saber que uno pertenece a su Cuerpo, que es la Iglesia. Pertenecer a él no sólo en un modo simplemente de hecho o jurídico, porque es evidente que el Sacerdote pertenece a la Iglesia, sino en modo profundamente existencial, radicado en el Espíritu Santo y, por ende, espiritual, en modo sacramental, esto es, real. Si pertenecemos realmente al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es la misma vida divina, que en Ella se respira, que nos mueve progresivamente a la conversión de nuestra existencia. Convertirse en un profundo espíritu de oración a la propia identidad sacerdotal significa renovar la experiencia – y con ella el juicio – de pertenecer a la Iglesia.  Texto completo


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