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jueves, 16 de mayo de 2013

La comunicación, un desafió para la formación sacerdotal

Pbro. Carlos Arturo Quinteros
Secretario Ejecutivo de comunicación del CELAM

Quisiera comenzar preguntando: ¿Qué entiende usted por comunicación? ¿Qué lugar ocupa la comunicación en su vida? ¿Qué lugar ocupa la comunicación en su misión pastoral? ¿Qué lugar ocupa la comunicación en el Seminario Mayor? Si su respuesta ha sido: no tenemos mayor cosa en comunicaciones porque “no poseemos estaciones de radio”, “no contamos con buenos equipos u ordenadores”, “en el seminario nos han prohibido el uso de celulares”, “mi diócesis no cuenta con un canal de televisión”, etc., le ruego, volver a leer las preguntas y hacer un examen de conciencia sobre la importancia de la comunicación y el uso de los medios al servicio de la evangelización.

La gran dificultad que yo descubro, en este itinerario comunicacional, es que se ve y se siente, en algunos sectores de la Iglesia y la sociedad, que la comunicación es algo accidental y no esencial. El Papa Juan Pablo II, lo había advertido en su Encíclica Redemptoris Missio: “generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristiana, mientras los medios de comunicación social, se dejan a la iniciativa de los individuos o de pequeños grupos y entran a la programación pastoral sólo a nivel secundario” (n. 37). Esta es una invitación y a la vez un desafío que comporta el compromiso de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y de los laicos, quienes están llamados a reconocer que la Iglesia es comunicación y que ella cumple la misión de anunciar la Buena Nueva de la Salvación, a Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, comunicación del Padre, la Palabra que da vida, el comunicador por excelencia, en quien convergen el mensaje y el mensajero.

Como invitación, el Papa nos ubica frente a una realidad: la comunicación para la Iglesia es fundamental y como desafío me pregunto ¿de qué manera puedo comprender el espíritu de la comunión y comunicación en y para la Iglesia? Descubro que puedo comprender los fundamentos antropológicos, filosóficos, éticos e incluso teológicos de la comunicación, pero fácilmente puedo olvidarme de la dimensión humana, de la riqueza relacional de los seres humanos; convertirme en un sabio de la comunicación, en un consumidor de doctrina, pero con una gran pobreza relacional, a la hora de aceptar a los otros, de contemplar en el otro la presencia de Cristo. Y es aquí donde fácilmente podemos confundir comunicación con medios, comunicación con información, comunicación con conversación.

Para asumir un compromiso con la comunicación, se requiere de un cambio de mentalidad, que Aparecida ha denominado “conversión pastoral”; esto significa que comprender la comunicación es aceptar que el ser humano es un ser para la comunicación, es aceptar que los medios de comunicación ejercen un impacto fuerte en la cultura de la humanidad, es aprender a diferenciar la comunicación como proceso de relaciones, de la comunicación mediática; es asimilar la comunicación como un camino hacia la comunión. Es entender, como lo expresa el Documento Conclusivo de Aparecida, que si bien los medios de comunicación son fundamentales para difundir el anuncio, estos medios no deben sustituir las relaciones interpersonales (DA 489)

Esta conversión pastoral exige que nos preparemos para comprender los nuevos lenguajes, que nos formemos en conciencia crítica frente al uso de los medios y que podamos responder a los desafíos del mundo de hoy, desde la comunicación. El decreto Conciliar sobre los medios de comunicación social, del Concilio Vaticano II, Inter Mírifica, lo propone: “ha de formarse oportunamente sacerdotes, religiosos y también laicos que cuenten con la debida competencia para dirigir estos medios hacia los fines del apostolado” (IM 15). Sin embargo, en los documentos del Magisterio de la Iglesia todavía se siente el sabor mediático e instrumentalista de la comunicación. Esto significa que no solo deberíamos atender al uso de los medios de comunicación sino también pensar en la inmersión en los diversos procesos de comunicación que abarca el ser y quehacer de la Iglesia.

Este planteamiento vislumbra una nueva cultura comunicacional, en la que observamos la manera como la comunicación permite tejer redes de relaciones, en donde surgen nuevos comportamientos y maneras de relacionarnos, gracias a los avances tecnológicos, al internet, al ciberespacio. Una nueva cultura que solo se comprende si se le analiza en su contexto, si se tiene en cuenta el medio ambiente en el que se vive, el impacto de los medios en la cultura misma y las redes sociales que se van formando espontáneamente. Por lo tanto, la comunicación no puede ser algo añadido, un fenómeno aislado de la vida del ser humano y la sociedad. La comunicación es una estructura de base, es transversal, atraviesa el entramado de las relaciones, el espíritu de las organizaciones y fomenta la comunión humana. Esta transversalidad, se constituye en un camino hacia la comunión.

Los tiempos actuales, en su vertiginoso avance científico y tecnológico, le plantean serios retos a la Iglesia universal, un mundo globalizado, que ha traspasado las fronteras de lo local y lo nacional, un mundo en el que la comunicación misma “está unificando a la humanidad y transformándola -como suele decirse- en una "aldea global", (RM 37) en donde los medios de comunicación han acortado distancias y se han ido convirtiendo en inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Quizás no hemos descubierto aún en plenitud, sus alcances y exigencias, pero este cambio de época exige un nuevo perfil sacerdotal: un sacerdote formado con una visión holística del hombre y la humanidad, un hombre de Iglesia, con una densa formación eclesiológica y cristológica, en actitud de permanente escucha como pastor de su pueblo, comprometido con los más pobres, en comunión con el Obispo y con el Papa, dispuesto a servir y a entregar su vida a imagen de Jesús; un sacerdote, que sin poseer todos los carismas, los preside en su comunidad, un hombre lleno de Dios, en continua comunicación con el Padre, a través de la oración, con una sólida espiritualidad mariana, conciliador, artífice de la unidad y de la paz, proclamador de la Buena Nueva, un comunicador y profeta de esperanza. Un hombre de excelentes relaciones, consciente de que para ser un buen sacerdote, primero debe ser un excelente ser humano. Y este perfil se forja en el seno de la familia y en el Seminario Mayor, corazón de la Diócesis, para lo cual, se requiere de un proceso de discernimiento comprendido como la búsqueda de la voluntad de Dios, para vivir conforme a esa voluntad y configurarse personal y sacramentalmente con Jesucristo, camino, verdad y vida.

La comunicación como proceso articulador de la formación en los seminarios
No hay duda que la formación en los seminarios mayores, responde a unas necesidades pastorales en la Iglesia, que hay una preocupación por la formación humana, espiritual, comunitaria, intelectual y pastoral. Pero todavía se siente un vacío en la articulación de la enseñanza misma. Quizás algunos puedan descalificarme, porque no tengo título de pastoralista o de teólogo, aunque he sido formador de Seminario Mayor y Vicario de Pastoral, enamorado de la evangelización y comprometido con procesos de formación. Y he sentido, que uno de los nodos que hace falta en esta articulación de procesos pastorales en la Iglesia y en procesos de enseñanza de los seminarios, tiene que ver con la comunicación.

En algunos seminarios mayores, se cuenta con una cátedra de comunicación, muchas veces reducida a técnica vocal, a medios de comunicación, elocución y técnicas de comunicación y hasta oratoria, pero ¿qué conexión existe con el pensum académico? En otros seminarios, no existe ni siquiera esta cátedra o se la piensa como un seminario alternativo, como algo accidental. El problema no es la cátedra de comunicación, que debería existir. El problema es ¿cómo estamos respondiendo en el proceso de formación de los futuros sacerdotes, para ayudarles a comprender el fenómeno de la comunicación y a enfrentarse a una nueva cultura comunicacional? es importante que los seminarios mayores formen a los futuros sacerdotales con un perfil comunicacional, que debe ser comprendido como parte de su identidad sacerdotal.

Desde el Concilio Vaticano II ya se insinúa esta necesidad: “es necesario que los sacerdotes, los religiosos y religiosas conozcan cómo nacen las opiniones y criterios, y así puedan adaptarse a las circunstancias del hombre actual, ya que la Palabra de Dios se proclama al hombre de hoy y estos medios prestan un eficaz apoyo a esta proclamación. Los alumnos que muestren una especial inclinación y capacidad en el uso de estos medios deben ser preparados más específicamente. (CP 111). En los documentos posteriores la Iglesia será más incisiva y esta formación se convierte en un clamor, que quizás en muchos ambientes aún no ha iniciado.

Esto significa que, aunque hoy reconocemos que la Iglesia posee medios de comunicación propios, que los mensajes de los Sumos Pontífices siguen penetrando en el medio comunicacional, que se han hecho esfuerzos inmensos por consolidar una Pastoral de la comunicación en las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe, que la comunicación es imprescindible para la evangelización, persiste, en algunos sectores, la desconfianza frente a los medios, el desconocimiento de la riqueza de medios impresos, estaciones de radio y televisión, webs católicas, que se tiene en la Iglesia y la débil concepción de la comunicación como “medios”, olvidándose, como lo dice Puebla en el numeral 1065, que “la comunicación surge como una dimensión amplia y profunda de las relaciones humanas”.

La Congregación para la educación católica en 1986, ofreció a los Seminarios unas “orientaciones” concretas sobre la formación de los futuros sacerdotes, para el uso de los instrumentos de la comunicación social, todavía con una mirada y una perspectiva mediática, pero con la esperanza de facilitar su responsabilidad educativa. Al respecto dice: “independientemente de los posibles desarrollos futuros y de la variedad de situaciones, a todos los institutos de formación sacerdotal se impone hoy con una gran urgencia un común núcleo de cuestiones fundamentales, acerca de la conducta personal de los receptores, del uso pastoral de los mass media, y de la formación especializada para tareas particulares” (Presentacion del Prefecto William W. Card. Baum) y deja a los obispos y educadores la decisión de servirse de estas orientaciones, según las circunstancias concretas y las necesidades locales.

El documento parte de una reflexión teológica profunda: la comunicación es un don de Dios y la presenta como un camino fundamental hacia la comunión, consciente del fuerte influjo de los instrumentos de la comunicación social en la sociedad. Nos recuerda que en la Ratio Fundamentalis, n. 68 se pide expresamente la formación de los futuros sacerdotes para el recto uso de los medios de comunicación, con una triple finalidad: “que puedan valerse por sí mismos, formar a los fieles en lo referente a estos medios, y utilizarlos eficazmente en el apostolado”, desafío que se retoma en el año 1972, en la Encíclica Communio et progressio, que afirma: “los futuros sacerdotes y los religiosos y religiosas, durante su formación en seminarios y colegios, han de estudiar la influencia de estos medios de comunicación sobre la sociedad humana y aprender su uso técnico. Esta preparación es parte de su formación integral” (n. 111).

La Ratio Fundamentalis centra su atención sobre todo en los medios audiovisuales, pero hay que entender que después del Concilio Vaticano II, solo se contaba con un documento explícito sobre la comunicación, Inter mírifica, que tiene grandes vacíos pastorales, que posee lineamientos para situarse frente a una realidad compleja que la Iglesia no puede desconocer. Y aunque la actitud de la Iglesia, en un comienzo fue de reserva y cautela, ella, como Madre y Maestra se ha ido abriendo a nuevas posibilidades y descubriendo las potencialidades de los mass media, comprendiendo la riqueza de estos “maravillosos inventos”, sin embargo esta actitud de cautela y hasta de rechazo, todavía se percibe en algunos sectores eclesiales, que satanizan a los medios y los ven como algo nocivos para la salud espiritual.

En 1972, Communio et Progressio da un paso más en la reflexión pastoral sobre la comunicación, que luego Aetatis Novae va a retomar para hablar de la comunicación como proceso. En este sentido las Conferencias Generales de Obispos en América Latina y el Caribe, han reflexionado sobre estos mismos desafíos y han hecho sus respectivas recomendaciones: desde Medellín, pasando por Puebla, Santo Domingo, hasta Aparecida, los obispos han reflexionado sobre la comunicación y sus implicaciones en el mundo de hoy y sobre el uso de los medios de comunicación al servicio de la evangelización.

No hay duda que los tiempos han cambiado y que hoy frente a los avances tecnológicos la Iglesia debe responder con sabiduría y prudencia. Hoy no sólo debe mirarse el mundo de los medios de comunicación y la cultura digital, sino revisar todo un panorama comunicacional, reconocer que el hombre no puede vivir sin comunicación y que esta se constituye en algo esencial. De esta manera, considero, que en los Seminarios Mayores debiera hacerse una reflexión profunda sobre el significado de la comunicación para formandos y formadores, lo que implica formarse para el uso de los medios de comunicación, pero también atreverse a pensar en el escenario de las relaciones que se construyen internamente, camino hacia la comunión y la fraternidad sacerdotal. Esto quiere decir, que en el seminario todo lo que se vive y evidencia pasa necesariamente por la comunicación: el proceso de discernimiento vocacional es comunicación, en cuanto se vive una experiencia profunda de Dios y a partir del testimonio, de la relación con los otros, de la oración y del compartir fraternal, se construye un camino hacia la decisión fiel en el seguimiento de Jesús.

En el seminario, cada encuentro, en el comedor, en la capilla, en las reuniones de grupos, en los sacramentos, en la liturgia, en el deporte, en las clases, en el apostolado, se puede constatar estos espacios y momentos de comunicación, que construyen la comunidad. Las dimensiones de la formación en los seminarios, poseen, aunque no se perciba, una gran riqueza comunicacional. En las casas de formación estos momentos y espacios de comunicación, se viven pero muchas veces no se perciben como escenarios para la comunicación - comunión. Para entenderlo mejor, pongo dos ejemplos que nos ayudarán a comprender ¿de qué manera la comunicación ayuda a la construcción de la comunidad - fraternidad? En el comedor, cuando los formandos y formadores comparten la mesa, disfrutan, se ríen, hablan de sus aspiraciones, conversan sobre sus temores y hasta aprovechan este espacio para platicar sobre la familia, la realidad de la Iglesia, la situación socio política o los últimos acontecimientos, además de posibilitar el compartir la información, se tejen relaciones, nacen afinidades, se conocen las personas, empezamos a compartir unos mismos ideales, ponemos en la mesa común nuestras angustias y tristezas, nuestras esperanzas e ideales. A este proceso se le llama comunicación, que significa poner en común pensamientos, emociones, sentimientos, hacer del otro un interlocutor válido y experimentar la corresponsabilidad en la construcción de un mundo más humano.

El otro ejemplo es la liturgia, en ella se vive una comunicación horizontal, con los demás, con los hermanos, con quienes se comparte una misma fe y una misma esperanza, en ella vivimos una comunicación vertical, con Dios, entramos en sintonía con quien es comunión-comunicación. La liturgia de las horas, la eucaristía, los cantos, los ornamentos, los vasos sagrados, los gestos y actitudes en las celebraciones, los signos y símbolos son una riqueza comunicacional que muchas veces se trivializan por la costumbre, por la rutina y se desvirtúan. Aquí encontramos otra dimensión comunicacional, con una carga de significado tan profunda que permite al hombre elevarse, extasiarse, dejarse seducir por Dios.

Y como si fuera poco, a los dos ejemplos anteriores podemos agregar el proceso de discipulado que se vive en la vida cristiana y que Aparecida refiere como un camino de formación que comporta: encuentro con Cristo, conversión, discipulado, comunión y misión. Este itinerario comienza con un un encuentro íntimo y personal con Jesús, en el que Cristo comunica su vida misma, el creyente asume una actitud de acogida y de escucha de la Palabra y comprende que su Maestro le llama a vivir un proceso de conversión. Su actitud de escucha y de apertura a la acción de Dios en la oración, en la lectura asidua de la Palabra, en esa comunicación permanente con Jesús, le hace reconocer, que cuanto recibe de Jesús, debe compartirlo. Su compromiso misionero nace precisamente de ese encuentro que se revitaliza en la comunidad, el discípulo se hace consciente de su misión, como discípulo misionero, viviendo su responsabilidad de bautizado, se hace evangelizador. Así, la misión es la consecuencia lógica de su respuesta de amor al Dios de la Vida. Sale a “comunicar”. Como evangelizador, comunica vida, esperanza, fe, sabiduría y, como testigo, en su manera de actuar y de vivir, muestra el rostro de misericordia de Jesús.

 FUENTE: CELAM.org


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