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lunes, 13 de mayo de 2013

De la amistad con una chica que quería ser monja, a un monasterio cisterciense. Monjes del siglo XXI!


Monasterio de Santa María de Huerta

Me llamo Eduardo, a los 18 años conocí a una chica que quería ser monja. De esta amistad nació el deseo de profundizar en la vida de oración y de concretar la voluntad de Dios en mi vida, empeñada ya en los estudios, el deporte y la Acción Católica.

Después de una experiencia y dos años de calmar a la familia entré en este monasterio cisterciense de Santa María de Huerta.

Encontré una comunidad de 20 hombres (entre 30 y 80 años) comprometidos en una vida de oración: eucaristía, Liturgia de las Horas, lectio divina. Trabajo-estudio: granja, huerta, mermeladas, iconos, hospedería. Vida común: reuniones, servicios de la casa (limpieza, cocina, lavandería...).
Envuelto en un clima orante de silencio y soledad con una historia casi milenaria palpable en los muros románicos, los arcos góticos, los claustros renacentistas, el retablo barroco, las ruinas de la desamortización, abiertos – con todo este bagaje – casi “naturalmente” a los desafíos de la humanidad del nuevo milenio. 
Entrar fue sólo el comienzo de una aventura hacia la verdad de mi mismo; estaba todo por hacer. Me ayudó un sabio y joven maestro; me dio confianza y responsabilidades que me llevaron a crecer humanamente; me ayudó a encauzar mis potencialidades, a entregarme a una comunidad que, poco a poco, iba conociendo y amando en cada hermano concreto.
No se me impuso nada, la misma vida, su ritmo regular y al mismo tiempo imprevisible, me fue llevando a hacer mío lo que se llama “carisma” que, de alguna manera, ya estaba dentro de mi.

Aprender una obediencia responsable (¡en libertad!) y una castidad de amor encarnado (¡en carne viva!) lleva su tiempo (¡toda la vida!) y muchas caídas (¡nos ponen ante nuestra verdad!); de ahí la importancia del voto de conversión de vida: dejarse trabajar por Dios (¡sin escapar!); y el voto de estabilidad: dejarse trabajar por los hermanos (¡sin salir corriendo!), porque en el fondo es el amor el que transforma.

Y todo esto como camino en/hacia la libertad, la simplicidad y el amor a Dios y a la humanidad que (creo) es el camino que nos enseñó Jesucristo.

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Hola, ¿qué tal? Soy un postulante de Santa María de Huerta, y me han pedido que escribiera mi testimonio vocacional.

La verdad es que me ha costado mucho hacerlo. Tal vez sea por el hecho de dejar escrito algo que va a leer más gente, además de la responsabilidad que eso conlleva. Pero sobre todo me ha supuesto un esfuerzo porque se trata, como toda experiencia fuerte de vida, de algo muy personal, muy íntimo. Aunque, ¿sabes lo que me ha impulsado a escribirlo? Pues que yo, cuando me estaba planteando mi inquietud vocacional, como lo estás haciendo tú ahora, buscaba testimonios de personas que hubiesen dado un SÍ al Señor en la vida monástica. Por lo tanto, si esta humilde experiencia puede servir para profundizar en tu discernimiento, habrá valido la pena el trabajo que me ha costado el escribirlo. Mi proceso vocacional, la verdad sea dicha, es que ha durado mucho tiempo. Y, aunque muchas veces he culpado a factores externos (familia, estudios...) de esta prolongación, lo cierto es que se trataba, simple y llanamente, de miedo a dar el paso, a decir SÍ a lo que me pedía el Señor. Es curioso, aun teniendo bastante claro que este podía ser mi camino, mi vida, el miedo conseguía paralizarme.

Esta inquietud empezó cuando tenía 14 años. Yo sentía que el Señor me pedía algo pero no sabía qué era. Poco a poco fui buscando más ratos de oración personal. De prolongar más tiempo los encuentros con el Señor en la Iglesia. Hacer una lectura atenta del Evangelio de cada día. Todo esto fue creando en mi una especie de sed y búsqueda del Señor. Una sed y búsqueda que nunca podía satisfacer porque siempre me quedaba con ganas de más.

Fue entonces cuando descubrí que existían hombres y mujeres que consagraban su vida por completo a esa sed y búsqueda intensa de Dios, en un lugar especial, dedicado y preparado exclusivamente para ello: el MONASTERIO; o como dice san Benito en su Regla: la CASA DE DIOS.

Un día llegando a la conclusión de que nunca conseguiría ser plenamente feliz si no terminaba de discernir esta inquietud, encontré, casi por casualidad, en una búsqueda casi obsesiva de artículos, páginas web y todo lo que pudiese estar relacionado con la vida monástica, esta página en la que te encuentras ahora.

Estuve mirando y leyéndola por completo, y vi que la comunidad organizaba unos “cursillos de vida monástica y oración”. Dichos cursillos aunque no estaban orientados específicamente a la vocación, sí suponían poder aproximarse a la vida monástica y contrastarlo con mi inquietud interior, por lo que me inscribí y fui.

El cursillo fue muy revelador porque me confirmó la inquietud que tenía en mi interior. Así que decidí hablar con el maestro de novicios. Tras una intensa y agradable charla, el maestro, me invitó a hacer una experiencia de un mes conviviendo con la comunidad y así poder discernir si esta era la vida a la que el Señor me llamaba.

El mes de experiencia fue algo maravilloso, pues si bien los primeros días los pasé mal, llegando a creer que me había equivocado completamente; la perseverancia, la oración y el abrir el corazón a Dios, fueron confirmando día tras día que este era mi camino, la vida que quería vivir, y que durante tanto tiempo había estado buscando.

Bueno, pues este es mi testimonio, espero que te ayude. Sólo decirte que merece la pena dar el paso, independientemente de la decisión final que tomes.
Nada más. Me despido, orando por ti para que el Señor te ilumine y tú le abras tu corazón.

“Aquí estoy como está escrito en tu libro,
Para hacer tu voluntad”. (salmo 39,8-9)


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