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martes, 9 de abril de 2013

Formar y evaluar. Un reto para los formadores


Por Montserrat Aidé Montiel
Publicado por Almas.mex

La evaluación del candidato al sacerdocio dentro del proceso formativo en los diferentes niveles del seminario representa un gran reto para los responsables. La evaluación puede convertirse en una pauta de aprendizaje o generar clasificación y exclusión.

Según la RAE (2009)* evaluar significa “señalar el valor de algo”. Comúnmente esta evaluación tiene que ver con la asignación numérica. La forma más apegada a esta opción es la evaluación cuantitativa, que busca ser neutral, objetiva y que permite se puedan hacer predicciones. Por otro lado, la evaluación cualitativa tiene por objetivo conocer y describir.

En palabras de Álvarez (2001)**, la evaluación de los distintos aspectos que conforman a la persona, que puede generar exclusión, “no ofrece posibilidades de mejora y aprendizaje puesto que se hace al final de un periodo, agotando el tiempo y espacio requeridos para los procesos. Además, en este tipo de evaluación la persona permanece ajena, distante y sin oportunidad de participar en un proceso del cual también podría aprender. Tal vez la consecuencia más grave de este tipo de evaluación sea que los responsables de la formación hagan interpretaciones externas, basados más en los números que en el bienestar de la persona, y se tomen consideraciones que son vitales para el desarrollo de las personas.” Esto puede generar en el evaluado ansiedad, frustración, enojo y desconfianza.

Un efecto común al utilizar este tipo de evaluación es el uso de “etiquetas”. La etiqueta en sí misma pueden cumplir una función de economía mental, ya que engloba una serie de características en un solo término, las dificultades vienen cuando estas etiquetas se quedan adheridas a la persona, cómo si éstas tuvieran el poder de envolverla, convirtiéndose en la etiqueta.

Algunos de los signos de estar cayendo en la trampa de etiquetar son:
Se juzgan todas las acciones y actitudes en función de la etiqueta.
La etiqueta impide dialogar de temas diferentes que pueden ser importantes para la persona.
La exclusión empieza a ser frecuente, ya sea de actividades o de responsabilidades.
Se dificulta la apreciación o reconocimiento de habilidades, logros y competencias
Se compara a la persona con un estándar de apreciación personal.
Las relaciones son superficiales y desde el “deber ser”, no desde lo que se “es”

Por otro lado, el mismo autor propone “la evaluación con una «intención formativa», en donde el evaluado tiene una participación activa, hay oportunidad de externalizar sus razones, ideas, dudas y comentarios. Señala la “negociación” y la “transparencia” como elementos fundamentales para una evaluación de la que se pueda seguir aprendiendo, en beneficio del evaluado, dejando atrás acciones de sanción y exclusión. Se recomienda que esta evaluación sea parte del proceso formativo de manera continua, ya que sólo de este modo se puede orientar e intervenir en el momento en que la persona evaluada necesita de apoyo.”

Si consideramos que el proceso de aprendizaje en el Seminario no sólo tiene que ver con los aspectos académicos, pastorales y espirituales, sino también humanos, encontramos que la evaluación con intención formativa sólo puede tener lugar dentro de una relación interpersonal cercana, de confianza, libertad y reciprocidad, de persona a persona.



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