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miércoles, 10 de abril de 2013

El gran sueño de un seminarista!



Por Luis Alva

Cuentan las Memorias Biográficas que cuando en noviembre de 1831 Juan Bosco, muchacho de 16 años, se puso en camino hacia Chieri para iniciar allí sus estudios de bachillerato, lo acompañó un amigo suyo de la misma edad: Juan Filippello. Mientras caminaban, Bosco contaba al compañero muchas cosas que había aprendido en la escuela, en la iglesia y en la vida, todo salpicado de oportunas reflexiones. Tras dos horas de andar, se sentaron a descansar un poco, y Bosco seguía contando. A un cierto punto, Filippello lo interrumpió: “¿Vas a estudiar y ya sabes tantas cosas? ¡Pronto llegarás a ser párroco!” Juan Bosco le respondió prontamente: “¿Párroco? No, querido Filippello, yo no seré párroco. Voy a estudiar porque quiero consagrar mi vida a los muchachos”.

El gran sueño de un seminarista es llegar a ser un buen sacerdote, y para muchos su sueño va más allá del sacerdocio, se refieren ya a la actividad pastoral del sacerdote. Muchos sueñan con ser un párroco bueno y trabajador, su gran anhelo  es “tener” algún día su “propia” parroquia y todo lo que ella implica, fieles, catequesis, jóvenes, niños, celebración de sacramentos, etc. Otros sueñan con ser grandes educadores, y su gran sueño es trabajar en la Universidad Católica, Institutos religiosos, u otros centros educativos anejos. Otros, sobre todo los de talante militar, les gustaría ser capellán de alguna institución militar o policial. Hay otros que les gustaría trabajar con los pobres, los presos, drogadictos, niños huérfanos, etc. Otros añoran ir a las comunidades más lejanas y necesitadas, algo así como misionero diocesano. Esto lo escucho de los propios seminaristas en algunas entrevistas con ellos, cuando les pregunto ¿cómo se ven como sacerdotes? Pero hasta ahora no he escuchado a un solo seminarista que me haya dicho, quiero ser sacerdote formador, o que su sueño sea trabajar en el seminario. Lo que si escuchado es a algunos sacerdotes jóvenes manifestar su no deseo de desempeñar su labor pastoral en el seminario; y es común escuchar  a los sacerdote ya no tan jóvenes: cualquier lugar menos el seminario! Ojalá no me manden al seminario! No soy digno de trabajar en el Seminario!

Ciertamente que ningún oficio de estos se oferta en la Iglesia, todos estos oficios responden mayormente a la necesidad y circunstancia de la diócesis, o responden a las propias cualidades del sacerdote. Sin embargo la tarea del sacerdote formador es una de las prioridades pastorales de la diócesis. Nada se debe dejar por hacer en las diócesis para poder dotar a los seminarios del personal dirigente y docente que necesitan.

 La tarea de formador exige varias cualidades esenciales que el sacerdote debe presentar. Y según el decreto Optatam totius (5): los superiores y los profesores de seminarios han de ser elegidos de entre los mejores». De esto surge una pregunta ¿Será posible ya desde el seminario motivar, encaminar y preparar a algunos para la tarea de formador? Las Directrices sobre la preparación de los formadores en los Seminarios (51) al referirse de la Formación de los formadores responde a esta cuestión: Cuidando de no anticipar, de modo inconveniente y antipedagógico, responsabilidades desproporcionadas, ya durante los años del seminario se pueden detectar las personas que se consideren especialmente dotadas para las tareas de formación, confiándoles algún primer encargo de animación y de servicio en la comunidad. Después de la ordenación, se les puede destinar a ministerios que por su misma naturaleza estimulen el desarrollo y la verificación de tales aptitudes. Finalmente, es posible comenzar a comprometerlos directamente con el equipo de formadores del seminario con encargos de colaboración, como el de asistente o vice-rector, acompañados y ayudados por colegas expertos y de más edad. Ese itinerario, unido a la asistencia asidua a congresos y cursos de espiritualidad, de pedagogía y de psicología que hoy ofrecen con cierta abundancia distintos centros académicos, pueden ir preparando a un sacerdote para ser rector o director espiritual, permitiendo al mismo tiempo al obispo calibrar su capacidad y madurez.

Estimado seminarista, quiero concluir este breve comentario animándote por esta hermosa tarea de "formador", nadie nace sacerdote ni mucho menos formador.  La tarea de formador "es un arte que supera a todas las demás", para esto se necesita entusiasmarse, dedicarse y animarse por este arte. Trabajo en un seminario desde que culminé la teología, ya llevo 2 años y me siento muy feliz en realizar esta labor.


Para reflexionar:


¿Hacen falta sacerdotes formadores en mi diócesis?


¿Qué actividad me gustaría realizar después de ser ordenado sacerdote, la de párroco, la de capellán, la de misionero, la de educador?


¿No me estará llamando Dios a la tarea de formador?








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