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jueves, 4 de abril de 2013

Amistad sacerdotal: Formarse en la amistad para la amistad

Por Ariel Daza Guzman

Es lamentable constatar cómo la mayoría de los sacerdotes aman sin el consuelo de la amistad, que, por el contrario, como ya se señaló, se ve muchas veces como un peligro para la vida sacerdotal. Hace falta, pues, una más sólida y dirigida formación para la vivencia de la amistad sacerdotal. La vida del sacerdote conlleva ciertamente una fuerte dosis de soledad, pero esta se puede incrementar con actitudes nada positivas de aislamiento y desconfianza que desfiguran el rostro fraternal y acogedor que debe brindar el sacerdote.

En el proceso de formación sacerdotal desempeña un papel fundamental el equipo de formadores: "Entre las cualidades que se exigen a quien desempeña el ministerio en la formación de sacerdotes se destacan el espíritu de fe, una viva conciencia sacerdotal y pastoral, solidez en la propia vocación, un claro sentido eclesial, la felicidad para relacionarse y la capacidad de liderazgo, un maduro equilibrio psicológico, emocional y afectivo, inteligencia unida a la prudencia y cordura, una verdadera cultura de la mente y del corazón, capacidad para colaborar, profundo conocimiento del alma juvenil y espíritu comunitario".18

Dentro de las cualidades exigidas a los formadores y que se acaban de destacar, cabe mencionar la madurez humana y el equilibrio psicológico que le permita amar de una manera límpida y madura, y a la vez dejarse querer de una manera honesta y limpia. Se trata de un aspecto de la personalidad que es difícil definir en abstracto, pero que corresponde en concreto a la capacidad de crear y mantener un clima sereno, de vivir relaciones amistosas que manifiesten comprensión y afabilidad, de poseer un constante autocontrol. Lejos de encerrarse en sí mismo, el formador se interesa por su propio trabajo y por las personas que le rodean, así como también por los problemas que ha de afrontar diariamente. Personificando de algún modo el ideal que él propone se convierte en un estímulo para comprometer al educando en el propio proyecto formativo.

El verdadero formador representa a Dios y a la Iglesia, no como un mero delegado, sino como quien hace de veras las veces del otro. En este sentido, se puede decir que debe ser para los seminaristas un verdadero padre y amigo. Nunca será buen formador quien cumpla su misión como un funcionario frío, por muy competente que sea. El formador es "padre" por su autoridad que se debe manifestar sobre todo en el servicio; es "padre" por su experiencia, por su interés en la maduración integral de los seminaristas; es "amigo" por su cercanía, por su benevolencia siempre disponible. Como padre aconseja, motiva, exige, perdona; como amigo acompaña, colabora, comparte. Este modo de ser, si de verdad es sincero, fomenta espontáneamente la estima y la apertura de los formandos. Cuando ellos perciben comprensión, magnanimidad y respeto por parte del formador, se sienten animados a corresponder con actitudes semejantes; de esta manera se podrá fomentar entre formadores y formandos unas relaciones interpersonales en las que entra en juego de modo finísimo la sensibilidad humana y la bondad cristiana, la intuición natural y la luz de Dios.

Corresponde, por tanto, al formador y al formando, "prestar su colaboración y su buena voluntad para llegar a entablar relaciones cercanas, amistosas, caracterizadas por la sinceridad, por la sencillez, por la apertura, la diferencia y la cordialidad".

Se hace pues, urgente, acatar las últimas orientaciones del Magisterio sobre la necesidad de introducir en los planes formativos de los seminarios, la ayuda profesional de las ciencias humanas que posibiliten una mayor solidez en la personalidad de los candidatos al sacerdocio y así, la opción celibataria tenga una mejor perspectiva de vivencia que permita la realización plena de las potencialidades humanas y no se constituya en un medio de frustración; así, el Seminario "debe tratar de ser una comunidad estructurada por una profunda amistad y caridad, de modo que pueda ser considerada como una verdadera familia que vive en la alegría"20 y que prepara al candidato para vivir la amistad sacerdotal de una manera madura y plenificante. El Seminario debe ser una comunidad de amistad que forme para la amistad y para la vivencia del celibato; esto se dará si el Seminario favorece las relaciones interpersonales que puedan distinguirse por una confianza familiar y una amistad fraterna. Recuérdese que la confianza no se logra con autoridad sino que se provoca y obtiene mereciéndola; y acerca de la amistad fraterna, hay ciertos factores que la favorecen y otros que la pueden destruir.

El Seminario debe ser una escuela de amistad; debe fortalecer la fraternidad partiendo del nivel humano; se debe tener confianza en ella y no perturbarla con insinuaciones injustas y de mal gusto. Una verdadera educación para el celibato debe estar enraizada profundamente en la fraternidad. Una vida de comunidad fraternal, armónica, laboriosa, llena de calor humano y sobrenatural, difunde entre sus miembros un sentido de distensión, de equilibrio y de satisfacción que "sirven como de vacuna contra el intento de buscar compensaciones fuera de ellas y hacen más difícil lamentar la renuncia hecha con la elección del celibato". De todas maneras hay que señalar que no basta la buena formación, es necesario que la persona consagrada persevere hasta el fin en su compromiso.

Y también la perseverancia en la vocación está fuertemente condicionada por la madurez integral. Es muy triste el pensar que una persona consagrada persevere hasta el fin pero llevando una vida insatisfecha, triste, amargada, preñada de añoranzas, lánguida, sin haber gustado la alegría de vivir plenamente su vocación. La autorrealización del sacerdote como persona humana, y por consiguiente, la satisfacción en la vocación y en el trabajo dependen del grado de madurez e integración de la personalidad.

Está en juego nada menos que la felicidad personal del individuo en esta vida y quizá también en la eternidad, porque si el celibato tiene su dimensión escatológica (anticipación de las realidades futuras), también la tiene la amistad, como una manera plena de vivir anticipadamente el amor, que es el origen y el destino común de toda persona.


Pbro. Ariel Daza Guzmán
Formador   Fuente: www.arquidiocesisbogota.org.co 


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